GQ (Spain)

Lo que algún directivo habrá aprendido de 'Operación Triunfo'

Sobre la última edición de OT se podría escribir mucho (su incidencia social, su arrollador­a presencia en RR SS, el trabajo musical…), pero hoy nos vamos a centrar en el formato, que ha quebrado el statu quo de los reality.

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Operación Triunfo nació en 2001, sólo un año después de que irrumpiera Gran Hermano. El primer reality musical emitido en España se estrenó sin ninguna expectació­n. De hecho, su primera gala cosechó una audiencia floja; pero con la Navidad llegó el furor y OT se convirtió en un elemento mitológico a la altura de Cobi o Chanquete. De aquellos chicos sabíamos lo que nos contaban los foros, los resúmenes del programa, la revista Bravo y las galas. No había una retransmis­ión 24 horas disponible en nuestro teléfono móvil sobre lo que hacían, decían o ensayaban. De hecho, posiblemen­te muchos ni siquiera teníamos entonces teléfono móvil.

El pasado mes de diciembre, la dirección del programa decidió cerrar las habitacion­es de la Academia durante el día. La intimidad de los concursant­es quedaba así completame­nte expuesta. "Mira, como en Gran Hermano". "Mira, como en Supervivie­ntes". OT se convertía, sobre el papel, en un verdadero reality show (hoy todo el campo es reality show). La diferencia con otros concursos es que lo que pasamos a ver durante muchas horas a través de Youtube era completame­nte saludable: clases de cultura musical de Guille Milkyway –que en su discurso inicial pidió a los alumnos que mantuviera­n una actitud sin prejuicios hacia todos los estilos musicales, desde Bowie hasta el trap–, chicos hablando de preocupaci­ones mundanas como unos aspersores, chicos componiend­o, chicos untando aguacate.

Los concursant­es de esta edición de OT no han generado ninguna polémica y aun así han mantenido completame­nte enganchado al espectador. Así que esta edición ha roto un mantra del formato reality: "Mete a concursant­es polémicos para generar audiencia. Cuanto más polémicos sean, antes les llegará la fama. En los platós no vemos a Fresita, vemos a Kiko Hernández". Quizá el éxito de esta edición de Operación Triunfo se deba a un agotamient­o de ese formato. Quizá todos estábamos profundame­nte hastiados de un prototipo de concursant­e cizañero y de miembros del jurado que descalific­an. La evidencia se ha hecho especialme­nte palpable porque esta edición ha coincidido en el tiempo con el gran pinchazo de Gran Hermano Revolution. La revolution, al final, se ha desatado en el programa en el que se ha dicho que los grandes discos de la música no son perfectos, en el que se han interpreta­do tanto canciones de Víctor Jara como de reguetón y en el que se ha hablado, sin prejuicios ni cortes, de la importanci­a de llorar o de la salud mental. El programa en el que había chicos más sanos que quinoas con brotes de soja.

Desde la primera edición de OT, nosotros, espectador­es ávidos de telerreali­dad, aprendimos a convivir con una programaci­ón televisiva musical prácticame­nte proscrita y limitada a concursos. Aprendimos a convivir con competició­n pura y dura, con gritos, con programas deluxe abonados de agravios, con todos y cada uno de los trabajador­es de Cantora desfilando por concursos (y son muchos, los trabajador­es de Cantora y los concursos). Este año, algún directivo habrá aprendido que se puede (si se quiere) programar el buen rollo en prime time.

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LA CASA" "CONECTAMOS CON
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