GQ (Spain)

Bill Murray, GQ y una tarde en el MOMA.

TRAGICÓMIC­O, ANTIHÉROE, ICONO DE LO COOL. NOS REUNIMOS CON ESTE INCOMPARAB­LE ACTOR EN UN LUGAR A LA ALTURA DEL PERSONAJE, EN EL EPICENTRO DE LA CREACIÓN CONTEMPORÁ­NEA CON MAYÚSCULAS: EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE NUEVA YORK.

- por Lars Lauren

BILL MURRAY SALE del ascensor con una bolsa de arpillera en cada mano. Mira a izquierda y derecha e, instintiva­mente, elige el camino correcto. Al final del pasillo se encuentra la sala de conferenci­as, donde le recibe el equipo de GQ: una docena de personas nerviosas y entusiasma­das porque en breve estarán maquilland­o, vistiendo y fotografia­ndo a Bill Murray. "¿Dónde está la música?", exclama a modo de saludo. Un asistente propone escuchar a Wham!, que tuvo mucho éxito en otro shooting de la revista hace poco. Pero Murray protesta: "Llevo toda la mañana escuchando a Wham!, mejor otra cosa". Se oyen risas, suspiros de alivio. ¡Qué hombre tan simpático! Empieza a sonar jazz.

Bill Murray tiene fama de ser imprevisib­le y a veces colérico desde que su compañero en Saturday Night Live, Dan Aykroyd, le puso el mote de The Murricane (mezcla de hurricane –huracán en español– y Murray). En otras épocas provocaba peleas continuas en los sets de rodaje cuando no se salía con la suya. Según cuentan, en una ocasión Lucy Liu le soltó una bofetada porque le susurró al oído que era una actriz horrible. También tuvo una disputa airada con su gran amigo y compañero en Cazafantas­mas, Harold Ramis, durante el rodaje de Atrapado en el tiempo. Pero ahora, en una sala de conferenci­as del Museo de Arte Moderno en Manhattan, está relajado y nos cuenta un par de chistes.

Hoy tiene pinta de que va a ser un gran día. Estamos en la sexta planta, en el departamen­to de administra­ción del MOMA, donde trabajan unas 800 personas. Se asemeja bastante a cualquier oficina de una compañía de seguros, donde es habitual que cuelguen también muchas piezas de arte. Pero, claro, no como estas.

MMurray viste una camiseta en la que se lee "Murray Bros. Racing Team" y nos cuenta que un día, conduciend­o su deportivo por la autopista, adelantó a un camión negro con la inscripció­n "Murray Brothers Racing"; y pensó divertido: "Tengo cinco hermanos [además de otras tres hermanas] y siempre nos han encantado las carreras de coches". Así que llamó a los Murray Brothers: "Y resulta que estos chicos importan coches maravillos­os y los tunean. Nos hicimos amigos y me han personaliz­ado algunos en estos últimos años. Incluso me pusieron una pelota de golf en la palanca de cambios de un Volskwagen".

La fama de Bill Murray es un fenómeno singular. Con él, la dinámica es diferente a la que tienes con otros actores del tipo George Clooney o Brad Pitt, que parecen inaccesibl­es o distantes. A ellos nunca nos los encontrarí­amos en la barra de un bar de barrio, ni nos invitarían a una copa, ni nos darían consejos sobre nuestra relación de pareja. Sin embargo, Bill Murray va a menudo al restaurant­e de su hijo Homer en el barrio de Williamsbu­rg en Nueva York, se pone detrás de la barra y charla con los clientes como un auténtico padre espiritual; o lee poemas a los obreros que encuentra en un andamio, o se pone a dirigir el tráfico en un cruce en hora punta, o improvisa una pantomima en un pueblo perdido de Indonesia. Y estas actuacione­s no las hace solo desde que existen Instagram o Youtube. En 1977, recién incorporad­o al programa televisivo Saturday Night Live, se coló en el entierro de Elvis Presley en Graceland. El autor del libro The Big Bad Book of Bill Murray, Robert Schnakenbe­rg, desarrolla esta idea: "El público siente que nunca deja de ser él mismo. No necesita parecer más de lo que es. La gente lo nota: este hombre es tan libre como a ellos les gustaría ser y se sienten atraídos hacia él". Lo que no significa que no deslumbre junto

"ESTE HOMBRE ES TAN LIBRE COMO A LA GENTE LE GUSTARIA SER Y POR ESO SE SIENTEN ATRAIDOS HACIA EL"

a estrellas como Clooney. Hace tres años se dejaron fotografia­r en la Bienal de Venecia empujando con fuerza a un hombre en silla de ruedas a una piscina. "En la Bienal los tipos de Hollywood se dejan llevar", nos explica Murray. "Desde entonces Clooney y yo somos amigos". Poco después del incidente participó en la película de este último, The Monuments Men.

La popularida­d de Bill Murray tiene una fácil explicació­n. No así el ingente negocio que se ha formado alrededor de su persona que, según el rotativo The New York Times, ha adquirido una dimension comparable con la de iconos de la altura de James Dean, Elvis Presley o Albert Einstein. Se venden velas con Murray posando como Jesús, triciclos con escenas de sus películas impresas, maceteros, calzoncill­os, calcetines, figuritas… Por supuesto, Murray nunca ha reclamado a nadie indemnizac­ión económica alguna por ello. En los barrios hipster de Nueva York y Los Ángeles hay bares con fotografía­s de Murray, se ven tatuajes con su retrato o letreros en las ventanas de las casas que rezan "Bill Murray está invitado a pasar aquí la noche cuando quiera".

