LA GQPEDIA William T. Stead, periodista, editor y víctima del Titanic.
Ocurrió durante una límpida –pero fría– noche de primavera de hace ya más de un siglo (este 15 de abril se cumplirán 105 años justos del suceso) en mitad de un calmo océano Atlántico. El hundimiento del Titanic –posiblemente, el naufragio más famoso de todos los tiempos– conmocionó al planeta por su elevado número de víctimas y cambió para siempre las normas de seguridad marítima. De los 1.513 pasajeros que fallecieron aquel día a bordo del transatlántico, todavía hoy resulta extraña y especialmente perturbadora la biografía del editor y articulista William Thomas Stead, considerado por muchos como uno de los padres del periodismo moderno.
Desde su juventud, W. T. Stead apostó por un nuevo papel de la prensa tradicional como generador de opinión dentro de la ultraconservadora sociedad victoriana, un formidable motor de ideas capaz de dinamizar transformaciones políticas (concepto que sería luego rebautizado como cuarto poder). Además de moldear las técnicas básicas del futuro sensacionalismo, Stead ayudó a desarrollar los formatos más rompedores de los tabloides británicos. Como curiosidad, cabe destacar que fue él quien inventó el estilo directo en el género de entrevistas; el hoy tan habitual esquema de pregunta y respuesta o Q&A (Question&answers, en inglés).
Pacifista militante y difusor del esperanto como idioma unificador de los pueblos, su personalidad esconde, sin embargo, complejas y sorprendentes rugosidades. Aficionado al espiritismo, se consideraba a sí mismo "médium del más allá" y aseguraba recibir –mediante el sistema de escritura automática– cartas procedentes de un espectro femenino ya fallecido llamado Julia. A través de ciertas premoniciones, forjó en su interior una idea obsesiva y angustiosa que le persiguió durante toda su vida: Stead estaba completamente seguro de que moriría algún día ahogado en mitad del océano víctima de un gran naufragio.
Era tal el pavor que le infundía tal presentimiento, que algo le llevó a volcarlo inconscientemente en diversos textos premonitorios. En 1886, publica un cuento en la revista norteamericana Pall Mall Gazette en el que recrea el choque de un barco de vapor con otro de pasajeros en medio del mar; un accidente que se salda con gran número de fallecidos por no disponer los buques de suficientes botes salvavidas. En 1892, pergeña otra ficción de temática muy similar (Del viejo al nuevo mundo): una impresionante nave de pasajeros llamada Majestic –que hace ruta entre Gran Bretaña y EE UU– colisiona violentamente contra un iceberg y naufraga sin remedio. Finalmente, en 1909, tan solo tres años antes del hundimiento real del Titanic, Stead ofrece una conferencia internacional en Londres en la que ruega encarecidamente a las autoridades que –ante la nueva moda de construir gigantescos transatlánticos de pasajeros (como los que la compañía White Star tiene previsto flotar en breve)– se extremen las medidas de seguridad y vigilancia de los mismos.
A pesar de su obsesión, Stead compra un pasaje de primera clase para el viaje inaugural del Titanic en abril de 1912. Como gran cronista de sociedad que es, no puede perderse uno de los acontecimientos del año. Embarca con el alma encogida y un gran pesar en el cuerpo. Pronto se percata de que el Titanic –por razones puramente estéticas– no lleva botes salvavidas suficientes para toda la tripulación. Una hilera completa de barcazas de salvamento ha sido sacrificada en cada lado de las cubiertas para poder aportar más espacio de recreo a los pasajeros. Cuando el Titanic choca contra un iceberg y comienza a hundirse, W. T. Stead comprende que, sin saberlo, ha pronosticado lo que está sucediendo en esos mismos instantes –así como su propia muerte– con varios años de antelación.
En sus últimos minutos, algunos testigos supervivientes aseguran verlo ayudando en la evacuación. Otros, sin embargo, lo situan en el salón de fumadores, con la mirada perdida, casi en estado de trance; intentando aceptar un destino final tan caprichoso como inevitable.
GQUOTES
• "El deber de un periodista es el de la vigilancia". • "En una democracia instruida, los periódicos deberían ejercer el papel de una monarquía sin corona". • "Esto es exactamente lo que podría pasar –y pasará– si los cruceros no zarpan con suficiente número de botes salvavidas" (frase final de uno de sus relatos, escrito y publicado por él mismo 26 años antes de la tragedia del Titanic).