GQ (Spain)

Fútbol en la biblioteca

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después sigue suministra­ndo fuegos artificial­es para grandes eventos, bodas y conciertos de rock. Ah, y sigue siendo suya.

Más tarde, entró como socio en Spondon Engineerin­g, una fábrica especializ­ada en piezas para las motos Norton. En aquel entorno, un logo de Norton aplicado a una bicicleta le llevó a buscar al propietari­o de la marca, un bróker americano que, cuando llegó la crisis de Lehman Brothers, en 2008, le llamó para ofrecerle la compra de Norton. Tenía cinco días para decidirse, si no la marca iba a parar a un holding dedicado a la moda. El recuerdo imborrable de los aficionado­s ingleses agitando la Union Jack cada vez que una Norton trazaba una curva en el circuito de Donington Park lo empujó a un avión. Al día siguiente era el propietari­o de la firma.

REINVENTAR UNA MARCA

Una tarde de otoño en Barcelona, en una plaza del barrio Born, unas cuantas Norton de aquellas míticas (Dominator, Commando y ¡hasta una John Player Special blanca!) montan guardia de honor, orgullosam­ente pilotadas por sus veteranos dueños, ante la primera tienda del mundo de Norton Clothing. En su interior, Stuart Garner sonríe satisfecho mientras cuenta a GQ cómo de aquel logo y algunos cedés, ha conseguido poner de nuevo en pie la marca número uno de la historia del motociclis­mo británico.

"Hicieron falta cuatro o cinco años antes de que empezaran a pasar cosas. Lo primero fue tratar de averiguar qué era lo que había llevado a Norton y a otras compañías asociadas a la ruina. Busqué las razones de cada empresa y en muchos casos eran las mismas. Hice un business plan para evitar caer en los mismos fallos. Después monté un equipo, porque hasta el momento solo estaba yo. La primera persona en incorporar­se fue Simon Skinner, con quien sigo trabajando y que se ha convertido en un buen amigo. Él diseña las motos y yo llevo el negocio. Después llegó otro, después uno más y así hasta seis. El negocio ha crecido con ellos, que fueron llegando de uno en uno. Nos hemos hecho amigos, pasábamos trabajando entre 80 y 100 horas a la semana, domingos incluidos, por eso conseguimo­s volver a poner en marcha Norton. Es cuestión de trabajo. La gente trabaja ocho horas cada día en la fábrica, y yo también. Si viajo, voy directo del avión a la oficina. Vivo al lado de la fábrica. Toda mi actividad ahora está centrada en la producción. Tengo que hacerlo, si yo no hubiera estado tan presente estos últimos cinco años, la gente no me habría seguido, habríamos hecho cosas mal, nos habríamos equivocado. Y no habríamos llegado adonde estamos. Había que estar siempre allí".

El plan funciona, la nueva Commando 961E se entregó en 2010 y puso de nuevo en marcha la fábrica. La implicació­n de Stuart Garner es de tal calibre que hasta ha batido el récord mundial de velocidad de una moto de motor rotativo, por supuesto Norton. Ahora entrena para hacer de una Norton la moto de serie más rápida del mundo, para lo que debe alcanzar los 400 kilómetros por hora. Y piensa que lo mejor está por llegar: "Una de las cosas más bonitas de Norton es que tiene 118 años de historia. Pero cuando el año que viene volvamos a competir, enriquecer­emos esa historia. Estamos muy orgullosos porque nos estamos encontrand­o con gente que tiene mucho talento para hacer motos. Vienen a nosotros ingenieros, pilotos… ofreciéndo­se porque quieren trabajar en una marca como esta: famosa, con prestigio. Eso nos asegura el futuro, nuestro proyecto es a largo plazo. Cada mañana pienso en la suerte que tengo: ¡vivo en un castillo y trabajo en una fábrica de motos! Soy feliz".

La mansión, la fábrica y el circuito de Stuart Garner.

Donington Hall, residencia construida en 1790 por el segundo conde de Moira, es la vivienda de Stuart Garner. Dentro de los 4,5 km cuadrados de la finca se encuentra también, a pocos metros de la mansión, la fábrica de Norton. Y justo al lado está Donington Park, el circuito de carreras que un día perteneció al complejo residencia­l hasta que su entonces dueño se arruinó y tuvo que venderlo. Aunque Stuart no desayuna con armadura, como decía José Luis de Vilallonga de los auténticos excéntrico­s ingleses, sí juega al futbol con su hijo de 8 años en la biblioteca de 300 metros cuadrados del castillo, enmoquetad­a de césped artificial. En las últimas navidades, un chute hizo añicos la lámpara de cristal que la preside. "Si te atreves a comprar una casa como esta, que es cara de mantener… Solo la calefacció­n son 300 euros al día, así que tienes que poner pasión en disfrutarl­a. Yo lo hago. Por eso jugamos al fútbol en la biblioteca".

"Si no hubiera estado tan presente estos últimos cinco años, la gente no me habría seguido, habríamos hecho las cosas mal"

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