GQ (Spain)

PALOMO SPAIN

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RESULTA GRACIOSO, A VECES GROTESCO, observar el shock que provocan las plumas de avestruz, las transparen­cias o las sedas más delicadas en ciertas mentalidad­es supuestame­nte despejadas y permeables. Sobre todo si quienes las lucen son hombres que visten como vestíamos en el pasado. "¿Son chicas o chicos?", se preguntan algunos. "¿Moda o carnaval?", cuestionan los más previsible­s. "¿Pero qué interés puede despertar esta caterva de travestis?", excretan otros. Y así, mientras la multitud ladra, Alejandro Gómez Palomo (Posadas, Córdoba, 1992) cabalga a lomos de una fantasía hecha negocio: Palomo Spain, su firma. Este virtuoso de la forma hace moda de vanguardia con tejidos y colores hasta ahora vetados en el vestidor del hombre. Con cinco coleccione­s a las espaldas, sus creaciones se venden en medio mundo. ¿Su clientela más célebre? Mujeres. Y qué mujeres. Beyoncé, Miley Cyrus y Rita Ora, entre otras. "Reivindico la libertad de volver al glamour en la moda masculina, que nada tiene que ver con lo que algunos llaman moda travesti. No se trata de difuminar las barreras de género para que los chicos parezcan chicas y viceversa, sino de hacer desaparece­r los tabúes que determinan el gusto por una prenda en función del sexo", explica. Su imaginario se parece a la tercera España, profunda y muda, de Chaves Nogales; a los primeros versos del Maniquí Parisien de Sara Montiel ("Soy del bazar de un gran modisto famoso en París / Y yo voy con los madrileños a flir-te-ar"); o a los vertiginos­os capotazos del torero cordobés Rafael Molina Lagartijo. De igual modo en él conviven la salvaje insolencia de Cristina La Veneno, el cubismo sintético de Picasso o la belleza de las hermanas Berenson. Todo esto es Palomo Spain, un fenómeno internacio­nal que colisiona con la soberbia intelectua­l de otros colegas patrios que viven instalados en el gimoteo. "En España falta esa cultura de moda que hace que alguien prefiera invertir en un buen jersey de cashmere que en 20 de Zara", afirma. Y parece obvio que con esos mimbres no se pueden hacer más que ciertos cestos. Pero un día, con suerte, Palomo Spain dejará de ser el huésped incómodo que pone a la gente frente al espejo de los prejuicios. Un día, si todo va bien, los raros serán los demás.

"NO SE ES EL MEJOR CUANDO se es campeón del mundo, sino cuando se lucha por algo. Para la gente eres el mejor, pero uno sabe que hay otros que son mejores". Ángel Nieto (Zamora, 1947-Ibiza, 2017) explicaba así en una entrevista concedida a TVE en 1973 sus sentimient­os sobre ser una de las personas más populares y queridas en España. En aquel momento ya había sido campeón del mundo cuatro veces y revelaba al país lo que significab­a pisar un territorio absolutame­nte desconocid­o y marciano para sus habitantes: qué se siente al ser el número uno. Fue un pionero, un joven salido de la absoluta nada que conquistó a nivel internacio­nal una disciplina con nula tradición en la piel de toro. Lo logró con perseveran­cia, con orgullo, con chulería y con toneladas de talento comprimida­s en un cuerpo de 164 cm. Un terremoto andante con una mirada de halcón, la de alguien que ha tenido que abrirse camino a dentellada­s de genialidad, como bien se puede apreciar en esta fotografía realizada por Gonzalo Machado para nuestro número de diciembre de 2011. Ángel Nieto no sólo fue campeón del mundo 12+1 veces (padecía triscaidec­afobia). También fue el primero de una estirpe de campeones que hizo que España pasara de ser un país enemistado con las disciplina­s del motor a ser una de las primeras potencias mundiales. La de Marc Márquez, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Álex Crivillé, Sito Pons… y, por supuesto, la de sus hijos Gelete, Pablo y Hugo, y la de su sobrino Fonsi. Todos le deben algo a El Niño (como se le conocía en los 70). Nosotros también. Gratitud eterna. Eneko Atxa (Amorebieta, 1977) aún no había recibido su cuarta estrella Michelin. Eso ocurrió pocos días después, en la gala celebrada en el Ritz-carlton Abama de Tenerife. Fue una estrella muy simbólica, como él mismo admite, y refuerza aún más su condición de merecidísi­mo ganador de nuestro galardón: llega exactament­e diez años después de que la guía roja le concediera la primera a Azurmendi (el restaurant­e había abierto sus puertas sólo dos años antes, en 2005; y los otros dos macarrones llegaron también en tiempo récord: 2011 y 2012). La pasada primavera, inauguró un Eneko en Larrabetzu –donde empezó todo–, su concepto para acercar la alta gastronomí­a a la gente joven, con un menú de nueve platos cocinados con su sello y en directo por 70 euros. El éxito ha sido arrollador y en cuestión de meses le ha caído la primera estrella. Por si fuera poco, Eneko cuenta con otros dos "hermanos" internacio­nales, en Londres y Tokio, con los que Atxa se ha erigido en uno de los grandes embajadore­s de la cocina vasca más allá de nuestras fronteras. Y sí, por si lo dudabas, también van como un tiro: "Nuestros objetivos eran que la familia creciera y que nuestra marca se internacio­nalizara; primero, para darnos a conocer en el extranjero, y segundo, para atraer a más gente de fuera hacia casa. Se puede decir que hemos conseguido ambos". Una prueba más de que todo lo que toca lo convierte en oro y de que no sería de extrañar que su caso de éxito sea estudiado pronto en las escuelas de negocios. Porque hay que recordar que Atxa sólo tiene 40 años, que no conoce el fracaso (pese a haber construido su grupo gastronómi­co en medio de la crisis) y que sus increíbles logros son el fruto de menos de década y media aprendiend­o a ser cocinero-empresario sobre la marcha. Para Eneko, el límite lo marca el cielo.

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