Apocalípticos e integrados
LUIS GARCÍA BERLANGA, maestro de la comedia española, siempre incluía en alguna parte de los diálogos de sus películas –aunque no viniera a cuento de nada– la palabra "austrohúngaro". Era una especie de chiste privado, de sello oculto, un guiño a sus seguidores más fieles. En mis años universitarios, yo también decidí hacer algo parecido (a otro nivel, claro) y cada vez que entregaba algún trabajo de clase –daba igual la asignatura o el tema de que tratara– introducía siempre en la página final de bibliografía –escondida entre el resto de referencias reales– la obra de Umberto Eco Apocalípticos e integrados. Siempre. Era una broma un poco absurda que compartía con algunos amigos de facultad y que mantuve durante todos los años que duró la carrera.
Apocalípticos e integrados es un ensayo algo denso de leer, aunque su tesis principal es bien sencilla. Según Umberto Eco, hasta bien entrado el siglo XX, la cultura (la gran cultura: el arte, la ópera, la poesía...) era un patio privado al alcance de unos pocos privilegiados. Apenas la alta burguesía gozaba de ella, mientras que la inmensa mayoría del pueblo llano se conformaba con sobrevivir. Pero entonces llegó el cine, la TV, la radio o los periódicos, y la cultura se popularizó (esto es, se hizo pop). Muchísima más gente accedió a su influjo, aunque a cambio –eso sí– de bajar el listón de la calidad. Antes, las clases acomodadas disponían de tanto ocio y recibían una educación tan esmerada que leían poesía francesa en francés e historia de Roma en latín; tocaban varios instrumentos y contemplaban ruinas antiguas –sin ningún tumulto de turistas alrededor– para dibujar sus perfiles a carboncillo. Hoy, millones de personas hacen cola delante de un museo para entrar en la exposición de moda e incluso –quizá– compren como recuerdo un imán de nevera a la salida. Pero, en general, ¿somos más o menos ilustrados que antes? Para los llamados apocalípticos –sostiene Eco–, la popularización de lo erudito ha sido un verdadero desastre: lo único que ha conseguido es banalizar el arte y convertirlo en un objeto de consumo. Los denominados integrados, sin embargo, defienden que la masificación de la cultura, aunque de peor calidad, al menos la ha democratizado. Hoy en día, por ejemplo, son muchos más que antaño los capaces de reconocer el sublime canto del O Mio Babbino Caro de Puccini, aunque quizá sólo sea porque han oído su melodía en un anuncio de perfume.
La Guerra de las Galaxias es un caso paradigmático de nuestro acervo popular. Cuando la estrenaron, allá por 1977, fue considerada una simple película para niños. Puro entretenimiento. Pero luego, aquellos fascinados niños crecieron, se hicieron guionistas, dibujantes de cómic o creativos publicitarios y convirtieron Star Wars en un referente pop. Luke Skywalker se convirtió en un padre generacional, descubrimos capas profundas en su argumento (la Fuerza Jedi estaba inspirada en la filosofía oriental), pero también caímos como bobos en el influjo de su irresistible merchandising. Nos quedamos algo fríos con la nueva trilogía, empalagosa de efectos especiales; pero iremos sin remedio a ver el episodio VIII.
¿Es La Guerra de las Galaxias verdadera cultura? Apocalípticos o integrados.
DANIEL ENTRIALGO director de GQ
1. Pasamos un rato bien agradable con Los Javis en una zona recreativa de Madrid Río (por aquello de que se sintieran como en La brújula, el campamento de verano en el que se ambienta 2. Viajamos hasta Suiza para conocer el último lanzamiento de Rolls-royce, el nuevo Phantom, muy de cerca; tanto como para hacer este plano corto de la escultura que adorna el capó de todos los vehículos del fabricante británico. 3. Parte del atrezo utilizado en el editorial de moda que le hemos dedicado en este número a la figura de Palomo Spain, el diseñador del que todo el mundo habla. 4. Celebramos en Venecia con nuestros amigos de Omega el lanzamiento de la nueva colección Seamaster Aqua Terra.
La llamada). El espíritu del Éxtasis,