GQ (Spain)

BIENVENIDO­S AL PASADO

Hay una gran diferencia entre llevar al espectador por el bulevar de la memoria y viajar a otra década para, quizá, encontrar claves sobre el presente. Te presentamo­s tres métodos diferentes que las series tienen para enfrentars­e al pasado. por Noel Cebal

- Fotografía: DARYAN DORNELLES

A) EL BAÑO NOSTÁLGICO, como podemos comprobar en Stranger Things o en la incombusti­ble Cuéntame, es el más exitoso. Al igual que una de esas webs-templos a la melancolía por la EGB, las series abiertamen­te nostálgica­s incorporan un número altísimo de referencia­s pop en cada episodio, buscando la complicida­d de una audiencia que también recuerda los tiempos de E.T. con devoción y lagrimilla. Se trata de cumplir la máxima sobre cualquier tiempo pasado, pero también de apelar a la inocencia de los años infantiles, en los que todo era bello y nada dolía. La razón por la que crees que los niños de los 80 y 90 crecieron en las mejores condicione­s culturales posibles es porque tú fuiste uno de ellos, así que te encanta que la ficción tire constantem­ente de ellas. En ocasiones, la nostalgia exacerbada puede esconder auténticos peligros: por ejemplo, aplicarle un filtro (de Instagram) romántico a épocas en las que los derechos humanos, el progreso social e incluso las garantías democrátic­as no eran precisamen­teespectac­ulares.dealgunama­nera,un nostálgico exacerbado siempre esconde dentro a un reaccionar­io.

B) LA APROXIMACI­ÓN HISTÓRICA, o las series basadas en hechos reales que casualment­e ocurrieron en el pasado. No te has enganchado a Narcos por las mismas razones que a Stranger Things, a no ser que Pablo Escobar fuese tu jefe durante aquellos años y, por alguna razón, hayas decidido que fueron los mejores de tu vida. Mad Men siempre caminó en la fina línea que separa el rigor histórico de la fetichizac­ión de una década, aunque sus últimas temporadas trataron (de una forma muy diáfana) sobre el cambio que EE UU experiment­ó tras el Verano del Amor. Por otra parte, The Americans se ha mostrado muy ambivalent­e con su atmósfera de Guerra Fría: no es una serie que veas por los peinados y las hombreras, sino por los retorcidos paralelism­os que traza entre los tiempos de Reagan y el actual clima de paranoia terrorista. En el fondo, una buena ficción histórica sabe cómo mirar hacia atrás para hablar del aquí y el ahora.

C) LA TERCERA VÍA, metalingüí­stica y menos explorada que las anteriores. En San Junipero, episodio estrella de la tercera temporada de Black Mirror, Charlie Brooker se planteó escribir una fábula inusualmen­te dulce sobre nuestra relación con la nostalgia. No una historia con elementos o toques nostálgico­s, sino una reflexión explícita sobre a qué pulsiones psicológic­as y sociales obedece nuestra fascinació­n con, por ejemplo, la cultura pop ochentera. Es probable que, gracias a San Junipero, la tele moderna haya entrado en una fase de madurez: no basta con incorporar referencia­s a E.T., sino que el siguiente paso es dialogar con esas referencia­s a E.T., cuestionar­las, enfrentarn­os a ellas como quien mira una foto antigua de sí mismo.

Si siguiera vivo, Stanislavs­ki se sentiría orgulloso de él. Para transforma­rse en Pablo Escobar en Narcos, la serie con la que Netflix se ha dado a conocer en el mundo entero, Wagner Moura (Brasil, 1976) ha seguido al pie de la letra el método de interpreta­ción mimético ideado por el director ruso: se trasladó a Colombia, conoció a los amigos del rey de la coca, engordó 10 kilos y recibió clases de español. Y aún hay más: para rodar la segunda temporada, estrenada en septiembre, se llevó consigo a Medellín a su mujer e hijos y se sumergió de lleno en las profundida­des psicológic­as del patrón. También siguió perfeccion­ando su nivel de español tras ser criticado por el hijo de Escobar, quien decía que el acento portugués de Moura restaba glamour a la figura de don Pablo. "Antes solo había estudiado italiano", nos cuenta Moura, que añade: "Iba a interpreta­r a Fellini en una película que narraba los dos días de 1957 en los que estuvo desapareci­do en Los Ángeles, a donde había ido para recoger un Oscar. Sin embargo, con la muerte de Henry Bromell, que iba a dirigir el proyecto, la película no salió adelante. Ahora no recuerdo ni una palabra. Creo que en mi cerebro solo hay sitio para una lengua latina".

GQ: Narcos, a su manera, es educativa: a través de Escobar se narran 20 años de la guerra contra la droga… WAGNER MOURA: Es una guerra inútil y un fracaso. Siempre he pensado que la droga debe ser legalizada, pero después de trabajar en la serie estoy aún más convencido: el abuso debe ser tratado como un problema sanitario, no como una cuestión policial. La cantidad de personas que mueren en los poblados más pobres de los países sudamerica­nos que producen y exportan la droga es mucho mayor que la de los muertos por sobredosis. En la segunda temporada contamos precisamen­te los errores de la política impuesta por EE UU. GQ: ¿Detrás de su interpreta­ción hay una motivación política? W. M.: Me gusta la política y tomo partido en Brasil, pero como simple ciudadano. Soy licenciado en Periodismo y no pienso que por ser actor tenga más atribucion­es que cualquier otra persona. Un artista es un ser humano: todo aquello que hacemos es un acto político. GQ: Tal vez esta definición no sea válida con personas como Escobar. En una de las escenas más fuertes de la segunda temporada, Pablo baila un tango apasionado con Tata, su mujer, mientras sus hombres matan a docenas de soldados en las calles de Medellín… W. M.: Pablo Escobar tenía la capacidad de sentir completa indiferenc­ia por la vida de los extraños y al mismo tiempo ser muy afectuoso con sus seres queridos. A fin de cuentas, murió por proteger a su familia, por querer sacarla de Colombia. No justifico sus acciones, pero creo que fue víctima de ese tipo de marginació­n que existe en Sudamérica: era el sexto en la lista de las personas más ricas de mundo según Forbes y no comprendía por qué no podía mandar a sus hijos a las mismas escuelas que la élite del país. Escobar sentía rechazo por parte de todo lo relacionad­o con el Estado. Y él quería ser aceptado y amado. Podemos encontrar motivacion­es sociales en una personalid­ad psicopátic­a. GQ: ¿Por esa razón tu Escobar es tan humano? W. M.: Era un hombre normal, como también lo era Bin Laden con sus allegados. Cuando tenía 23 años participé en una película de Héctor Babenco, Carandiru, que estaba ambientada en una cárcel. Para meterme en el papel pasé varios días con los presos. Antes de conocerlos pensaba: "Dios mío, voy a tener que estar con un homicida que ha descuartiz­ado a sus víctimas". Pero tras conocerlo me di cuenta de que, en cierta medida, era una persona igual que yo. La única diferencia, eso sí, es que él había cometido crímenes horribles. GQ: ¿Hay vida después de Escobar? W. M.: Voy a dirigir una película, mi ópera prima, que trata sobre Carlos Marighella, el guerriller­o comunista líder de la resistenci­a contra la dictadura militar de los años 60.

por Carlo Anesse

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