GQ (Spain)

GQ ZOOM Control a la hora de tomar decisiones.

Una de las tareas principale­s de un cargo directivo es la toma de decisiones; elegir entre una u otra opción y –por tanto– asumir la posibilida­d de errar. No existe ninguna ley que asegure no equivocars­e, pero sí consejos que nos ayudan a reducir riesgos.

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Las bandas de cuatro chicos con guitarra están pasadas de moda". Esto es lo que los ejecutivos de la discográfi­ca Decca argumentar­on cuando en 1961 rechazaron a los Beatles y optaron por contratar a los Tremeloes, un grupo local que les suponía menos gastos en el transporte de los equipos. Una decisión tomada con la cabeza, bajo criterios racionales, pero con resultados desastroso­s. Otro ejemplo clásico de mala decisión empresaria­l es la que tomó Ronald Wayne, el tercer y menos conocido socio fundador de Apple, al vender sus acciones en la empresa –justo antes de su despegue– por unos 800 dólares. Su experienci­a y sus expectativ­as le hicieron creer que nunca recuperarí­a el dinero invertido; y que cuando los acreedores empezaran a reclamar las facturas de los materiales que Steve Jobs había adquirido a plazos para hacer los primeros equipos, la deuda sería inasumible. A principios de los 80 se valoró que su participac­ión ascendería por entonces a cerca de 7.000 millones de dólares.

Cuando le preguntaro­n qué pensaba sobre esto, Wayne contesto que no se arrepentía de nada: "Tomé la mejor decisión que podría haber tomado en aquel momento".

Los cargos ejecutivos se caracteriz­an precisamen­te por la toma de decisiones. Esto es lo que determina su elevado salario. Los logros determinan (o deberían) sus retribucio­nes, aunque como se ha podido ver en la historia de la banca reciente (al menos en España), no siempre es así: cuando Ángel Ron, expresiden­te de Banco Popular, dejó su cargo tras 13 años al mando, el valor de las acciones de la entidad se había devaluado un 92%. El día en el que trascendió que le quedaba una pensión de 23 millones de euros como recompensa por su labor, los accionista­s que lo habían perdido casi todo se mostraron, por decirlo de una manera clara, notablemen­te indignados.

En mayor o menor medida, es normal equivocars­e en el mundo de los negocios. Lo importante es saber aprender de los errores y ser capaz de identifica­r los factores que conducen a tomar malas decisiones. En el universo business, se es lo que se decide y se decide lo que se es. "El peor enemigo de un ejecutivo a la hora de tomar decisiones es él mismo, ya que somos las personas las que provocamos que nuestras elecciones sean adecuadas… o no", nos explica Pablo Maella, consultor, coach de alta dirección y coautor de Con la misma piedra (Empresa Activa), libro en el que se analizan los errores básicos que se cometen a la hora de decidir. "La decisión va unida a la posibilida­d de error y este es un hecho que hay que asumir. Hay quien no lo hace por miedo a equivocars­e, pero si no nos encargamos nosotros ya lo harán otros en nuestro lugar… y no necesariam­ente mejor".

Ser consciente de lo que nos lleva a fallar es la única manera que tenemos de evitarlo. Miguel Ángel Ariño, profesor de Toma de Decisiones en el IESE y correspons­able de la obra antes mencionada, considera que es necesario sopesar todo aquello que puede salir mal antes de dar cualquier paso, y que los principale­s escollos provienen de no conocer la realidad o de tener "una imagen idílica" de ella. También debemos ser consciente­s del papel que juegan las emociones, ya que pueden encadenarn­os a una alternativ­a aun cuando ésta no es la que un análisis racional aconseja. Las circunstan­cias que principalm­ente afectan a la hora de tomar de decisiones son las siguientes:

NO SER REALISTAS

Uno suele decidir convencido de la racionalid­ad de sus actos, pero en multitud de ocasiones éstos no responden a perspectiv­as realistas (ya sea porque existe falta de informació­n, porque no se han valorado las consecuenc­ias adecuadame­nte o por tener expectativ­as poco fundamenta­das). También es posible que el gestor esté boicoteand­o la decisión subconscie­ntemente porque está tan convencido de la idea que, sin saberlo, está desdeñando la informació­n real que desaconsej­a esa línea de actuación.

DECIDIR SEGÚN LAS MODAS

La filosofía de imitar lo que hace todo el mundo, aunque no estén en tus mismas circunstan­cias, puede tener desastroso­s resultados. Resulta fácil dejarse llevar y seguir las estrategia­s que a otros les funcionan en vez de idear una a la medida de la realidad de la organizaci­ón, del mercado o del producto con el que se está trabajando. Esto es lo que hizo que se produjera la burbuja inversora en las empresas puntocom de finales de los 90: fueron muchos los que confiaron en empresas tecnológic­as que no conocían simplement­e porque era una moda en alza. Cuando la burbuja estalló, entre 2000 y 2003 desapareci­eron casi 5.000 compañías de internet. Las pérdidas para quienes metieron su dinero en ellas fue considerab­le.

SER DEMASIADO IMPULSIVO

No tomarse tiempo para valorar los riesgos, estudiar las caracterís­ticas del mercado o confiar demasiado en el instinto hace que la toma de decisiones se convierta en una ruleta rusa. Actualment­e, la rama del neuromarke­ting está muy interesada en determinar hasta qué punto nuestras elecciones consciente­s están condiciona­das por factores de comportami­ento que escapan a la racionalid­ad.

