De los griegos a la actualidad, en la que 2.000 millones de personas incluyen bichos en su menú diario.
El hombre, desde la prehistoria, ha sido poco tiquismiquis con su dieta evolutiva. Ya en el Levítico parece no hacer ascos a langostas, grillos o saltamontes, antes de que Juan Bautista, ya en el Nuevo Testamento, anime al personal a comer langostas con miel. En la Antigua Grecia, aristóteles se pirraba por las cigarras crujientes, gusto que compartía con el retórico Ateneo. Los romanos eran más de ciervo volante, un escarabajo XL, mientras los cronistas de la época citan dulces manjares a base de langostas deshidratadas espolvoreadas en leche o postres con larvas de la palma. El término entomofagia, por el contrario, es relativamente moderno y apenas se remonta a 1871, cuando se recoge en varios volúmenes de estudios estadounidenses. a principios del siglo XVII, el naturalista italiano Ulisse Aldrovandi marca el inicio de una "nueva era de la entomología" en su obra De animalibus insectis, con documentación acerca del uso alimentario de los insectos. En 1885, Vincent M. Holt titula su manifiesto victoriano ¿Por qué no comemos insectos?, el primer documento que difunde esta práctica entre el público inglés. Aunque en la cultura occidental este comportamiento arrastra una connotación negativa, casi patológica, se impondrá un cambio de paradigma que favorezca la alimentación de una población mundial que en 2050 alcanzará los 9.000 millones de personas, según la Organización de Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas.