Nino cerruti
Hijo de una larga tradición familiar, Nino Cerruti encarna una forma desacostumbrada de entender el oficio de la moda. A sus 86 años, reconocido por toda la industria y desposeído de cualquier obligación profesional, da nombre a una firma que ya no le pertenece. Se retiró en 2001, incapaz de soportar la creciente banalidad de un negocio que empezaba a no comprender [cita requerida]. A sus espaldas se erige una leyenda bordada con paciencia y talento: la historia de un italiano que triunfó en el París de los 60 y, en consecuencia, en todo el mundo.
Este hijo, nieto y sobrino de empresarios textiles se crió en los telares de Lanificio Fratelli Cerruti, el negocio de su abuelo Antonio. Su capacidad de trabajo y un carácter excesivamente responsable le llevó a asumir el mando de la empresa familiar cuando solo tenía 20 años. Un lustro después, ya convertido en un competente gestor y experto modista especializado en lana, decidió abandonar las almenadas murallas de su ciudad natal, en el Piamonte italiano, y probar suerte en París.
Faltaba una década para que el prêt-à-porter impusiera su relato con carácter irreversible y Cerruti quiso posicionarse ante la inminente caída de las viejas glorias. Lo hizo con un matiz entonces sustancial: su discurso sería, al menos al principio, íntegramente masculino. Eligió el instante preciso y el escenario perfecto para revolucionar la sastrería con propuestas que solo alguien criado entre costuras podría atreverse a formular. En su primera colección para hombre, bautizada en inglés con el nombre de Hitman (en español, sicario), despojó al traje de su clásica rigidez y empleó, por primera vez en el universo sartorial, un nuevo elemento en la composición: el poliéster. Para ser más exactos, un 86% de lana y un 12% de fibra de poliéster. Era 1957 y así nacía el primer traje de chaqueta desestructurado y flexible. El modista actuó, en efecto, como un auténtico sicario a sueldo de la modernidad: se cargó la tradición y dio un golpe de estado que pronto muchos secundaron. Aquella sastrería en absoluto pretenciosa, cortada con elegancia y sprezzatura, le dio una fama internacional.
En la siguiente década bautizó su marca con el nombre de Cerruti 1881 y abrió una tienda en la place de la Madeleine de la capital francesa, la primera de la enorme tela de araña en que convertiría el negocio. Incluso tuvo tiempo para formar a dos futuras leyendas: Giorgio Armani y Narciso Rodríguez, quienes asistieron al creador durante unos años. En 1967 se atrevió con una línea femenina y el resto es historia: su fama llegó hasta Hollywood, donde se convirtió en uno de los diseñadores más solicitados por los directores de cine. Suyos son el look de Michael Douglas en El lobo de Wall Street, el traje de Robert Redford en Una proposición indecente o el vestido rojo de Julia Roberts en Pretty Woman.
En 2000, al igual que muchas casas de moda independientes, Cerruti cayó rendido al hechizo de la globalización y decidió vender la mitad de las participaciones de su compañía al grupo italiano Fin.part. Un año después, este acabó haciéndose con toda la propiedad y acordó la salida del fundador. Sin duda, un final inevitable para alguien que afirmó que "en la era de la mediocridad, tres nombres son nuestra única esperanza: Gianni Agnelli, James Bond y John F. Kennedy".
El año pasado, la franquicia masculina del gigante ferial Pitti Immagine organizó la exposición definitiva de su obra en el museo Marino Marini de Florencia. La muestra Il Signor Nino rindió tributo al trabajo de uno de los padres fundadores de la moda italiana y rescató algunas de las joyas de su archivo personal. Hoy, a punto de cumplir 90 años, sus allegados aseguran que sigue acudiendo cada mañana a los talleres del negocio familiar en Biella, donde vive. Dicen que le gusta supervisar los tejidos e instruir a los que empiezan. Tal y como lo hacía en los años 50. Allí, donde la moda sigue siendo lo que siempre fue. Lejos de los destellos de la fama, cerca del recuerdo que hoy ilumina a toda una generación de creadores.