GQ (Spain)

VIGGO MORTENSEN TERRY RICHARDSON

VIGGO MORTENSEN CUMPLIRÁ 60 (¡60!) DENTRO DE 18 MESES Y, LA VERDAD, NO SABE MUY BIEN SI HA TENIDO UN MEJOR MOMENTO QUE ESTE, SI ES QUE HA TENIDO UNO MALO EN SU CARRERA. NOS QUEDA ARAGORN PARA RATO.

- por Jesús Terrés

ESUNO DELOS TANTOS mantrasde Viggo (que ha alcanzado esa extraña familiarid­ad que solo consiguen los verdaderam­ente grandes: Viggo es Viggo –el de toda la vida– como Jack es Jack o Marcello es Marcello); no parece que se aburra mucho nuestro amigo neoyorquin­o de padre danés y abuela canadiense: es poeta (Canciones de invierno es su último poemario) músico, fotógrafo, pintor y actor, claro. También de teatro, por cierto: estrenó hace no tanto Purgatorio en Matadero de Madrid, a la vera de Carme Elías y con un texto de Ariel Dorfman. "Triste, sí. Enojado, sí. Deprimido, sí. Loco, sí. Pero no hay excusa para el aburrimien­to, nunca".

No parece que se aburra. Lo acabamos de ver en la última edición de los premios Oscar, donde Viggo paseó por la alfombra roja sin su Ariadna, pero con su hijo Henry Blake (me apuesto una botella de Romanéecon­ti a que ese Blake es culpa de William Blake, uno de los referentes absolutos del "Guido", como lo apodan sus 'chés' argentinos); también con un pin y un escudo del equipo de su vida: San Lorenzo de Almagro (sí, también tiene tiempo para ver un partido de fútbol cada semana). A la gala en el Dolby Theatre acudió por culpa de su segunda nominación como mejor actor (la primera vez gracias al inolvidabl­e Nikolai de Promesas del Este: los dedos clavados en el cuello) por su papel de padre poco usual y más bien Walden (la biblia naturalist­a de Thoreau) en la magnífica Captain Fantastic de Matt Ross. Y aquí viene el Mcguffin de este recorrido: Ben Cash. Padre de seis hijos en una familia hippie que, como Thoreau, practica la desobedien­cia civil y la educación libre –más libros, menos civilizaci­ón–; y sin embargo resulta inusualmen­te natural verlo en esos pantalones.

AA nuestro Aragorn, interpreta­ndo a un hippie trasnochad­o padre de seis churumbele­s. Es natural verlo así y eso no debe ser fácil para quien ya ha sido todos los hombres posibles: el sex symbol, el Rey de Gondor o el mismísimo Sigmund Freud. Viggo llegó a nuestras vidas (pese a que empezó su carrera diez años antes) primero como el gélido instructor militar de Demi Moore en La teniente O'neil y más tarde como el apuestísim­o amante de Gwyneth Paltrow en aquel espantoso remake (¿y cuándo no es un error un remake?) de Un crimen perfecto de Alfred Hitchcock: nos impactó aquel desconocid­o frente a la gomina de acero y el traje a medida de Michael Douglas, o sea: "el marido al que es mejor no plantarle unos cuernos como astas de reno". Mortensen, para qué engañarnos, cumplía todos los requisitos del sex symbol arquetipo de 'peli más bien mala': enigmático, afectado y de rasgos afilados. Pero había algo más en este tío con pelo lacio y ojos azules tirando a esmeralda –nos caía bien–. Un poco esquivo y un poco bohemio, aquel desconocid­o vivía rodeado de lienzos y partituras: más tarde supimos que aquellas obras (enormes murales) eran suyas y que las manchas de pintura en los brazos eran tan de verdad como los cuadros.

Y LLEGÓ ARAGORN...

Hijo de Arathorn, heredero de Isildur, señor de los Dúnedain y heredero del trono de Gondor (y paro ya, que la lista sigue…), seamos claros: todos los lectores de Tolkien estábamos algo más que inquietos, estábamos acojonados ante la idea de Peter Jackson de regalarle el papel de Trancos a ese tipejo desconocid­o, con su acento argentino y su mostacho. ¿En serio aquel niñato iba a ser el capitán de los montaraces del norte? Si ni siquiera se había leído los libros… (admitió una y mil veces que aceptó el papel por hacer feliz a su hijo); pues bien: Viggo Mortensen es Aragorn. De los pies a la cabeza; y la verdad, no recuerdo una unanimidad tal en la comunidad fandom, tan dada a destrozar carreras (hola, Brandon Routh). Con la trilogía de El Señor de los anillos, la carrera de Viggo voló tan alto y tan lejos que hubiera achicharra­do a cualquier infeliz como a un vulgar Ícaro de Los Ángeles; pero a él no. Él recogió su premio del Sindicato de Actores por El retorno del Rey y se fue a su casa. Y voló hasta España.

¿LA MADUREZ?

"Se cree de verdad que es Diego Alatriste y Tenorio", me comentó Agustín Díazyanes, quién lo dirigió en la adaptación cinematogr­áfica del soldado veterano de los tercios de Flandes. "Los actores son todos unos tíos raros, pero este es un caso especial. Lo cree por completo". Las palabras esta vez son de Arturo Pérez Reverte, que (y no parece un hueso fácil de roer el académico cartagener­o) también tenía sus dudas de que la estrella de cine encarnara con verosimili­tud a su personaje más conocido, pero el asunto se zanjó como casi siempre: Don Arturo rendido a los pies de aquel "danés rubio y flaco, callado y de aire tímido"; tras Alatriste, llegó la descarga cinematogr­áfica gracias a David Cronenberg y Promesas del este: los premios y el respeto de la crítica más dura. Además de todo lo demás, resultó que estábamos ante un pedazo de actor; uno de los grandes. En fin: Viggo. Estos días celebra el quinto aniversari­o de su relación con Ariadna Gil paseando de la mano por el barrio madrileño de Justicia. Leerá el periódico en el bar al que va siempre y seguirá sin buscar excusas. Respect, capitán.

HABIA ALGO MAS EN ESTE TIO CON PELO LACIO Y OJOS AZULES: NOS CAIA BIEN

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