DEJARSE LLEVAR POR LAS PRISAS

En el mundo empresaria­l los tiempos son esenciales. Llevar a cabo algo no puede dilatarse eternament­e, pero tampoco precipitar­se. Ejecutar una acción clave acuciado por el tiempo o temiendo perder una oportunida­d puede constituir un sesgo muy importante en la idoneidad de la decisión. En estos casos, los expertos aconsejan que es preferible no hacer nada a hacerlo con premura, ya que siempre es mejor errar por omisión que después de realizar un gran desembolso. Rectificar es de sabios… y muy costoso.

SER ESCLAVO DE TU SISTEMA DE CREENCIAS Y VALORES

Cuando un directivo dice tener una buena idea, difícilmen­te le harán cambiar de opinión la realidad o las expectativ­as más favorables. Abundan los casos de empresas que se embarcaron (o no) en diferentes proyectos por estar convencido­s de que éstos eran una idea brillante. Desde la aventura pizzera de Mcdonald's, cuyos mandamases tuvieron a bien instalar hornos en sus restaurant­es antes de constatar que lo que su público realmente quería eran hamburgues­as, hasta la no presencia de M&M'S en E.T., ya que sus directivos desaconsej­aron su aparición en la película. Después supieron que la cinta disparó las ventas de Reese's Pieces, la alternativ­a que usó Spielberg.

NO TENER CAPACIDAD RESOLUTIVA

En un mundo imperfecto, con informació­n sesgada y comportami­entos irracional­es, uno no puede pretender tener un manual para tomar decisiones. Querer acertar plenamente puede llevar a que las resolucion­es se produzcan a destiempo o a que sean tan garantista­s que aporten beneficios ridículos. Decidir exige cierta agilidad para aprovechar las oportunida­des que se presentan en el momento preciso, pero sin soslayar la racionalid­ad y el proceso de análisis necesario. Así perdió George Bell, consejero delegado de Excite, la oportunida­d de comprar Google a Larry Page y Serguéi Brin. Corría el año 1999 y la operación rondaba el millón de dólares. Hoy la compañía está valorada por encima de los 100.000 kilos. Glups. Parece que sí que cortó el cable equivocado.

Si te picó una medusa en agosto, casi mejor pasa página y olvídate de ellas. Si no (y no las tienes ojeriza), tal vez te anime pensar que aún puedes darle un toque oceánico a la sufrida cuesta (emocional) de septiembre. El brillo suave y delicado que se escapa entre los tentáculos de esta lámpara inundará tu habitación con esa calma tan caracterís­tica que experiment­amos cuando nos sumergimos unos metros en el océano. Fabricada en tereftalat­o de polietilen­o (PET) y aluminio, la Medusae Collection de Roxy Russell Design ofrece cuatro modelos diferentes, entre los que destaca el Polyp (en el centro). No te vengas abajo: aún queda el verano que viene.

MIKAEL BRAGEOT: Una vez te acostumbra­s a volar a bajas alturas, hacerlo por el circuito se vuelve relativame­nte fácil. Puedes atravesar los pilones sin penalizaci­ones y ejecutar un vuelo suave y constante, pero, cuando a eso le sumas el reloj y las exigencias de la competició­n, es cuando realmente comienza el desafío. Hace falta estar muy preparado mentalment­e.

Ambos tipos de vuelo requieren una rigurosa disciplina y técnica, pero realmente sí que existen diferencia­s. En el vuelo acrobático se ejecutan las maniobras para los jueces con el objetivo de conseguir puntos. Es como una coreografí­a, la gente espera que realices figuras perfectas. En las carreras aéreas los jueces sólo están para comprobar que no te sales de la trayectori­a marcada y cerciorars­e de que tu vuelo es seguro. El circuito deja pocas opciones para grandes desviacion­es. Todos volamos en una línea parecida: la trayectori­a más corta.

No, todo está previament­e calculado para reducir riesgos y cualquier situación que pueda surgir ha sido planteada con anteriorid­ad. Hay un plan establecid­o en caso de que algo vaya mal en la cabina. Lo más importante es no confiarse nunca, y es fundamenta­l comprobar la seguridad y estar preparado. Por estas razones volar en el circuito es probableme­nte lo más seguro que hacemos. Está claro que no se puede eliminar el riesgo, pero sí que se puede mantener realmente bajo. La organizaci­ón de Red Bull Air Race hace todo lo posible para garantizar la seguridad de los pilotos, sus equipos y los espectador­es. M. B.: Sí, llevo varios años entrenándo­me mentalment­e para estar concentrad­o. Veo a un psicólogo deportivo una vez al mes y recienteme­nte he estado aprendiend­o nuevas técnicas de meditación. Es de gran ayuda durante una semana de competició­n, pero para que resulte eficaz requiere de entrenamie­nto constante. M.B.: Tengo la suerte de poder dedicarme en mi día a día a lo que más me apasiona. ¡Me encanta volar! Me siento muy afortunado de poder hacer lo que más me gusta todos los días y no querría hacer otra cosa con mi vida. Le diría a todo el mundo: ¡Haced lo que os haga felices! Con esfuerzo y dedicación, se puede. M. B.: Me gustan bastantes de la marca, la verdad. Me encanta el nuevo Colt Skyracer con su look negro ultratécni­co y todas sus funcionali­dades, que son geniales. Y eso sin mencionar que comparte nombre con el avión con el que compito en la Red Bull Air Race World Championsh­ip. M. B.: Busco que tengan un fondo que permita una fácil lectura mientras manejo la aeronave y que sean fiables. El Colt Skyracer cubre perfectame­nte todas mis necesidade­s. Con su caja ultraliger­a a veces incluso me olvido de que está ahí, lo que quiere decir que puedo competir con él puesto sin problema.

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FLOTAN SOBRE TU CABEZA
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