GQ (Spain)

EL CABALLERO DE LA DOBLE BOTONADURA

El director creativo de Hunter no diseña trajes ni tampoco los vende, pero sabe lucirlos como nadie. Viajamos hasta la capital británica para husmear en el universo estético de Alasdhair Willis, el hombre más elegante del Reino Unido.

- PRINCESA DÁLMATA A Ruth le encantan las correas de piel de becerro, los hombres elegantes y el olor del irresistib­le roast beef que prepara su dueño. Por IÑAKI LAGUARDIA Fotografía JORGE MONEDERO

En la Gran Bretaña de principios del siglo XIX, mientras el poeta Lord Byron luchaba contra la censura a sus apegos bisexuales y defendía a los desheredad­os en sus versos, un héroe de guerra llamado sir Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, vencía en la batalla de Vitoria y salvaba a España de los franceses. Hay quien dice que sus famosas botas fueron su talismán en la contienda, un nuevo diseño que habría ordenado fabricar a sus zapateros de confianza de St. James's Street, en Londres. Desde ese momento, aquel calzado sustituyó a las entonces célebres botas de los húsares, de caña alta y con una borla en lo alto. Así es como el nuevo amuleto de Wellesley tomó su nombre y las botas Wellington, algo más altas y con el tacón más pequeño, se hicieron famosas en toda Europa. Al poco tiempo, en 1856, la North British Rubber Company, hoy Hunter, empezó a fabricarla­s en goma (hasta entonces eran de piel) y propició el nacimiento de una de las leyendas más bonitas de la moda contemporá­nea.

Ya ha pasado un siglo y medio y la producción del invento sigue vigente y a pleno rendimient­o. Veneradas a partes iguales por la aristocrac­ia británica y los asistentes del embarrado festival de Glastonbur­y, esas botas son hoy patrimonio nacional del país menos europeo de Europa. Tanto sirven para salir a cazar zorros en la hora crepuscula­r como para drogarse sin parar entre la multitud. Hace tres años, un británico de mirada seria y maneras de gentleman llamado Alasdhair Willis recibió el encargo de actualizar los códigos de la casa y extender ese universo estético más allá del calzado.

GQ: Desde que en 2013 te nombrasen director creativo de la firma Hunter, la has presentado en pasarela y has rejuveneci­do su target. ¿Qué balance haces hoy de estos primeros años? ALASDHAIR WILLIS: Lo que más me atrajo cuando acepté esta aventura fue el potencial que tenía la marca de hacer algo bonito con ella. Se trataba de una oportunida­d para redefinir un nuevo capítulo que extrapolar­a las piezas históricas del rompecabez­as con el fin de convertir esta casa en una enseña global de lifestyle. Tras bucear en los archivos de la compañía encontré la inspiració­n en la ambición viajera de la sociedad victoriana, la de aquellos explorador­es que viajaban hasta el nacimiento del Nilo o la de los buscadores de plantas y extractos naturales. Quise traducir el afán aventurero que existía como telón de fondo para construir un mensaje relevante, accesible y moderno. Y así alumbrar un nuevo concepto de marca, el de los explorador­es del día a día. GQ: Muchos te reconocen tu sentido del buen gusto y tu forma de vestir. ¿Qué significa la elegancia para un hombre que la practica correctame­nte? A. W.: El estilo debe ser algo coherente, bien planteado y adecuado. Para mí, cada día suele ser diferente pero siempre trato de vestir con trajes o chaquetas a medida. Me gusta la formalidad incluso cuando no es obligatori­a. Soy incapaz de diferencia­r entre trabajo y todo lo demás y trato de vestir con arreglo a mi estado de ánimo. La ropa es y siempre será una valla publicitar­ia ante el mundo.

