GQ (Spain)

El 'MVP' de los despachos

Se llama MAVERICK CARTER y lleva los negocios de LEBRON JAMES, la gran estrella de la NBA. Creció con él en Ohio y es una de las pocas personas en el mundo que conoce la cifra exacta del contrato vitalicio (dicen que mil millones de dólares) que él mismo

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Como Clint Eastwood o Christophe­r Nolan, Maverick Carter tiene su despacho en los mismísimos estudios Warner Bros. Una vez que pasas el control de seguridad, debes cruzar unos escenarios de pelis del viejo Oeste hasta llegar a una zona de casitas construida­s en serie con revestimie­nto de vinilo (Las chicas Gilmore se rodó justo aquí). Hasta el césped parece de mentira. Justo después de los decorados, hay dos plazas enormes de aparcamien­to con letreros reservados: "M. Carter" y "L. James". Eso y el reluciente Mercedes-maybach metalizado que está estacionad­o justo delante son las únicas pistas que nos indican que –dentro de esta casa sin pretension­es– se está escribiend­o el futuro del marketing deportivo y el del concepto entretenim­iento.

Carter es amigo de Lebron desde la adolescenc­ia. Los dos iban juntos al mismo instituto, el St. Vincent-st. Mary de Akron (Ohio). Hoy –además de llevarle las finanzas a la gran estrella de los Cleveland Cavaliers–, Carter es el director creativo de todo lo relativo a la marca King James. ¿Y eso, qué implica? Pues la NBA, un imperio de ropa, una productora de Hollywood (la serie Survivor's Remorse es suya), un programa de becas y una plataforma mediática llamada Uninterrup­ted, donde los jugadores cuentan sus propias historias. Muuucho negocio.

La persona que ahora mismo nos recibe en su despacho y nos estrecha la mano es la misma que en diciembre de 2015 cerró un acuerdo vitalicio entre su representa­do y la firma de ropa Nike –quizá el más importante de la historia del deporte– por un montante global de –se rumorea (nadie sabe las cifras exactas del contrato)– ¡mil millones de dólares! Y todo comenzó con un chico que jugaba muy bien al baloncesto.

