Los primeros encuentros
En Doctor Portuondo, un libro que acaba de publicar Carlo Padial en Blackie Books, hallo una escena magnífica: el primer encuentro del autor con su psicoanalista, un momento que terminará siendo el objeto de su libro. Es por tanto una reunión esperada que Padial resuelve de forma extraordinaria gracias a una preparación atmosférica que incluye su propio perfilamiento personal: debido a que se pasaba los días escuchando viejas cintas de casete con la voz del doctor Portuondo y gangsta rap, pidió por su cumpleaños libros de Freud y la autobiografía de Malcolm X. "¿Va todo bien?", le preguntaron sus padres. "Quiero ser una pantera negra freudiana".
En esa primera vez de Padial y Portuondo, Padial contempla extasiado al doctor y este le pregunta quién es. "Carlo Padial", contesta el otro. "Ya te gustaría a ti saber quién eres", dice Portuondo. Luego le cuenta que empezarán ya su trabajo, pero que antes él tiene que mear. También le explica que el baño podrá usarlo Padial para mear, siempre que él, Portuondo, no esté dentro, y que desde luego mee dentro de la taza. El chico toma nota de esas instrucciones y luego observa atónito la meada gigantesca y pletórica de su nuevo médico. No la interrumpe nada. Portuondo, mientras mea alocadamente dentro y fuera de la taza, emite sonidos guturales, carraspea, respira ruidosamente y enlaza pequeños monólogos incomprensibles. Es un pis fastuoso que hace las veces de presentación del otro. No hay como presentarse a un desconocido y decirle cómo eres con el pito en la mano y lo que sabes hacer con él. Además, no es un encuentro casual: es probable que Portuondo hubiese planeado tener su vejiga llena para cuando llegase su nuevo paciente.
A mí, porque soy un antiguo, me siguen gustando los primeros encuentros a la vieja usanza –o sea, con las manos en los bolsillos o extendidas– y huyo ya de cualquier clase de desvirtualización: prefiero que la primera impresión sea física que a través de un tuit. Aunque reconozco que escuchar una voz metida en una casete no solo me enamoraría sino que me devolvería a un tiempo mágico y horrible.
En cualquier caso, los primeros encuentros no tienen por qué ser decisivos. Ni construir una amistad o una relación de amor, ni siquiera una enemistad que
"Yo huyo de cualquier clase de desvirtualización: prefiero que la primera impresión sea física que a través de un tuit"
pase a la historia. Un primer encuentro puede reducirse a eso y no perder encanto. Yo juego con la ventaja de haber descubierto a mi mejor amigo en el primer recreo de la EGB. También escribo esto enamorado, porque en la noche más larga del año levanté la mirada en un local de la playa, en un concierto, tras haber casado a mi hermana, y me encontré con ella. Quiero decir que hay circunstancias que nos condicionan y que a veces no es necesario ponerse a mear para impresionar a nadie: basta que los dos se dejen impresionar un poco teatralmente.
Por ejemplo, a esa chica le dije que tenía que irme porque al día siguiente madrugaba; en realidad me iba porque se me había roto el pantalón en la parte donde todos rompen, y me alejé de ella andando en lateral con el culo pegado a la pared con tanta habilidad que pensó que a partir de medianoche yo me convertía siempre en Spiderman.