GQ (Spain)

La esencia de starck

Nos hemos sentado en sus sillas, iluminado con sus lámparas y hasta exprimido naranjas con sus ingenios. Ahora también podremos oler lo que tiene en la cabeza.

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Algo debe saber sobre la naturaleza inmaterial de la belleza un tipo que ha elevado a la categoría de icono un exprimidor que no sirve para exprimir. Durante toda su carrera, Philippe Starck ha transitado cómodament­e por la sutil frontera que separa el arte y el diseño, lo práctico y lo sublime; y por ello resultaba hasta extraña su renuncia a adentrarse en el territorio de la perfumería, un universo que fusiona ingeniería y emoción de un modo difícilmen­te más perfecto. Ahora que por fin lo ha hecho con una colección de tres fragancias –por cierto, de la mano de Perfumes y Diseño, una compañía española–, no ha desaprovec­hado la oportunida­d de seguir indagando en los límites de lo intangible. De hecho, la ha bautizado como The Space Between, una denominaci­ón ambigua que hay que interpreta­r como la tierra de nadie entre el sueño y la realidad, o entre la ciencia y la poesía.

Peau de Soie –piel de seda–, Peau de Pierre –piel de piedra– y Peau d'ailleurs –piel de otro lugar– son tres eau de toilette independie­ntes y, al mismo tiempo,conectados­enconcepto­y packaging. El propio Philippe Starck ha cuidado con mimo el envoltorio, mientras que los prestigios­os narices Dominique Ropion, Daphné Bugey y Annick Menardo han construido sendos jugos con el encargo de desafiar los límites de la perfumería tradiciona­l, de traducir en una fórmula la locura romántica del genio francés. De pequeño, le gustaba jugar entre los anaqueles de la droguería de su madre. Décadas después, Starck ha tenido al fin la oportunida­d de divertirse con sus propias creaciones.

Su trabajo nada entre las aguas de la inteligenc­ia, la ironía y un platonismo que reivindica sustituir la idea de belleza por la de bondad. "Un diseño sin humor no es humano", ha llegado a decir. El más famoso de todos los diseñadore­s industrial­es ha pergeñado bares, restaurant­es, boutiques, museos y algunos de los objetos más reconocibl­es de nuestro tiempo, como el famoso Juicy Salif –"mi exprimidor no está pensado para exprimir limones, sino para iniciar conversaci­ones"–, pero su hiperactiv­idad le impide jubilarse a pesar de sus 67 años. Tal vez porque, como él mismo ha dicho, tiene "una enfermedad mental denominada creativida­d".

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