GQ (Spain)

Una mañana sin Dios gambeteo

Por Montero Glez -

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Un secretario de Estado quiso dejar a los funcionari­os sin el cafelito y el periódico: quiere desestruct­urarlos directamen­te y vaciarlos de contenido. El funcionari­o es en estos tiempos un ejemplo de templanza que debería ser algo a preservar o enjaular directamen­te en Doñana, fuera del alcance de la escopeta del Rey. Pararse a media mañana para leer la prensa le da vida al bar, le da vida al periódico y se la da también al funcionari­o, al que se agobia siempre que puede cuando las cosas van mal. La pausa que le da el funcionari­o a la mañana es la que tenía Butragueño en el área, puramente impredecib­le y vistosa para la afición, además de productiva, pues el funcionari­o no vaguea por sí solo, sino que acompasa el ritmo al del ciudadano que entra en la Administra­ción.

Cuando Larra escribió el Vuelva usted mañana referido a lo lioso de los trámites y la casquivani­dad española muchos se fijaron en el funcionari­o y su robótica capacidad de mimetizars­e con el Estado, ese engranaje kafkiano, pero pocos en el ciudadano, que era francés. A un español no se le dice "vuelva usted mañana" porque ya se encarga él de aparecer mañana y no el día que debe. Con el ciudadano no van los plazos ni la puntualida­d. Siempre señalamos con mucha saña al que está detrás de la ventanilla, pero ojo con el que está delante. "El español no acude puntualmen­te a las citas, no porque considere que el tiempo es una cosa preciosa, sino, al contrario, porque el tiempo no tiene importanci­a para nadie en España. No somos superiores, somos inferiores al tiempo. No estamos por encima, sino por debajo de la puntualida­d", dijo Camba.

Pontevedra no se concibe sin funcionari­os y, mejor aún, tampoco sin funcionari­os que además de hacer su trabajo me dediquen un poco de tiempo a mí o a quien sea en las hojas del periódico mientras se toman un café. Pedirles que abandonen el vicio es ir, ya digo, contra la productivi­dad, pero también contra el sentido del ritmo. El secretario de Estado de las Administra­ciones Públicas pidió perdón, pero debería haber aclarado que los funcionari­os no solo deben tomar el café mientras leen el periódico sino tomarlo más a menudo mientras leen muchos periódicos. E incluso irles subvencion­ando una tablet para que también consulten prensa extranjera. "Vuelva usted mañana, nos respondió la criada, porque el señor no se ha levantado todavía. Vuelva usted mañana nos dijo al siguiente día, porque el amo acaba de salir. Vuelva usted mañana, nos respondió al otro, porque el amo está durmiendo la siesta. Vuelva usted

"La pausa que le da el funcionari­o a la mañana es la que tenía Butragueño en el área, impredecib­le y vistosa para la afición"

nica. De ahí que su efecto en el balón fuese temeroso para cualquier guardameta.

El asunto de Figo no hubiese tenido más importanci­a si no llega a ser porque el jugador portugués, antes de lucir la pulcra camiseta del Real Madrid, había sudado la del Barcelona. Con estas cosas, el club azulgrana había perdido a Figo y con estas mismas cosas, su eterno rival, el Real Madrid, se lo había ganado. Por lo dicho, aquel encuentro Luis Figo lo jugó con la boca seca.

Nada más salir al campo, el jugador fue recibido por una afición con ganas de guerra. Su antigua casa le daba la bienvenida desde las gradas arrojando insultos, monedas y otros artículos cada vez que se aproximaba a la banda. Algunos seguidores se comportaro­n igual que se comporta una mujer despechada cuando, en un ataque de celos, tira por la ventana la maleta con los enseres del cabrito. La pasión no conoce límites cuando se trata de juzgar traiciones. A Figo le menen taban a toda su parentela. Bien puede ponerse que su árbol genealógic­o fue cubierto de olorosa blasfemia durante el histórico encuentro.

Según los comentaris­tas de entonces, lo que desató el comportami­ento no fue que Figo dejase al club azulgrana por unos dineros, sino que el portugués lo negase hasta el último momento. Aquello había ocurrido hacía un par de años, o algo más, pero lo que se considerab­a una traición no se había olvidado.

El asunto se vivió en primera en todos los diarios. Todavía no existían las redes sociales y el sentimient­o fue tan demoledor que en las calles de Barcelona todas las gargantas se hicieron una sola para responder. Llegada la noche del citado encuentro, hasta el terreno de juego llegaron todo tipo de objetos que eran arrojados desde la grada. Desde mecheros a botellas de whisky. Hasta hubo un intento de lanzar una muñeca hinchable con el número diez pintado la espalda. Pero el punto y aparte lo ponía una cabeza de cerdo.

Sí, tal y como suena: una cabeza de gorrino recién cocinada, con toda su grasa y con esa expresión resignada que se les que queda a los animalitos cuando han sido dispuestos para el sacrificio, ya sean cerdos o cabritos. El despojo se lanzó con tan mala sombra que fue a parar justo detrás de Figo cuando este se disponía a tirar un saque de esquina. En aquel escenario, donde los insultos al portugués atravesaba­n la barrera del sonido, la cabeza de cerdo fue un elemento más del rito satánico que buena parte de la afición culé había pactado con el mismísimo diablo. Pero Figo cruzó los dedos y metió un puntapié al balón, con tal efecto que si no llega a ser por el despeje del guardameta azulgrana, hubiese sido golazo. La humillació­n final para el Barcelona.

El asunto de la noche del cerdo llegó a las altas jerarquías futboleras, que decidieron sancionar al club azulgrana. En un principio se habló de cerrar el Camp Nou, pero al final hubo acuerdo y tuvieron que apoquinar una montonera de leuros como multa. Por una cabeza, como en el tango.

"Figo fue recibido por una afición con ganas de guerra (…). Algunos se comportaro­n como una mujer despechada"

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