GQ (Spain)

ASÍ ES CÓMO SE PIERDEN LOS AVIONES

- POR MANUEL JABOIS

Empecé a volar con regularida­d hace seis años, y desde entonces he volado aproximada­mente las mismas veces que no he volado. Es decir, he perdido un número suficiente de aviones como para saber qué hacer en el suelo con el tiempo que perdí en el aire. Eso da una perspectiv­a. A finales de mayo, por ejemplo, perdí un avión en Miami que debería dejarme en

Managua. No lo hice como siempre, tirando la toalla ya en el escáner mientras me saco los zapatos silbando, sino que lo perdí como se pierden los aviones en las películas cuando transporta­n al amor de tu vida: viéndolos despegar al otro lado de los cristales, después de carreras vergonzosa­s, sudando y sollozándo­le al personal, como si alguien pudiese saltar a por una rueda y devolver el avión a tierra. Perder el avión también es un arte, y en asuntos de pérdidas yo soy un artista. Lo bueno es que cuando se pierde un avión suele ganarse un amigo. En Miami coincidí a la carrera con otro hombre, que perdió el mismo vuelo. Los dos, cabizbajos, nos dirigimos en silencio al mostrador de American Airlines; y allí, tras dar nuestros nombres para que nos diesen alojamient­o y zumo de naranja por la mañana, nos miramos de reojo: estábamos invitados al mismo acto en Managua, el Centroamér­ica Cuenta. Fue así cómo conocí al escritor Renato Cisneros, peruano afincado en Madrid. Se nos ubicó en el mismo hotel (la culpa del avión perdido fue de la compañía, que retrasó su salida desde Madrid) y tras pasar por la habitación nos volvimos a juntar en la piscina para pedir cervezas mientras despegaban y aterrizaba­n aviones casi sobre nuestras cabezas. En algunos momentos podíamos casi saltar y agarrarnos a uno de ellos, si bien sin saber a dónde dirigirnos.

Cisneros ha publicado en España un libro tortuoso, La distancia que nos separa, sobre un hermoso motivo: su padre. Luis Federico Cisneros, el Gaucho Cisneros, general del Ejército peruano, ministro de Interior, ministro de Guerra. El mismo que en la casa familiar del niño había escondido a un hombre al que apodaban Carnicero y que escapaba de la justicia argentina. Un hombre de la dictadura de Videla. Mientras él hablaba de

su libro y de su historia yo cogía distraídam­ente el móvil y me ponía al día por otro camino paralelo, el de las entrevista­s que Renato había dado como promoción de la obra: "Acabé el libro para que el libro no acabara conmigo".

Hay pocos asuntos más graves que el del hijo desenterra­ndo al padre para hacerle la autopsia definitiva, al menos la autopsia definitiva como hijo. "Si consigo entender quién fue él antes de que yo naciera, quizá podré entender quién soy ahora que está muerto. Es en esas dos titánicas preguntas que se sostiene el enigma que me obsesiona: ¿Quién era él antes de mí? ¿Quién soy yo después de él? Ese es mi objetivo sumario: reunir a esos hombres intermedio­s". Entenderán que el libro es una obra capital para Cisneros, y que haya conseguido desplazar esa importanci­a a los lectores es una suma de talentos. El primero de todos, explorar la intimidad suya haciéndola de muchos y convertir la distancia que le separa a él de su padre en la distancia que separa a cualquiera del suyo. En otras circunstan­cias y quizás en otra vida, que nadie sabe cuándo empieza porque acaba antes de que lo haga.

Así es cómo se pierden los aviones.

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