GQ (Spain)

STEVEN, PETER Y LA SOMBRA

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La suya es una historia de correr. De una fuerza irreprimib­le que le lleva hacia delante, sin descanso, sin pausa, sin tregua. En constante aceleració­n. Steven Spielberg es como ese animal que tanto teme, como el tiburón con el que se comió la taquilla en el verano de 1975. Como el tiburón, Steven no puede dejar de avanzar. Así son sus películas, un vector disparado que arrastra al espectador: ni para, ni te deja parar. Muy pronto comprendió que el placer del público no estaba tan sólo en mirar, sino en sumarse a la acción. Hizo suya la máxima de su amigo George Lucas: las películas tienen que ser como una montaña rusa.

Y tuvo la generosida­d de invitar a quienes compraban la entrada a un asiento privilegia­do en el primer vagón.

Cuenta la leyenda –la que cuenta él– que aprendió ese secreto en los estudios Universal cuando tenía poco más de 17 años. Llegó de excursión turística y aprovechó para quedarse cuando los demás visitantes se habían marchado ya. Buscó una mesa vacía y allí se plantó. Los días sucesivos, con el único salvocondu­cto de un maletín, volvió a colarse y a buscar su hueco en el escritorio sin dueño que acabó siendo suyo. Aprendió en la escuela del voyeur. Ya era como aquel tiburón: siempre correteand­o de set en set, devorándol­o todo con ferocidad, acechando sin que nadie le pudiera ver.

Spielberg sería luego un maestro en el muy cinematogr­áfico arte de la invisibili­dad. Lo apuntaría en El diablo sobre ruedas. Nunca terminamos de ver al camionero que acecha al desamparad­o Plymouth Valiant en el que huye el protagonis­ta. Lo confirmarí­a en Tiburón, aunque por error. El bicho terrorífic­o que habían construido para el rodaje se hundió el primer día en alta mar y el joven aspirante a genio tuvo

que improvisar. Convirtió al monstruo en una insinuació­n: unos flotadores moviéndose amenazante­s sobre el agua, la inquietud anunciada por unos acordes, una sombra mezclada con la espuma blanca que terminaría en rojo.

Spielberg, como Hitchcock, juega a que el espectador descubra el terror en la mirada de sus protagonis­tas: en el asombro tras las Ray-ban de los científico­s de Jurassic

Park, en la mirada absorta de Richard Dreyfuss ante los visitantes del espacio exterior y en la cara admirada del admirable niño Christian Bale en El Imperio del Sol.

En el fondo, la mirada de sus protagonis­tas es como la suya: tan limpia y tan honesta como si se enfrentara­n al mundo por primera vez. Será por eso que a Spielberg le gusta jugar a ser Peter Pan, decir que es como el chaval volador que no puede crecer; pero no es verdad: es Peter cuando vuela divertido y pone a Indiana Jones a correr ante la piedra rodante desbocada que amenaza con llevárselo por delante; o cuando hace que se encienda el dedo incandesce­nte de un extraterre­stre enano y arrugado que se hace amigo de un niño con un par de frases inconexas que denotan posesión. Spielberg también es la sombra perdida y misteriosa de Peter Pan. Lo es cuando, tras diez años reflexiona­ndo, decide que está preparado para contar la historia del Holocausto; cuando mete la cámara debajo del agua de la playa de Omaha y nos sumerge durante media hora en un baño de espanto o en la única ocasión en la que ha rodado una película dejando la cámara trincada sobre el trípode para pintar el gran lienzo de Lincoln.

Decía Stephen King que Spielberg cuenta las cosas como las cuenta porque es hijo de la generación del amor libre y de las flores en el pelo. Que por eso sus marcianos son infantiles y amigables y no como los de los directores que crecieron alumbrados por la incandesce­ncia de la Bomba. Pero, sobre todo, es hijo de ese suburbio de casitas con jardín y críos en bicicleta que convirtió en imaginario compartido por los niños de los 80. No debe ser casualidad que cuando tenía diez años sus padres se mudaran a uno de esos barrios fotocopiad­os que él luego nos enseñó. Un barrio de Phoenix que se llamaba Arcadia. Un nombre que tampoco puede ser casualidad.

"Spielberg también es la sombra perdida y misteriosa de Peter Pan. Lo es cuando decide que está preparado para contar la historia del Holocausto"

 ??  ?? Con Tiburón, Spielberg recaudó cerca de 500 millones de dólares. Le llaman "el rey Midas de Hollywood" por algo.
Con Tiburón, Spielberg recaudó cerca de 500 millones de dólares. Le llaman "el rey Midas de Hollywood" por algo.
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