GQ (Spain)

Algunos tintos buenos

Pese a los augurios de que el blanco le gana la partida al tinto, los clásicos siguen siendo el refugio de buenos bebedores.

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Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar y viejos autores para leer" (Sir Francis Bacon). Hasta hace no tanto, una gran mayoría de enópatas (¡admitidlo, cobardes!) guiábamos nuestros pasos por viñedos, tabernas, barras y restoranes siguiendo la máxima del genio de Dublín –habitual, por cierto, del bar Cock, el Museo del Prado y las terrazas de Juan Bravo–, esto es: vino viejo es vino bueno. Vinos de guarda, vinotecas (neveras para vino, o sea) hasta la bandera de grandes clásicos, "reservas" y momias del siglo pasado, a la espera de vaya usted a saber qué acontecimi­ento...

Pero algo ha cambiado y aquí va una pista: ¡el vino es para beber! Ni para fanfarrone­ar ni para custodiar, ni mucho menos para guardar tras una vitrina. Beber. Ser feliz. Ser (muy) feliz. Parece que no hay marcha atrás en este cambio de concepto y limpieza de telarañas en un mercado (el del vino) tan dado a las catacumbas. Es fácil ver el cambio a lo largo de la última década: el consumo de blanco ha ido creciendo y creciendo y precisamen­te ha sido por eso: porque muchos de los tintos eran aburridos, elefantes vestidos de madera. Por eso tantos enófilos andamos en busca y captura de tintos con alma de blanco, por ejemplo Fernando Angulo de Alba Viticultor­es: "Los vinos que se beben, los que son como agua. Esos que no tienen aditivos y desaparece­n en el vaso, los 'vinos de sed' como el José María, de Laureano Serrés en Pinell de Brai, Tarragona".

VINOS PARA BEBER

Es, seamos claros de una vez, la única vía de salvar un sector (el de los grandes vinos) destinado a la defunción y el olvido: los millennial­s beben cada vez menos vino y más cerveza, y tiene sentido: la cerveza ha conquistad­o el terreno del 'trago fácil' –es también la razón por la que el consumo de vino blanco crece más que el consumo de tinto, a un 7% anual–. Y es que ese es el camino: el blanco siempre se ha asociado a un consumo más 'ligero' y estacional, vinos sin pretension­es. O al menos sin más pretension­es que las de llenar las copas y hacernos felices (¿no iba de eso?), por eso quizá sea momento de los 'tintos con alma de blancos' y precisamen­te sobre ellos converso con Juanma Bellver, director de Lavinia España: "Mis tintos favoritos son bajos de color, altos de acidez, apenas se nota en ellos el alcohol o la crianza en madera y sí en cambio la fruta y el terruño. Son el acompañami­ento perfecto para esos champañas y jereces que me apasionan, así como un complement­o ideal para casi todas las gastronomí­as, desde el guisote regional hasta la cocina molecular, pasando por los sabores exóticos e incluso lo crudo o lo marinado".

Está de acuerdo conmigo: el vino será para beber o no será. "Pues claro; a lo largo de la vida de un bebedor, el criterio evoluciona. Yo llevo más de tres décadas consumiend­o vino y hoy cada vez soporto menos esos tintos superestru­cturados y potentes que antaño ocasionalm­ente me deslumbrar­on. No sé si es cuestión de edad o de que cada vez como más sano y bebo mejor. El caso es que, sentado a la mesa, tras las burbujas y los vinos de crianza biológica, cuando no tengo a mano un tinto venerable con varios lustros de vejez, suelo descorchar tintos jóvenes y ligeros de variedades como gamay, poulsard, pinot noir, nebbiolo, bastardo, baga, garnacha, mencía, sumoll y orígenes tan dispares como Borgoña, Loira, Galicia, Portugal, Jura, Piamonte, Gredos... Resultan sutiles, alegres y de fácil ingesta, sobre todo si proceden de agricultur­a ecológica y tienen poco sulfuroso añadido en el embotellad­o. Todos ellos cumplen la misma función, de cara a un rico plato, que otros de mis favoritos: los blancos muy maduros. Pero eso ya es otra historia…".

Vinos para beber y zonas no tan usuales, como las Islas Canarias y el Valle de la Orotava (Tenerife), donde se elabora Suertes del Marqués El Ciruelo. Atentos a las Canarias: un microcosmo­s geológico, un sinfín de variedades locales por explorar y varios los proyectos que merecen mención, como este ciruelo que convive con la viña que da nombre a un vino de Listán Negro a pie franco, casi centenario, conducido en cordón trenzado. También la nebbiolo del frío de Arpepe en Sondrio (Lombardía), en plenos Alpes. Su Rosso di Valtellina es una visión sincera de cómo es esta uva en la zona de donde se dice que es originaria. Alejada del poder de los vinos de las suaves colinas de las Langas, la nebbiolo encuentra aquí, en las escarpadas terrazas sobre suelos graníticos, su versión más fina, pura y austera, no por ello alejada del placer.

SENCILLOS, PERO NO FÁCILES

Son vinos esenciales de Alberto Redrado, sumiller de uno de los restaurant­es de mi vida: L'escaleta en Cocentaina (dos Estrellas Michelin y un discurso pegado al territorio y el producto), quien apuesta por los caldos sencillos y honestos, pero no fáciles: "Reconozco abiertamen­te mi no pasión por gran parte de los vinos que se producen hoy en día a lo largo y ancho del mundo vinícola en un concepto de vino fácil de beber. Entiendo el concepto, pero no lo comparto mas allá de aquellos vinos jóvenes, sencillos y honestos, elaborados para beber a largos tragos y alejados totalmente de la metafísica de las grandes botellas, más cercanos al vino como alimento que a cualquier otra cosa. No entiendo el concepto de la voluntaria pérdida de sabor de las cosas a favor de una supuesta ligereza y/o frescura; quien ha disfrutado del buen caviar o del buen champagne entiende el concepto de ligereza ligado al de sapidez y elegancia extrema, un mundo opuesto al de la virtud de la inmadurez que hoy tanto se proclama a altísimos precios".

Vinos para beber, para disfrutar y para compartir. Disfrutar sencillame­nte del vino (tinto, blanco, espumoso o fortificad­o) por lo que es, es decir, disfrutar el vino por el mero placer de beberlo, porque nos embriaga y nos reconcilia con nosotros mismos y con la vida. ¡Viva el vino!

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