LÍMITE 24 HORAS
UN MITO LLAMADO LE MANS
Nadie conoce el mecanismo secreto por el que el Circuito de la Sarthe corona a sus héroes y señala a sus perdedores. A falta de una palabra mejor, lo llamamos fortuna. Pero bien sabemos, gracias a Ford, que ganar en Le Mans no es una cuestión de suerte.
El piloto Chris Amon ha pasado a la historia como uno de los deportistas con peor suerte. En las 14 temporadas que disputó en la Fórmula 1 no logró ganar un solo Gran Premio, a pesar de su innegable talento. De él llegó a decir Mario Andretti que, si se hiciera enterrador, la gente dejaría de morirse. Sin embargo, el propio Amon tenía una opinión mucho más pragmática sobre todo ello: "La mala suerte no existe. Es algo que nos creemos, una escapatoria. En realidad llamamos infortunio a la conjunción negativa de hechos que no hemos sido capaces de prever".
En 1966, la ruleta rusa de los hados fue al fin generosa con Amon. Curiosamente, fue la carrera más dura del mundo, la competición más propicia a la adversidad –en la que pilotos y máquinas son forzados más allá del límite–, la que lo coronó como campeón al fin. Aquel año marcó el comienzo de la racha triunfal de Ford en las 24 Horas de Le Mans y el neozelandés, por una vez, pudo disfrutar lo que se siente al conducir el coche ganador: el primer y legendario Ford GT40 –junto a su amigo Bruce Mclaren, fundador de la escudería del mismo nombre–.
A Amon le gustaba también decir que había tenido la suerte de sobrevivir a varios accidentes graves con apenas unas cuantas costillas rotas –todo un premio gordo en la lotería del automovilismo, en una época en la que los pilotos no solían salir andando del coche tras un trastazo–; de modo que llegó a viejo y, como en un último guiño amable del destino, el cáncer contra el que luchó en los últimos años de su vida le dejó contemplar el regreso triunfal de Ford a Le Mans en 2016 con la versión moderna del GT40 (murió apenas un par de meses después).
Si hubiera vivido un año más, habría sido para contemplar el segundo puesto en la categoría GTE Pro de la marca con la que levantó su trofeo más importante. Ya le habría gustado a Ford seguir el guión y conseguir en 2017 el segundo de los cuatro triunfos consecutivos que le encumbraron en Europa en los 60 en su guerra a muerte contra Ferrari. De hecho, sus cuatro
coches corrían este año, de un modo pretendidamente premonitorio, con los dorsales 66, 67, 68 y 69. Pero no pudo ser. En ocasiones, la mala suerte en Le Mans es un duende juguetón que afloja una tuerca, otras un accidente inoportuno y, las más de las veces, simplemente un coche más rápido que el tuyo (y en esta edición, el Aston Martin de Turner, Adam y Serra lo era por poco, en una de las carreras más emocionantes y competidas que se recuerdan).
¿Se puede hablar de mala suerte, por el contrario, en el caso de Toyota? Pues tal vez sí. La marca japonesa es a Le Mans lo que Chris Amon a la Fórmula 1. Ha participado 18 veces sin saborear jamás las mieles del triunfo. La pasada edición perdieron porque su coche se quedó tirado en la última vuelta. Este año competían con tres LMP1 en pista –por si las moscas–. Eran los prototipos más rápidos con diferencia, muy por encima de los dos Porsche –récord histórico del circuito incluido en la clasificación–; y, de hecho, hicieron una carrera impecable… hasta que llegó la noche y los tres bólidos empezaron a pararse. Si, según Gary Lineker, el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y al final ganan los alemanes, en Le Mans esos alemanes se llaman Porsche. Llámalo la suerte de los campeones si quieres, pero ¿es normal que, tras sufrir graves problemas en un coche y perder el otro cuando lideraba la prueba, la marca de Stuttgart sea capaz de ponerse primera a una hora del final? 19 victorias llevan ya en la carrera francesa, tres consecutivas, en la categoría máxima. Eso sí que es suerte.
La que también puede tener, por cierto, Jackie Chan –sí, otro actor de Hollywood fascinado por Le Mans; como Newman, Mcqueen, Dempsey…–. A falta de los capos de Toyota y Porsche, enredados en sus averías, su equipo lideró la carrera durante numerosas vueltas y estuvo a punto de ganarla con un LMP2. Algo que no ha pasado jamás, por cierto.
Ay, la suerte… Dicen que tú no eliges ganar en Le Mans, que ha de ser Le Mans quien te elija. Si el Circuito de la Sarthe decidió que Chris Amon y Ford merecían ganar en el 66, ¿no podría desear lo mismo un día para Jackie Chan? ¿o Chuck Norris? ¿o tal vez Toyota? Sólo el circuito de las 24 horas lo sabe…
Le Mans es una carrera tan loca que este año pudo haberla ganado el equipo de Jackie Chan (sí, 'ese' Jackie Chan).