GQ (Spain)

SÚMMUM

- POR MONTERO GLEZ

Con sus luces y sus glorias, el fútbol provoca lo que se denomina "efecto llamada" en todos esos chavales que sueñan con alcanzar la fama. Pocas veces se presentan las sombras, la ruina y el hundimient­o de aquellos futbolista­s que se vieron absorbidos por el exceso.

Hoy toca hablar del otro lado del infierno, y si consideram­os a Maradona el paradigma, nadie tan próximo a él como Julio Alberto, el lateral izquierdo que jugó en el Atleti a finales de los setenta y luego pasó al Barcelona a principios de los ochenta.

Hay una foto en la que aparecen los dos (ésta de aquí), Maradona y Julio Alberto, luciendo una camiseta donde pone "No Drug". La paradoja ha traído más de un chiste, y de dos; pero todo tiene su explicació­n: fue tomada en el homenaje a Platini en Francia, cuando Diego jugaba en el Nápoles y Julio Alberto en el Barcelona, tiempo antes de que ambos visitasen el infierno. Por entonces, Julio Alberto era un futbolista glorioso por ser jugador hábil para el regate, así como de reflejo rápido para hacer incursione­s en la banda. Un es- "Parece que en este país sólo nos hemos drogado Maradona y yo. Nadie más". Luis Alberto a El Mundo (abril de 2016).

"(…) éstos son algunos ejemplos de futbolista­s que no supieron encajar las luces del éxito, que se rodearon de vampiros cuyo abrazo los envolvía en la capa de las falsas amistades"

tilo muy personal, el suyo, que le llevó a formar parte de la selección española de aquellos años de abundancia que fueron los ochenta.

Ya puestos, Julio Alberto pegó el braguetazo casándose con la hija de un banquero con la que grabó el disco Medianoche en Moscú y que se podría catalogar como disco pionero en la senda que luego tomarían dúos como Amistades Peligrosas. Pero no hemos venido aquí a escribir de música, sino de drogas y de círculos viciosos. O mejor: de espirales destructiv­as como en la que se vio sumergido Julio Alberto, quien acabaría poseído por el demonio de un veneno que iba a romper su vida para siempre.

Otro futbolista sin suerte para el exorcismo fue Canito, fallecido en el año 2000, y que hoy, años después, recibe su homenaje con la animación de una grada en el estadio del Espanyol, club al que Canito fue fiel incluso cuando militaba en las filas del Barcelona, equipo al que fue traspasado a finales de los años 70 a cambio de 40 millones de pesetas. Cuentan que en los entrenamie­ntos seguía llevando bajo el chándal la camiseta de su club de siempre, el Espanyol, equipo al que volvería poco después.

Basta recordar que a Canito el campo se le quedaba chico pues su posición cambiaba de un minuto a otro. De defensa pasaba a jugar al centro del campo y de ahí a la delantera, todo a zancadas. Hay un gol memorable que le marcó al Real Madrid en Sarriá, un zurdazo que dejó pasmado a Pirri, a Breitner y sobre todo a Miguel Ángel, el arquero merengue. A partir de entonces –estamos a finales del año 1976–, su carrera futbolísti­ca será tan ascendente como resbaladiz­a. Porque Canito era un hombre de entraña, dotado con una extrema sensibilid­ad demostrada no sólo en el campo a la hora de oler el gol, sino fuera de él cada vez que un niño se acercaba a pedirle un autógrafo: Canito, además del autógrafo, le daba un billete de los de veinte duros. Se podía ir de su parte a comer a los mejores

restaurant­es, donde luego pasaba a pagar la cuenta. Tal vez fuese por ese corazón tan abierto que acabase como acabó, desahuciad­o y en el fango tóxico de la heroína, ese caballo que empezaba a trotar en

aquellos tiempos y al que Canito se subió un mal día o una mala noche, y que desbocaría al final del siglo pasado.

En nuestro tiempo contamos con el caso de Dani Benítez, que jugaba en el Granada hasta que un control antidopaje delató su coqueteo. La cocaína que tomaba para aguantar la noche y que irritaba su mirada en los entrenamie­ntos le fue consumiend­o las facultades. Bien puede afirmarse que Dani Benítez bajó a los infiernos y que ahora está de vuelta: arrepentid­o de sus pecados de juventud, desde la primavera pasada forma parte del Limassol chipriota después de renacer de sus cenizas en el Racing de Ferrol.

Éstos son algunos ejemplos de futbolista­s que no supieron encajar las luces del éxito, que se rodearon de vampiros cuyo abrazo los envolvía en la capa de las falsas amistades. Suele pasar cuando el denominado "efecto llamada" es tan intenso.

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