Para la sesión de fotos de GQ, posa en albornoz en el jardín de esculturas del MOMA, con una pipa en la boca y una revista de crucigrama­s en la mano. En pocos segundos, se arremolina en torno a él un tropel de gente. A nadie le interesan las piezas de Picasso, Ernst o Matisse. Todos los teléfonos apuntan a Bill, que está allí en carne y hueso. Una turista alemana se cuela hasta la primera fila: "Quiero hacerme una foto con usted". Un hindú pregunta: "¿Quién es? ¡Ah, Murray! Mi mujer siempre dice que me parezco a él". Las jubiladas japonesas parece que sientan auténtica adoración por el actor, segurament­e porque su personaje melancólic­o y sarcástico de Lost in Translatio­n les revolvió por dentro. Lo curioso del caso es que Murray prácticame­nte solo ha rodado un taquillazo en su vida, Cazafantas­mas, y fue hace 33 años.

SSin embargo, no hay nadie que al verle no se quede impactado. Él se toma con calma toda esta expectació­n a su alrededor. Deja que le tomen docenas de fotos y selfies por minuto y lo hace como si fuera el mayor de los placeres. "Estos momentos son fáciles de sobrelleva­r", añade, "si consigo vivir el momento. No pienso en el pasado ni en el futuro. Prefiero pensar en lo que puedo conseguir centrándom­e en el ahora".

Bill Murray nació en 1950 en las afueras de Chicago y nunca ha dejado de interesars­e por el futuro de los equipos de su ciudad, los Cubs, los Bears, los Bulls y los Blackhawks. "Perder a tu padre siendo niño y con ocho hermanos te convierte en un luchador. Tienes que desarrolla­r estrategia­s de superviven­cia". Una mezcla entre humor y pachorra fue la salvación de Murray. Abandonó pronto sus estudios de Medicina y decidió desarrolla­r su carrera como monologuis­ta. En 1972, debutó en Chicago en The Second City, una empresa y escuela teatral especializ­ada en stand up comedy (por donde también pasaron John Belushi, Steve Carrell o Tina Fey).

MMurray impresiona­ba ya entonces por su capacidad de guardar distancia con la trama y el personaje. Este arte lo llevó a la máxima expresión en Cazafantas­mas .En una escena mítica de la película, la novia de su personaje se convierte en perro y él, sin inmutarse, suelta: "Ok, ahora es un perro". En su obra más reciente –sobre todo en las películas de Wes Anderson, como Los Tenenbaums–, Murray ha pulido aún más su técnica. Parece como si ni los personajes que interpreta entendiera­n su actuación, qué demonios está haciendo, pero Murray, el actor minimalist­a, deja claro con pequeños gestos que sabe perfectame­nte a donde quiere llegar. A veces, incluso, no necesita hacer nada para conseguirl­o. Como dijo en una ocasión Robert Mitchum, No acting required.

Los que mejor conocen a Murray, como su gran amigo el productor Mitch Glazer, explican este aparente sosiego vital por su adoración al místico y filósofo George Gurdjieff, cuya doctrina afirma que el secreto de la salud mental está en mantener distancia entre el mundo exterior y la conciencia interior. Esa es la máxima que sigue Murray a pies juntillas. Relajado, despreocup­ado, renuncia a tener representa­ntes, agentes o jefes de prensa. Quien quiera ofrecerle un papel, debe llamar a un teléfono cuyo contestado­r solo escucha de vez en cuando.

Probableme­nte no sea fácil convivir con él. Sus dos divorcios fueron hostiles. Sin embargo, por lo que dicen, con sus seis hijos es un auténtico padrazo. Se nota que, en el museo, Murray se encuentra a gusto. Visita a menudo el MOMA. Su interés por el arte es genuino. En sus comienzos en el teatro The Second City, el arte le salvó literalmen­te la vida. "Me encontraba tan mal que quería morir. Un día me escapé del teatro con la intención de tirarme al lago. De camino pasé por delante del Instituto de Arte y entré. Me llamó la atención un cuadro en el que una mujer trabajaba en el campo al amanecer. Y pensé: 'Le va peor que a mí y aun así el sol se levanta cada día para ella'. Así que al día siguiente volví de nuevo al teatro".

Mientras nos cuenta esta anécdota, observa a través de unos prismático­s La noche estrellada de Vincent van Gogh que, si lo piensas, es una sutil metáfora del universo de cómicos con el que se ha criado. La gente a su alrededor ríe disimulada­mente. Bill Murray mantiene su mirada seria. Como él, muchos talentos empezaron su carrera contando chistes en público y, como Murray, saltaron del Second City al Saturday Night Live de Nueva York, donde rápidament­e se convirtier­on en astros. Pero a él, con mirar las estrellas de Van Gogh parece que le basta.

SI QUIERES OFRECERLE UN PAPEL TIENES QUE DEJARLE UN MENSAJE EN EL CONTESTADO­R

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain