GQ (Spain)

¿ Por qué nos fascina tanto la nieve?

En las sociedades agrícolas, nunca dejó de ser un fenómeno meteorológ­ico que condiciona­ba la abundancia de las cosechas. Para los modernos urbanitas, en cambio, la nieve es un concepto estético… e incluso filosófico.

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Mi madre suele decir que nevó en Vigo el año en el que nací. Como si mi nacimiento quedase así bendecido. En realidad, nevó un año después. En enero de 1987, la nieve cubrió Vigo de manera insólita, fundiéndos­e con los arenales. En la playa de Samil, lo más blanco que se había visto eran los helados de nata de la heladería San Remo. Pero en enero de 1987, la nevada comenzó a las nueve de la mañana y cayó sin tregua durante todo el día, dejando la ciudad completame­nte paralizada: "En cuanto asomaron los primeros e insólitos copos, unas inconfundi­bles sonrisas de felicidad y sorpresa asomaron en los rostros de los vigueses", decía entonces la crónica de La Voz de Galicia. Ese año no hubo aguanieve ni copos dispersos que se desvanecen, ese año nevó y cuajó. Vigo fue Los vigueses removieron nieve de sus cocheras como en La gran nevada de 1987 marcó nuestra niñez como la muerte de Chanquete, el coche negro de Lady Di, los cuartos de final en Eurocopas y Mundiales o las riñoneras de Cobi.

Endurecida en los glaciares, la nieve cubre el 10% del área terrestre del planeta y aun así nos sigue produciend­o una sensación reveladora. Porque la nieve rompe la rutina. Y también iguala. Los copos que al principio caen vacilantes y torpes, se convierten en una milicia blanca que lo cubre todo por igual: tejados, calles, árboles, coches, aceras. En Decir la nieve, la escritora Menchu Gutiérrez escribe:

ombres grotescos de vientres robustos –en posturas suplicante­s o de sometimien­to– afloran como caricatura­s de la vulgaridad cotidiana de la historia. El artista británico Charlie Billingham (Londres, 1979), que expone su obra por primera vez en España, ofrece su particular revisión de las ilustracio­nes satíricas británicas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, en lienzos coloristas con texturas de pintura acrílica o spray sobre poliéster, lino, tapices o paneles de madera.

Billingham, formado en la Royal Academy de Londres, creció fascinado por los grabados de George Cruikshank –famoso por sus sátiras contra la monarquía y los gobernante­s; y coetáneo de Charles Dickens, con quien colaboró ilustrando por entregas Oliver Twist–. Desde hace años, ha dedicado buena parte de su trabajo a remedar a éste y otros caricaturi­stas especializ­ados en la crítica social. El británico, no obstante, toma esta referencia histórica sólo para sacarla del contexto político y convertir esos retazos del pasado casi en elementos decorativo­s. Esa es, en parte, la idea que inspira la obra de Billingham: recrear una especie de secuencia visual de un gusto caduco, pero repleto de humor. Sus piezas, aunque aquí no se aprecie, resaltan con una tridimensi­onalidad que él presenta junto a diferentes piezas de mobiliario y esculturas, como si fueran una extensión de los lienzos; consiguien­do, más que una reivindica­ción, una reflexión estética.

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