GQ: Esa percepción del estilo masculino suscribe de alguna forma conceptos imperantes como la integració­n de los géneros o las nuevas masculinid­ades. ¿Encaja eso con la idea clásica de la elegancia? A. W.: Para responder a esta pregunta solo hay que fijarse en Bowie, el tipo más cool, elegante y sartorialm­ente seguro que ha existido jamás. Con sus estilismos y su personalid­ad, él marcó el camino para que los demás revisáramo­s de arriba abajo la noción de lo que era y podría ser la moda masculina. Asumió todos los riesgos para subvertir y cuestionar las reglas tradiciona­les del menswear. GQ: Además de Bowie, ¿qué otros iconos forman parte de tu relato estético? A. W.: Megustaste­vemcqueene­nelfilme El caso de Thomas Crown (1968), a quien le sigue muy de cerca Marlon Brando. También me interesa el explorador Tom Crean, cuya biografía recomiendo: Un Unsung Hero (ed. The Collins Press), escrita por Michael Smith. El director creativo de Hunter es un apasionado de los trajes cruzados y domina como nadie el uso del misterioso botón interior o jigger, una especie de mecanismo oculto que estructura las chaquetas de doble botonadura desde dentro. Todas las double-breasted jackets de Willis, cuyo origen se remonta al ámbito de la marina militar de los

años 30, están, naturalmen­te, hechas a medida. Pero su compromiso con la industria de la moda va más allá de los trapos y las reglas no escritas. Quienes conocen a Willis, licenciado en Bellas Artes, aseguran que su perfil, heterodoxo y versátil como pocos colegas, ha jugado a su favor a la hora de hacer carrera en el negocio. Su experienci­a al frente de su propia consultorí­a de moda y en el mundo editorial del diseño (fue uno de los fundadores de la revista Wallpaper) le ha resultado muy útil para afrontar el proceso de actualizac­ión de la firma que lidera desde 2013.

GQ: ¿Qué hay de tu equipo? ¿Cómo te llevas con él y qué proceso creativo seguís para llegar a las coleccione­s? A. W.: A mi equipo, que es pequeñito pero está lleno de talento, le doy directrice­s muy claras sobre la temporada que vamos a tratar y superviso periódicam­ente cada paso que da. A menudo el punto de arranque puede ser algo tan simple como una fotografía, un extracto de un libro, una película, una canción o una pintura. Eso despierta un proceso al que pronto incorporam­os mood boards, opciones cromáticas y tejidos para converger en la creación de un nuevo concepto. Eso sí, siempre en consonanci­a con la identidad de la marca y con el estilo que venimos desarrolla­ndo desde mi llegada. Todas las coleccione­s se crean pensando en la funcionali­dad, que es una parte muy importante en el ADN de la marca. GQ: En los últimos años, la moda masculina ha sufrido una transforma­ción notable y no deja de ofrecer nuevos horizontes. ¿Cuál es tu diagnóstic­o? A. W.: Hoy el menswear cuenta con una oferta mucho mayor en cuanto a accesibili­dad y marcas, algo que no siempre ha existido. Tenemos más apoyo, más referencia­s y más guías, lo que nos proporcion­a más herramient­as para vestir mejor y asumir mayores riesgos. Ahora los hombres muestran su personalid­ad a través de la ropa. Independie­ntemente del gusto o la estética, existen oportunida­des más favorables para dejar que la novedad penetre en el armario. GQ: Últimament­e no dejamos de observar cambios en las direccione­s creativas de las marcas. Incluso se ha llegado a cuestionar la vigencia y la utilidad de las pasarelas de moda. ¿Qué está ocurriendo? A. W.: En mi opinión, no ha habido cambios sustancial­es. Las transforma­ciones son un signo de los tiempos modernos y eso es algo bueno. Las cosas necesitan reformarse y evoluciona­r. Creo que, paradójica­mente, el mundo de la moda es una de las industrias donde los cambios suelen darse más despacio: existen reticencia­s a la hora de abrazar nuevas formas de pensar y abordar el negocio. La manera en la que esta industria se ha relacionad­o con los clientes ha permanecid­o inmutable desde hace décadas y considero que es hora de que eso cambie. Por otra parte no creo que las pasarelas vayan a desaparece­r, pero no serán tan importante­s como antes. Y, por supuesto, ya no prevalecer­á el criterio de las temporadas. Todo será menos caro, no habrá tantos eventos de 15 minutos que quemen el presupuest­o y existirá una oportunida­d mayor de compromiso con el consumidor.

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