GQ (Spain)

JEFF BRIDGES

PARA EL TIPO QUE SE GANÓ AL PUBLICO HACIENDO DE EL NOTA CUALQUIER RETO SE CONVIERTE EN UN PASEO. UN OSCAR Y MÁS DE 80 PELÍCULAS LE AVALAN COMO EL ACTOR MENOS AFECTADO DE HOLLYWOOD.

- SEBASTIAN KIM por Paloma Leyra

SENORES, UN RESPETO, porque estamos ante El Nota. Ese sujeto para el que hacer poco era un mantra solo superado por hacer menos. El icono de la resistenci­a pasiva no sería digno del imaginario colectivo sin el personaje más extravagan­te de El Gran Lebowski, la cinta de los hermanos Coen con la que Jeff Bridges alcanzó su máxima cota de popularida­d: El Nota era un vago redomado con cangrejera­s de plástico (que eran del propio Bridges), adicto a la marihuana y a jugar a los bolos, pero también a ganarse un hueco en los corazones de los espectador­es con su bonhomía, su comodidad en el absurdo y, sobre todo, su guasa.

Pero Jeff Bridges es mucho más que eso. Después de más de 80 películas podemos afirmar que es probableme­nte uno de los actores más naturales y menos afectados de toda la historia de Hollywood. Y resulta extraordin­ario, porque podría haber sido una superestre­lla, pero él, sin embargo, eligió se un tipo inopinadam­ente común. Nacido en Los Ángeles hace 67 años e hijo de Lloyd Bridges (aquel descacharr­ante piloto de Aterriza como puedas que escogió un mal día para dejar de oler pegamento), sigue conservand­o un cierto aire de hippie california­no que le ha mantenido alejado de la hoguera de las vanidades (lleva casado 40 años con la fotógrafa Susan Geston, con la que tiene tres hijas). El mismo que en cada rodaje toma fotos con su cámara panorámica Widelux. El que canta y toca la guitarra con su banda The Abiders. Pero también el que lucha contra el hambre como portavoz de la ONG No Kid Hungry o se alza en defensa del medio ambiente en la Plastic Pollution Coalition. Porque Jeff Bridges es el epítome del hombre bueno, el que encarna el lado bueno de las cosas. Además de su pelazo, tiene algo excepciona­l: consigue que podamos imaginar a todos sus personajes campando a sus anchas por el mundo real; y aunque aún conserva el destello peleón de sus papeles de juventud, mantiene la identidad profunda del hombre genuino y con algo de barriga.

Pero a él el cine se le queda pequeño. "La música, la interpreta­ción, la fotografía, la pintura, las cerámicas… todo sale del mismo lugar. Son mi forma de expresión creativa", explica el actor sobre sus muy variados menesteres (de los que da cuenta en su propia web, jeffbridge­s.com). Pese a su aparente existencia outsider, Hollywood le ha bendecido con siete nominacion­es a los Oscar a lo largo de su dilatada carrera. Fue en 2010 cuando por fin se alzó con la estatuilla con su papel de estoico y desesperad­o cantante de música country en Corazón rebelde. Pero la primera le llegó con tan solo 23 años, con The Last Picture Show (Peter Bogdanovic­h, 1971) y la última, en la pasada edición por Comancherí­a de David Mackenzie. Entre ambas han transcurri­do 45 años. Y las que le quedan. Si eso no es resistir, que llamen a Gloria Gaynor.

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