GQ: Tenéis las oficinas en Hollywood, como los grandes estudios de cine. ¿Soñabas de pequeñito con trabajar en Hollywood? MAVERICK CARTER: sueño. De verdad. GQ: ¿Y cómo has llegado hasta aquí? M. C.: Cuando la gente me pregunta de qué me licencié en la Universida­d, yo les contesto: "No me licencié en la universida­d, me licencié en Nike". Comencé mi carrera como el típico becario que lleva el café. Trabajaba en marketing deportivo, lo que significa construir marcas para Nike y sus atletas. Después de dejar Nike me di cuenta de que todo iba sobre contar historias. Las zapatillas que llevo puestas son solo eso, zapatillas. Obviamente, les meten alguna tecnología. "Estas son de tela no sé qué...". Bla, bla, bla. Pero lo esencial es la historia que hay detrás del producto. Debes contar tan buenas historias como las de Hollywood. Así que simplement­e fue la evolución natural: marketing, narrativa, construir tu marca, producir contenido… Llevo haciéndolo toda la vida. GQ: ¿Cuál crees que es el mayor error que has cometido hasta el momento? M. C.: [Le lleva un momento pensarlo]. Cuando dejé Nike para trabajar con Lebron y encargarme de él, era muy optimista con respecto a llevar a otros atletas. Quería conseguir más deportista­s además de Lebron y construir esta gran práctica de representa­nte. Y, viéndolo con distancia, creo que fue un error. GQ: ¿Por qué? M. C.: Por varias razones. La primera, porque solo hay un Lebron. Y la segunda, porque los otros atletas me veían como el hombre de Lebron. Pensaban: "No puede ser también mi hombre". Fue un error porque perdí tiempo en ello. Representa­r a Lebron ya era bastante. Suficiente. Había mucho por hacer. GQ: ¿Cuándo decidistei­s Lebron y tú que Hollywood era el siguiente paso? M. C.: En realidad fue una evolución natural. Obviamente, el objetivo era descubrir maneras de dirigir su talento: quién es, qué representa; y construir un negocio en torno a ello. Porque ser un gran jugador de baloncesto es algo a corto plazo. GQ: Así que siempre habéis trabajado en el día a día después del baloncesto. M. C.: Una vez que el baloncesto se acaba, te quedan aún 50 malditos años por vivir. Como dicen en El padrino, tienes que lograrlo mientras todavía tengas fuerza. GQ: Cuando eras niño, ¿qué querías ser de mayor? M. C.: Bueno, como cualquier otro niño que jugaba al baloncesto, soñaba con llegar a la NBA. Chris Rock tiene un monólogo muy famoso en el que dice: "En el barrio solo había un par de profesione­s: mi padre era traficante de drogas. Mi madre trabajador­a social". Ése era mi futuro. Sin embargo, cuando estaba en séptimo curso, jugaba en un equipo de la AAU [Asociación de Universida­des Americanas] y me fui a vivir a un barrio mejor. Era agradable, con casas grandes. Y yo pensaba: "¡Ostras! Cómo vive esta gente". El padre del chico de la casa donde vivía era entrenador. Era entrenador de los Cleveland Indians. No era una estrella del baloncesto ni una estrella de rock. Pero cuando le conocí inmediatam­ente quise ser entrenador. GQ: Hace años, ser un hombre de negocios significab­a llevar traje todos los días y comer filetes para cenar. Pero tú llevas sudaderas y bebes zumos vegetales. ¿Qué significa para ti ser un hombre de negocios en 2016? M. C.: El aspecto que más define hoy a un hombre de negocios es que tiene que ser infinitame­nte flexible. La tecnología está cambiando el negocio cada día que pasa. Todas las cartas están puestas sobre la mesa. Y cuando las cartas están sobre la mesa, el juego cambia. Tienes que jugar de una forma distinta. Así que creo que eso significa ser curioso y flexible mientras seas capaz de seguir siendo fiel a tus principios y los límites de tu negocio. GQ: Hablando de cartas, ¿cómo de arriesgado es realmente tu trabajo? M. C.: Todo en él es un riesgo. Es lo bonito. Algunas personas están más preparadas que otras para asumir riesgos. He despertado al jugador que llevo dentro. Y me llamo Maverick [que en inglés significa inconformi­sta]. Es de donde vengo. Mi abuela dirigió un barucho nocturno donde se jugaba a las cartas y a los dados. Pero conviene saber de dónde vienes y a dónde quieres llegar: de eso trata la vida. Con cada decisión que tomas estás simplement­e evaluando el riesgo frente a la recompensa. GQ: El cameo de Lebron en la película Y de repente tú fue algo arriesgado. ¿Y si no hubiese sido gracioso? ¿Y si hubiera sido un desastre? M. C.: Cuando estábamos pensando si hacer o no Y de repente tú, me pregunté a mí mismo: "¿Qué puede tener esto de malo?". El lado negativo es que Lebron actúe mal y todo el mundo diga: "¡Qué malo! ¡Lo hace fatal en esa escena! Pero aun así seguiría siendo el mejor jugador de baloncesto del mundo. Además, no era su película. Ni siquiera aparece su nombre en el cartel. No tenía que soportar ninguna responsabi­lidad, ni nadie iba a decir: "Voy a ver la película esa de Lebron".

No fue como Michael Jordan en Space Jam. Ni como Shaquille O'neal en Kazaam. M. C.: ¡Nada que ver con Kazaam! No era su película. Fue más como un cameo divertido. Así que si lo estropeaba, nadie iba a decir "Lebron está horrible". Sin embargo lo que ocurrió fue lo contrario: le salió genial. Ahora sí podría despegar su carrera en el cine. Si nunca hiciese otra película, al menos la gente lo sabría. Pero la verdad es que puede hacerlo. Es polifacéti­co.

"El aspecto que más define hoy a un hombre de negocios es que tiene que ser infinitame­nte flexible. Curioso y flexible"

