GQ TRASTOS SNES Mini, un hadouken lleno de nostalgia.
Puede que 1992 fuese el mejor año de todo el siglo XX (y posiblemente de toda la historia de la humanidad). No por el Dream Team, por poder coger un AVE para ir al pabellón de Canadá de la Expo (¡la primera película en alta definición IMAX!) o por la separación de Mecano, sino por un regalo navideño de 32.000 pesetas (que hoy serían unos 360 euros): el Street Fighter II para Super Nintendo (o Super NES o SNES, como quieras). Ryu y Ken en casa. Aquel fue el momento en el que los videojuegos se hicieron mayores y empezaron a llevar a nuestras teles todo lo que veíamos en las máquinas de aquellos tugurios que llamábamos salones recreativos. Aunque la Super Nintendo había salido previamente, en verano (y dos años antes en Japón), Street Fighter II catapultó al Cerebro de la Bestia tanto como el Tetris lo había hecho un par de años atrás con su hermana pequeña (portátil, vaya), la Game Boy.
Por supuesto, y como en toda máquina de Nintendo, Street Fighter II sólo era la excusa para que te metieses en la buena mandanga: los juegos de la propia Nintendo. Dos de ellos, Super Mario World y The Legend of Zelda: A Link to the Past, siguen estando fácilmente entre los cinco títulos que toda persona debería jugar antes de morir… o incluso después. Dio origen a sus propias fiebres extrañas, como cuando un montón de chavales se compraron un adaptador para cartuchos extranjeros porque en Japón había un juego de Goku que te morías de lo bueno que era [narrador: no era bueno]. Cabe decir también que tuvo un catálogo que rozaba la perfección; y algo muchísimo mas importante: hacía llorar y rabiar a los jugadores de Sega, que eran más bajitos, más como de plástico, y tenían menos color y alegría. La típica gente cuyo concepto de mascota es un puercoespín de color azul.
Descubrimos el rol con Secret of Mana y lloramos porque algo llamado Final Fantasy nunca llegaba a España (sí, hubo seis juegos antes de que Playstation robase la saga). Aquí empezó Super Mario Kart (cuya última entrega para Switch sigue vendiendo lo que no está escrito) y aquí aprendimos a amar el videojuego y a olvidarnos un poco de las recreativas. Aquí se forjaron también las últimas leyendas clásicas del género antes de que las radicales tres dimensiones de Playstation se adueñasen de los hijos del fin de siglo. A lo mejor me dejo llevar por los años del primer amor y la intensidad adolescente, allí donde la lírica y la hormona chocaban como núcleos atómicos, pero creo (y creo en muy pocas cosas) que Super Nintendo es la mejor consola que ha existido jamás. Es aquello que se me viene a la cabeza siempre que pienso en videojuegos.
Tras el bombazo reciente de NES Mini, cuyo referente llegó a España muy tarde y cuyo éxito aquí es más postureo que otra cosa (o el resultado de muchas NASAS piratas), era cuestión de tiempo que Nintendo hiciese lo propio con la SNES Mini. Quizá hayan escogido el peor nombre oficial posible, Nintendo Classic Mini: Super Nintendo Entertainment System, pero qué más da. Es una cuquísima recreación de tu pasado, con un catálogo con el que te sentirás identificado tanto por sus grandes éxitos (Donkey Kong Country, Zelda, la maravilla que es Yoshi's Island, Secret of Mana, Megaman X y, claro, Street Fighter II [aunque sea la edición Hyper Fighting y no la original]) como por esos títulos que nadie se atrevía a traer a España (menos mal que algunos teníamos el adaptador de cartuchos): hablamos de joyas absolutas como Super Mario RPG, Final Fantasy III –que es el VI, en realidad– y, sobre todo, Earthbound, que a todos los efectos es el juego del que podrían haber salido los niños de Stranger Things.
SNES Mini tiene dos motivos para entrar en tu casa: jugar como en tu infancia o adolescencia y/o recordar esa infancia o adolescencia cada vez que veas el precioso facsímil. Es como una magdalena de Proust, pero con hadoukens [abajo, diagonal, derecha, puño].