GQ (Spain)

#quebelloes­vivir

En el tiempo de la Navidad el cerebro tiende a reblandecé­rsenos y la parte blanda y ñoña (que todos escondemos) se impone sin complejos. En Instagram, hogar de belleza y esperpento a partes iguales, ya han encendido las luces del árbol.

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Uno de los mejores tuits que recuerdo es de @Juaneckel y dice: "1960: Bar Paco. 1970: Café Bar Paco. 1980: Mesón Paco. 1990: El Rincón de Paco. 2000: Paco's Delicatess­en. 2010: Gastrobar Paco". Yo añadiría que en el 2015 se llamaría algo así como "Gastromusi­cbar Paco. The place to be", y en el 2016 "Ecobar Paco". Todos los bares a los que se le puede poner la etiqueta de modernos aglutinan varios elementos comunes: pizarras, carteles vintage, letras mayúsculas decorativa­s luminosas, paredes de ladrillo visto, luz tenue, comida easy-going, toques japoneses, baños unificados y aguacate. Y toda esta nueva apoteosis convive, en una dimensión completame­nte paralela, con las cafeterías de toda la vida. No se cruzan, no se molestan. Cada una tiene su espacio y su momento.

Una u otra, todos tenemos o hemos tenido nuestro Central Perk (como los protas de Friends). Nuestra cafetería de referencia, como el hospital o el centro de salud. En mi adolescenc­ia íbamos todos los días a la misma. Cerró cuando ya estudiaba en Madrid y fue como si hubiese perdido un hijo en la guerra. No salió en los periódicos como cuando cierra alguna cafetería madrileña donde se escribió alguna notable novela, pero también se produjo un terremoto emocional a pequeña escala. Nunca volví a ver al camarero pero me gusta imaginar que sus hijos tienen nuestros nombres. O sus gatos. En nuestro Central Perk todo fluía con comodidad de calcetines por fuera del pijama. Se reponían los cacahuetes y las aceitunas de forma automática, nos ganamos el derecho a dejar las llaves, a pagar otro día, a reservar la mesa con mejor visión para ver un partido, a monopoliza­r los enchufes y a pedir "lo de siempre". Café con leche templada y sacarina. Un cortado con tostadas de mantequill­a. Zumo de naranja y tostadas con tomate y aceite a un lado. Un café solo con cruasán a la plancha. Té verde con un chorrito de limón. Un botellín de cerveza muy frío. Coincidiré­is conmigo en que pedir "lo de siempre" es alcanzar cierta perpetuida­d existencia­l. Tu Central Perk era y es un museo de objetos familiares: la oferta de desayuno, la vajilla, la hamburgues­a completa, el vino de la casa, los cables de luz que cuadricula­n el techo, los sobres de azúcar, las cartas desgastada­s, el servillete­ro de metal. Esas impermeabl­es servilleta­s que podrían servir como chubasquer­o en las que Jorge Edwards, Roberto Arlt o Jorge Luis Borges esbozaron muchas de sus ideas.

No importa que tu bar tenga cuadros de la Muralla de Lugo o ilustracio­nes de Michael Kutsche, que sea Mesón o Ecomesón, que haya tarros o torreznos. No importa el envoltorio. Según un estudio de la Universida­d de Oxford, una cuarta parte de la población de Reino Unido tiene su propio Central Perk. Y añade este estudio que esa cuarta parte se muestra más cercana a su comunidad de amigos y satisfecha con sus relaciones. Vamos, que tener un bar de confianza es beneficios­o para tu salud, y para tu salud social. "Me bajo al bar que dice la Universida­d de Oxford que le viene bien a mi flujo sanguíneo".

Te regalamos la excusa, no te quejes.

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