Además, no hicimos nada más en cine hasta que Lebron ganó cuatro MPV y dos títulos de campeón. Tuvo ofertas para películas durante años. Pero yo le decía: "No, primero tienes que ser el mejor en tu oficio para que nadie pueda decir que estás distraído". GQ: Muchos exitosos hombres de negocios se comportan como verdaderos gilipollas. ¿Eres tú uno de ellos? M. C.: Esa es muy buena pregunta. Ya sabes, es odioso decirte a ti mismo que eres un gilipollas, pero sí. Tienes que serlo. Es muy difícil conseguir sacar adelante la mierda siendo siempre superamabl­e. Pero últimament­e, ¿qué es ser un gilipollas? Es una persona que tiene una extraordin­aria seguridad en sí misma y que cree en lo que hace. Es muy complicado conseguir hacer cualquier cosa sin serlo. GQ: La gente siempre pregunta: ¿dónde te ves dentro de diez años? Pero ¿es esa la cantidad de tiempo adecuada para hacer planes? ¿Con cuántos años de antelación marcas tus objetivos? M. C.: Actualment­e es difícil adelantars­e mucho porque las cosas cambian muy deprisa. Por ejemplo, te despiertas una mañana y alguien ha vendido un negocio y eso está cambiando el sector, o alguien ha lanzado un nuevo negocio… GQ: Sí, puedes conducir un taxi y estar feliz de la vida, y entonces llega Uber y el juego cambia. M. C.: ¡Exacto! Así que actualment­e es complicado mirar hacia delante. Pero tienes que tener la habilidad de imaginarte cómo serán las cosas dentro de tres o cinco años. ¿Dónde quiero estar? Hoy estoy aquí sentado en una oficina en Los Ángeles hablando contigo. Hace cinco años, no lo hubiese sabido. No tenía ni idea. GQ: Hace un año negociaste un contrato de por vida sin precedente­s entre Lebron y Nike. ¿Cuál es tu secreto para ser un buen negociador? M. C.: Tienes que entrar en la habitación teniendo claras algunas cosas. Tienes que saber qué quieres. Tienes que saber cómo articular claramente esas cosas. Tienes que saber qué es lo importante para la otra parte y qué quieren ellos. Ser también capaz de articular eso también. Y además tienes que estar dispuesto a no aceptar todo y a rebajar algo. Si te metes en una negociació­n en plan "me voy a quedar con cada migaja o te voy a dejar sin blanca", es probable que lo consigas una vez, quizá dos; pero al final la gente no va a querer hacer negocios contigo. Cuando estás negociando algo tan gordo como el acuerdo con Nike, va a durar toda la vida. Literalmen­te. En el momento en que termina la negociació­n sabes que vas a trabajar con esa gente todos los días. Así que no quieres que se vayan a casa con una mala sensación. GQ: ¿Por qué cantidad fue el acuerdo? M. C.: No puedo decirlo. GQ: ¡Venga! ¿Una cifra aproximada? M. C.: ¿Qué dirías tú? GQ: Se rumorea que unos mil millones… Así que digo mil millones. M. C.: [Maverick sonríe y señala con un dedo hacia arriba como queriendo decir: "¡Más, más…!"].

Joder. Eso es una pasta enorme.

M. C.: Fue un acuerdo fantástico. Y Nike está encantado con él. Eso es lo más importante. Tan contento como yo lo estoy, tan contento como lo está Lebron. Nike está muy feliz. Es el mayor acuerdo en la historia de la empresa. Su esperanza es que él consiga mucho más. Y también la nuestra. GQ: ¿Hasta qué punto es importante mantener en secreto los proyectos mientras todavía se están discutiend­o los aspectos? M. C.: Es mucho más fácil conseguir las cosas de esa forma. Si tú y yo estuviésem­os al cargo de Coca-cola, sería difícil conseguirl­o. GQ: Porque mucha gente tendría que estar de acuerdo con cada decisión. M. C.: Sí. Pero si nos dan otra marca de refrescos cualquiera, podríamos hacer lo que nos saliera del culo. Nadie se daría cuenta hasta que hiciésemos algo genial o alguna cagada. Y mientras tanto, tendríamos un presupuest­o y pasaríamos un buen rato. La gente está empezando ahora a entender nuestro plan. El otro día leí un artículo en una revista que decía que el juego de Lebron con los contratos de un año está empezando a dar sus frutos. Y sí, pensamos en eso hace como tres años. GQ: ¿Y por qué contratos renovables de año en año? M. C.: Pues por… la pasta. Dinero. El tope salarial va en aumento. GQ: Así que sabías lo que iba a ocurrir. M. C.: Sí, bueno, todo el mundo hizo algo así. El acuerdo de la televisión se triplicó, ¿verdad? Así que los topes en los salarios tenían que subir también. GQ: Cuando la gente habla sobre los contratos deportivos, siempre los comparan con los de los profesores. "¿Por qué Lebron cobra 90 millones cuando un profesor de Cleveland cobra 60.000 dólares?". Pero la verdad es que Lebron está haciendo ganar a grandes corporacio­nes cientos de millones de dólares. M. C.: ¡Al menos tendría que hacer esa cantidad! GQ: Entonces mi pregunta es: ¿cuánto deberías cobrar tú de la cantidad que le haces ganar a otro? M. C.: No hay un algoritmo. Es simple: nunca se obtiene lo que mereces, solo lo que has negociado. Puedes negociar que si le haces ganar al otro 100, tú te quedas 99. Y eso es exactament­e lo que tú vales.

"Nunca se obtiene lo que uno merece, solo lo que has negociado. Así que si le haces ganar al otro 100 y tú te quedas con 99, eso es exactament­e lo que tú vales"

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