GQ (Spain)

'TENK YOU VEDY MUCH ', ANDY KAUFMAN

- POR MARTA FERNÁNDEZ

"No te das cuenta de que con Andy tiene que haber diversión. Si no se lo pasa bien, no va a hacerlo". Era la advertenci­a de la madre de Andy Kaufman a Julie Hecht, que pretendía hacer un reportaje para Harper’s Magazine. La escritora había ido hasta el suburbio de Long Island donde había nacido Andy para conseguir una entrevista. Le había visto actuar en su antiguo instituto y le había acompañado a una fiesta en la casa familiar que él se empeñaba en comparar con la de El Graduado. "No, Andy, no se parece a la fiesta de El Graduado". Pero él no había tenido un minuto para ella. O no había querido. Para acercarse a Andy había que entrar en su juego: un tablero perverso en el que sólo regía la necesidad de la risa y la provocació­n. El mundo tenía que ser como Andy quería. Una montaña rusa sin frenos con la inercia trucada.

A Julie Hecht le costó un año entero que Kaufman le contestara a una sola pregunta: ¿por qué haces lo que haces? Se veían en Nueva York cuando él iba a actuar y cada encuentro tenía algo de penitencia para conseguir su confianza. Andy y su socio Bob Zmuda eran especialis­tas en organizarl­a allá donde iban. Con Julie Hecht como avergonzad­a actriz secundaria. La respuesta de Andy nunca llegaba, pero en el camino se ganó su cariño. "¿No vamos a dejar de ser amigos?", le repetía después de haberle negado por enésima vez la entrevista o de avergonzar­la en un restaurant­e. "No, Andy, pero estoy cansada".

Era difícil sobreponer­se al genio salvaje de Kaufman. "Quiero hacer todo lo que me perdí cuando era demasiado tímido". Cuando era un niño raro que actuaba en su habitación frente a la pared. "Es lo que siempre he hecho. Hacía cosas en mi habitación. Luego las hacía en fiestas infantiles. Luego en el instituto. Luego en un club. Luego me descubrier­on en Saturday Night Live. y luego me fui a Los Ángeles. Pero no soy un cómico". Ni lo era, ni lo pretendía. Ni eso, ni ser gracioso. aunque ése es un don que no se elige. O una maldición de la que uno no escapa. Kaufman conseguía provocar la risa hiciera lo que hiciera. Como aquella vez que se plantó ante un público universita­rio y abrió un libro. "Cuando era más joven y vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces". Pretendía leer de principio a fin El Gran Gatsby. Pasados unos minutos, después de varias interrupci­ones, los abucheos arreciaron. "Vale, vale… ¿Queréis que siga leyendo o que ponga el tocadiscos? ¿Cuántos prefieren el tocadiscos?". Gran aplauso. Cierra el libro, coloca la aguja sobre el vinilo y tras una pausa dramática en forma de interferen­cia se escucha su voz leyendo. Ovación. Carcajadas. Andy quería cabrearles, pero había hecho reír. Siempre le pasaba.

Andy era un maestro jugando al engaño. Solía contar la historia de que se dedicó a actuar para conseguir que la chica que le gustaba en séptimo grado le hiciera caso. "Me di cuenta de

que me tenía que hacer famoso para poder hablar con ella. Después de que actúe en el Radio City Music Hall y de que se emita mi especial, quizá merezca la pena a sus ojos". La historia del amor adolescent­e podía ser verdad. Lo que era falso era que actuara para reencontra­rla. andy la había localizado hacía años y los dos se dieron cuenta de que no conectaban.

Tony Clifton fue la mayor de sus imposturas. Un crepuscula­r cantante de un Rat Pack de saldo, precursor del mohín trumpiano. Y, sin embargo, cuando Kaufman insistía en que él no era Tony Clifton

estaba diciendo la verdad. Contrataba­n a Andy y se presentaba Clifton. y cuando el auditorio aplaudía convencido de que había visto actuar a su ídolo, el mismísimo Kaufman surgía de la nada para saludar en el escenario. El público se preguntaba a quién demonios había ovacionado.

Un año después de haber empezado su trabajo con Andy Kaufman, Julie Hecht volvió a encontrars­e con su madre. "Te dije que te costaría". Le contó que Andy había sido un niño difícil. Se escapaba de casa sin pantalones para escandaliz­ar al barrio. Su abuela paterna recomendó atarlo a un árbol. Pero era indomable. a los cuatro años le llevaron por primera vez al psiquiatra. "No ate usted más al niño". y el niño creció sin crecer y vivió desatado. Hasta que el cáncer le anudó la vida a la muerte a la edad de 35 años.

"[Ni era un cómico] ni lo pretendía. Ni eso, ni ser gracioso. Aunque ése es un don que no se elige. O una maldición de la que uno no escapa".

 ??  ?? Andy solía denominars­e a sí mismo "artista de variedades", asegurando que nunca había contado un chiste en su vida.
Andy solía denominars­e a sí mismo "artista de variedades", asegurando que nunca había contado un chiste en su vida.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain