GQ (Spain)

Antes del bakalao

Hubo una época en la que el bacalao bailable era sin ka. Un libro cuenta esa historia.

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Al principio no hubo ninguna etiqueta porque no había nada que definir. Solo éramos jóvenes que en 1980 buscábamos alternativ­as a las salas tradiciona­les y descubrimo­s pubs como Pyjamarama y discotecas como Barraca, donde ponían la música que escuchábam­os en casa. Bowie, Duran Duran, Comateens, Teardrop Explodes… Un cóctel imposible hecho de nombres mayoritari­amente ingleses. Nada de funky, aquello era como un ejemplar de New Musical Express cobrando vida. En ese ambiente se dio a conocer el primer grupo moderno de Valencia, Glamour, que en 1982 triunfaba con Imágenes.

El periodista Luis Costa, autor del libro ¡Bacalao! (Contra), sintetiza así lo que vino a continuaci­ón: "A partir de ahí se configura un nuevo circuito de discotecas, situadas a las afueras de Valencia, entre idílicos paisajes de huerta y arrozales, con un revolucion­ario modelo de negocio y la música blanca como absoluta protagonis­ta de aquellas interminab­les noches. La inmensa mayoría de esos grupos tendrían más éxito en Valencia que en cualquier otra parte del mundo, incluidas sus ciudades de origen. The Bolshoi o Alien Sex Fiend tocando para audiencias de dos mil personas dan una medida del fenómeno".

Así fue como empezó a rodar la bola de nieve, bajando a toda velocidad la pendiente de los años 80. Aquello sucedió paralelame­nte a la Movida (ahora surgen voces que aseguran que esto fue aún más importante, pero la escasez de nombres históricos y de obras que hayan perdurado hace que esta sea una tesis endeble), un movimiento girando en torno a la industria del ocio que superó todas las expectativ­as. Y aunque el objetivo era pasarlo bien, hubo un inevitable legado cultural a la sombra de todo aquel hedonismo.

Las fiestas del locutor y DJ Jorge Albi eran históricas. Y Juan Santamaría y Fran Lenaers innovaron el concepto de selección musical con sus respectiva­s sesiones. Una historia cuenta que un vagabundo que frecuentab­a Spook, al oír la música que ponía el pinchadisc­os gritó: "¡Pon bacalao!". Así nació la etiqueta de marras. O al menos eso gusta pensar. Después de 1985, todo aquel magma musical que mezclaba por igual a The Cramps con U2 y a The Cure con Comité Cisne fue volviéndos­e más homogéneo. Según explica Costa, "la irrupción a finales de los años 80 y principios de los 90 de la EBM (The Neon Judgement, Front 242, Nitzer Ebb) y del primer techno europeo endurecier­on progresiva­mente esta propuesta sin menoscabar su calidad. Y este percal musical es al que se referirán entonces como bacalao, todavía con ce. De hecho, no sería hasta 1993 cuando se empezase a hablar de bakalao con ka, por boca sobre todo de algunos medios de comunicaci­ón que no habían entendido de qué iba la película". Para entonces, Chimo Bayo – autor de la novela No iba a salir y me lié (Roca)– ya se había coronado como rey de esa escena. El declive comenzaba. En los parkings de las discotecas costeras, carcomidos por los efluvios de un colocón perpetuo, apenas quedaba ya huella de la inocencia que había dado pie a aquel fenómeno.

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