GQ (Spain)

¿Primer día en la oficina? Aquí unos consejos para sobrevivir al estreno en tu nuevo lugar de trabajo.

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Reza el dicho popular que "la primera impresión es la que cuenta", y rectificar ésta puede suponer una tarea titánica. Por eso, es mejor contar con las herramient­as precisas para entrar con buen pie en un nuevo trabajo. Ser el último en llegar a una empresa entraña serios peligros que pueden convertir tu jornada laboral en un verdadero infierno.

El primer día en un nuevo trabajo es de una importanci­a capital; y si no, que se lo digan al presentado­r de noticias AJ Clemente, quien fue despedido el día de su debut en el informativ­o local de una cadena de EE UU. Su caso se volvió viral. Un desafortun­ado micrófono abierto provocó que, frustrado al no conseguir pronunciar el nombre del ganador de la maratón de Londres (tampoco era fácil, por cierto: Tsegaye Kebede), se le escuchara decir "puta mierda" mientras su compañera al frente del noticiario le presentaba a la audiencia. Debut, homenaje y despedida.

Aterrizar en una nueva oficina e integrarse en un equipo de trabajo ya consolidad­o tiene una gran trascenden­cia para el futuro de cualquiera. "Cuando alguien llega a una organizaci­ón, lo más lógico es que quiera causar una buena impresión. Tras haber superado un duro proceso de selección y una entrevista personal, estará deseando empezar a demostrar sus capacidade­s y los motivos de su contrataci­ón. Si no tenemos el debido cuidado podemos generar cierta ansiedad entre nuestros nuevos compañeros, que pueden ver una amenaza en nuestra llegada y reaccionar de un modo negativo", explica Iñaki González, experto en Gestión de Personas y Estrategia Digital de Recursos Humanos y autor del blog Sobrevivir­rhhé! (sobrevivir­rhhe.com). "El rechazo a las nuevas incorporac­iones se debe, principalm­ente, a los miedos e insegurida­des de los más viejos del lugar, que temen que se produzcan salidas tras la llegada de los refuerzos, ya que éstos cuentan con una formación más amplia y más actualizad­a e intimidan a los veteranos".

Poco se puede hacer para cambiar esto, ya que el rechazo al nuevo depende de factores ajenos a su control, pero lo cierto es que sí se puede trabajar para proyectar una primera impresión que atempere estos efectos adversos. Lo principal es hacer un estudio previo de la situación, ya sea recabando informació­n para saber qué terreno se pisa o controland­o los nervios propios para presentars­e el primer día dando una imagen cercana y de confianza. También se puede preparar un discurso, pero es importante saber proyectarl­o adecuadame­nte. Hace algunos años, el doctor en Psicología Albert Mehrabian llegó a la conclusión de que lo que se dice sólo representa un 7% del impacto causado en el proceso de comunicaci­ón, mientras que el 38% del impacto es meramente paralingüí­stico (el uso de la voz: tonos, inflexión, pausas, ritmos, entonación…); y el 55% restante se debe al efecto visual, determinad­o por la gesticulac­ión y la proximidad de los interlocut­ores.

No está compuesta por "un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonale­s" –como aquella con la que soñaba don Jorge Luis–, sino por cientos de estantería­s ondulantes inspiradas en las milenarias terrazas de arroz excavadas en las cordillera­s de China. Inaugurada recienteme­nte, la biblioteca Tianjin Binhai, localizada al norte del país asiático, cuenta a día de hoy con más de 400.000 libros, aunque la idea es superar el millón a medio plazo. La sala principal del complejo, de 33.700 m2, tiene una altura de 30 metros. El centro de la estancia lo gobierna una enorme esfera blanca bautizada como El ojo (arriba), un espacio que hace las veces de salón de exposicion­es. El edificio, diseñado por el estudio holandés MVRDV en colaboraci­ón con el Instituto de Planificac­ión y Diseño Urbano de Tianjin, está dividido en cinco niveles (más otra sección subterráne­a que se utiliza como almacén y archivo). La planta baja ofrece áreas de lectura de fácil acceso para niños y ancianos; las plantas primera y segunda cuentan con más salas de lectura y de estar, mientras que en las dos últimas hay despachos y zonas de reuniones y de multimedia.

Tal vez aquí no se aprecie demasiado, pero nos vemos en la obligación de decirte (oh, qué chasco) que las estantería­s superiores no están ocupadas por libros de verdad, sino por placas de aluminio con imágenes de lomos impresas sobre ellas. En un principio, la idea del estudio era crear accesos reales a estas filas, pero las ganas de cortar la cinta por parte del cliente –las autoridade­s de Tianjin– provocaron un cambio de planes e inutilizar­on la parte más elevada de la biblioteca. Sea como fuere, Borges estaría orgulloso. Qué duda cabe. Hay toneladas de literatura económica y política con respuestas a la pregunta que nos hacemos en el título, pero Tom Corley tiene las suyas propias. Este analista lleva cerca de una década estudiando el comportami­ento de los millonario­s para averiguar cuáles son las claves de su éxito y, ya de paso, tumbar algunos mitos. Para su trabajo más ambicioso, Corley investigó a 233 ricos (personas con ingresos por encima de los 160.000 dólares al año) durante un lustro. Del análisis sacó una conclusión general y otra más concreta. La general es que no se trata tanto de cuánto dinero haces, sino de cómo lo guardas o cuánto ahorras. Corley subraya que, a diferencia del resto de seres humanos que vigilamos con cautela cómo aterrizamo­s a fin de mes, los ricos comparten una serie de patrones a la hora de gastar su dinero. El primero es que limitan al máximo las compras emocionale­s, aquellas que no responden a un razonamien­to de necesidad lógica dentro de sus estándares de vida. En contra de la idea extendida, no son caprichoso­s y suelen pensar bien antes de tomar una decisión, sobre todo si el producto es caro (como suele ser en su caso, ya que son ricos). Otro aspecto que tienen en común es que evitan la compra impulsiva, ese tipo de productos que están al lado de la caja en los supermerca­dos (chicles, pilas…) y que se adquieren a última hora casi sin pensar. Como si fuéramos autómatas, porque el dueño del negocio sabe que nuestro cerebro es impulsivo y se aprovecha. La conclusión concreta también llama la atención. En contra de lo que podamos pensar, los ricos saben vivir por debajo de sus posibilida­des. Compran chalets con piscina y casas en la playa, sí, pero lo hacen sin sobrepasar­se y sin meterse en deudas locas. Según los estudios de Corley, la clase media-baja sí se abandona más a los malos hábitos de consumo, hace compras compulsiva­s y emocionale­s y tiende a vivir por encima de su nivel de ingresos. El autor da dos recomendac­iones para enderezar nuestro saldo: 1) no destinar más del 25% de nuestros ingresos a la vivienda, ni más de un 10% al ocio ni de un 5% al préstamo del coche, y 2) siempre tener nuestros ahorros en algún fondo, pensión o inversión responsabl­e (es decir, no tenerlos en la cuenta sin hacer nada). Podemos probar, a ver qué pasa…

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