METANOSTALGIA ¿Por qué algunas series no han sido recuperadas?
Frente a todo el revisionismo que están llevando a cabo los programadores actuales, hay series que es preciso paladear simplemente extrayéndolas de la cápsula del tiempo en que fueron depositadas. Quizá sea el ejercicio de nostalgia más puro. por Alberto
DEL MISMO MODO QUE EXISTE UN CONSENSO casi unánime a la hora de establecer que El regador regado, de Louis Lumière, fue el primer filme argumental que se rodó; Viaje a la luna, de Georges Méliès, la primera ciencia ficción y El cantor de jazz, la primera cinta sonora, con las series de televisión es algo más difícil establecer cronologías rígidas, aunque una búsqueda despistada en internet te dirá que los años 50 no pueden ser entendidos sin I Love Lucy, madre de todas las sitcoms. Aquel humor blanco para niños y mayores poseía todas las capas de intratexto que sus a veces atormentados guionistas tuvieron a bien colar entre líneas (lee la reciente Funny Girl de Nick Hornby y lo comprobarás), pero su interfaz resultaba tan jabonosa que hoy no podrías revisitarla ni como ejercicio de espeleología antropológica.
Ahora saltemos 30 años hasta Steven Bochco y sus dramas de comisaría (Canción triste de Hill Street) que, en un ejercicio de digresión, dejaron de hablar de los cacos para centrarse mejor en las cuitas personales de los agentes que perseguían a esos cacos. David E. Kelley y sus series de abogados ahondaron en la nueva vía aún de manera mainstream, y no fue hasta que el bisoño David Chase (que acabaría inaugurando la edad de oro con Los Soprano) se sacó Doctor en Alaska de la manga que conocimos la dramedy eterna, la serie que no necesita remake, la quintaesencia del cofre de DVD sobre el que supondría sacrilegio edificar de nuevo.
Hay series de las que otros compañeros hablan en las ventanas vecinas que han sido relanzadas 20 años después o directamente reseteadas, pero quizá el modo más puro de nostalgia que nos queda sean aquellos tótems químicamente eternos cuya revisión es posible sin sombra de vergüenza ajena. Un pueblo perdido en la fría Alaska como metáfora del lugar donde no queremos estar habla del extrañamiento y de la soledad que todos hemos experimentado alguna vez y que nos ha hecho agazaparnos en el sofá con una manta y un bol de helado o que nos ha alienado precisamente por esa adicción. Y por eso el doctor Fleischman [spoiler: boutade] es la única pieza que extraída de la historia de la televisión tumbaría todos los naipes del castillo.
ARMA LETAL