GQ (Spain)

La memoria es un perro tonto

- DANIEL ENTRIALGO director de GQ @danielentr­ialgo

CREO QUE FUE RAY LORIGA quien lo escribió –en su novela futurista Tokio ya no nos quiere–: "La memoria es un perro tonto", decía. "Le tiras un palo y te trae cualquier cosa". Resulta curioso cómo funciona la mente humana a la hora de elaborar y recuperar recuerdos. Curioso y raro. A veces parece como si dentro de la cabeza tuviéramos un armario perfectame­nte ordenado y recitáramo­s de carrerilla una poesía que aprendimos en parvulitos sin fallar una línea. Otras, sin embargo, nuestros circuitos se asemejan más a un fregadero sucio, repleto de botellas vacías, platos con restos de pizza y sartenes requemadas. Le lanzamos al perro de la memoria el palo de una melodía de fondo –quizá un olor a brisa o un chiste malo que no escuchábam­os hace tiempo–; y en vez de entregarno­s la imagen correcta, nos devuelve de golpe cualquier asociación inesperada. Por sorpresa y a traición. Conexiones proustiana­s –tan absurdas como poderosas– que nos convierten en náufragos del tiempo por unos segundos. No sé por qué, pero a mí me pasa mucho en otoño.

Dicen los que saben que nuestra capacidad de manejar el mundo –ése tan complejo que se extiende ahí afuera– depende de nuestra aptitud para aprender y recordar. Aprender y recordar. Eso es todo lo que somos. Muchos creen que el cerebro funciona como una especie de cámara de vídeo en 3D, capaz de registrar todo lo que entra por nuestros sentidos del mismo modo que un dedo deja su huella en la cera caliente. Pero esta idea no es más que una quimera. Hacer una copia facsímil de todo lo que vemos, olemos o escuchamos a lo largo de nuestra vida generaría un gasto inasumible de espacio en el disco duro y requeriría un sistema de clasificac­ión tan inabarcabl­e como ineficaz. Nuestra memoria parecería la biblioteca infinita de un cuento de Borges. Enloquecer­íamos.

Por eso nuestra mente, en algún momento de la evolución, en vez de dedicarse a almacenar duplicados prefirió apostar por un plan alternativ­o. Cada situación que vivimos –u objeto con el que interactua­mos– queda anotada en nuestra cabeza en una especie de lenguaje emocional cifrado; una partitura sensorial que se pliega y despliega a cada rato. Por eso nuestros recuerdos se nos presentan en ocasiones sesgados, parciales y cargados de prejuicios; porque incluyen en su reconstruc­ción experienci­as similares de nuestro pasado; como individuos... y como especie. Versiones de una misma canción, pero tocadas por grupos distintos.

Todo esto que cuento ahora lo leí un verano en un libro de Antonio Damasio, el afamado neurólogo, acostado debajo de una sombrilla. Hago memoria e intento recordar esos días de playa que se fueron, pero –al hacerlo– me llega a la punta de la lengua el sabor de una palmera de chocolate; noto una cartera verde fosforito con velcro en el bolsillo de atrás del vaquero y siento un leve dolor junto a la rodilla, justo donde me dieron hace años una patada jugando al fútbol. Le tiro un palo al perro y me trae cualquier cosa.

Ya os lo he dicho. Me pasa mucho en otoño.

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