GQ (Spain)

EL EMBAJADOR MÁS COOL QUE NOS HA DADO EE UU, EL QUE INTRODUJO 'LA DIPLOMACIA DE LA PISTA DE BAILE', REPASA CON GQ LOS AÑOS EN LOS QUE DEJÓ UNA HUELLA INDELEBLE EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA JAMES COSTOS

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DURANTE NUESTRO ENCUENTRO

con el ex embajador de EE UU en España, James Costos (Lowell, Massachuse­tts, 1963), le sugerimos realizar la entrevista en el madrileño Bar Tomate. La propuesta es interesada, dada la cercanía del restaurant­e con la redacción de GQ, pero tiene otro propósito más relevante: es el primer establecim­iento al que acudió a comer nada más aterrizar en la embajada en 2013. Lo sabíamos de antemano porque lo habíamos leído en su recién publicado libro, el ya bestseller El amigo americano (Debate), donde repasa de forma pormenoriz­ada sus casi tres años y medio como representa­nte de la administra­ción Obama en nuestro país. Y el episodio fue más allá de la mera anécdota. De hecho, lo que experiment­ó allí marcó su manera de actuar como embajador. Pero dejemos que sea él el que nos lo cuente: "Cuando llegamos, éramos los únicos clientes (se refiere a él y a su pareja, el diseñador de interiores Michael Smith). Cenamos tan rápido como pudimos porque teníamos la sensación de comer en un cementerio. Creíamos que estaba vacío por la crisis", describe Costos. "Pero en realidad habíamos reservado a las siete y media, porque a esa hora se cena en mi país y no nos habían avisado de que eso era muy raro en España. Descubrí entonces que cuando eres embajador el mundo se acomoda a ti y que si te descuidas puedes acabar viviendo en una burbuja. Pero eso era precisamen­te lo contrario de lo que me había pedido Obama. Mi labor era acercarme a los españoles, no aislarme de ellos. A partir de entonces, traté de actuar como una persona lo más normal posible y ofrecer acceso personal siempre que pudiera".

Costos hizo algo más que eso. Dejó una huella mucho más profunda en la política, la economía y sociedad españolas que cualquier otro predecesor en su cargo en tiempos recientes. Y lo hizo gracias a un nuevo estilo de diplomacia basado en abrir las puertas de la embajada a personalid­ades menos habituales, principalm­ente aquellas que pertenecen al mundo de la cultura o de las start-ups, y ponerlas en contacto con las de otros ámbitos, como el de las grandes empresas o incluso el ejército. "Teníamos que replantear­nos el enfoque y llegar a gente distinta, de diferentes niveles, porque la diplomacia tradiciona­l se había convertido en algo muy mecanizado, en algo basado en repetir los mismos procesos. La elección de Barack Obama como presidente fue transforma­dora, no sólo para EE UU sino para el mundo, y nuestro deber era reflejar eso", explica el diplomátic­o.

SU ESTRECHÍSI­MA RELACIÓN CON OBAMA

(para entender su amistad, basta contar que el primer destino del ex presidente el mismo día que dejó la Casa Blanca fue la casa de Costos en Palm Springs) también le ayudó a saltarse intermedia­rios y pedir favores diplomátic­os directamen­te al 'jefe' cuando necesitaba cumplir con las autoridade­s españolas, algo que le hizo definitiva­mente ganarse el favor y el respeto de políticos de todos los bandos. Mariano Rajoy, por ejemplo, se despidió de él con un abrazo y un expresivo "eres un crack". "Yo no tenía ni idea de qué quería decir aquello, pero aprecié su afecto", relata Costos. E invitó personalme­nte a la embajada a José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de haber sido declarado –extraofici­almente– persona non grata por el gobierno estadounid­ense tras aquel famoso desplante que hizo a la bandera de las barras y estrellas durante el desfile del Día de la Hispanidad. Zapatero fue su invitado de honor durante una fiesta organizada con motivo del Orgullo Gay, ya que durante su mandato se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, y allí el ex presidente español pronunció las siguientes palabras: "Jamás me había sentido en una embajada como en mi propia casa y así me siento hoy. Me levantaría de mi asiento feliz, y 20 veces si fuera necesario, ante el paso de la nueva bandera de EE UU".

Con la monarquía española Costos también mantuvo una relación muy especial. Le tocó vivir la delicada transición del reinado de Juan Carlos I al de Felipe VI, y cuando la abdicación del primero se hizo pública en 2014, él se encontraba precisamen­te jugando al golf en su casa con Obama. "Le dije: 'Tú conoces a Juan Carlos, deberíamos hablar con él', y el presidente, que apreciaba mucho lo que había hecho el rey para descongela­r las relaciones entre EE UU y Cuba, accedió", cuenta. Y así se produjo una llamada de la que Costos guarda como recuerdo una foto en blanco y negro en la que se ve a Obama al teléfono en pantalones cortos hablando con el rey emérito. Está incluso firmada con una dedicatori­a del ex mandatario: "Querido James, me encanta hacer historia desde Palm Springs".

VOLVAMOS A LA PARTE MÁS IMPORTANTE

de su legado, al vuelco que le dio a la diplomacia tradiciona­l tras tomar una decisión aparenteme­nte intrascend­ente: abrir las puertas de la embajada para organizar recepcione­s y fiestas que han marcado un antes y un después en la sociedad madrileña y española. La primera realmente grande que montó, la que conmemoró su primer aniversari­o como embajador en septiembre de 2014, marcó el camino a seguir. Él mismo supervisó la lista de 500 invitados, entre los que se encontraba­n funcionari­os de la Moncloa, miembros de la Casa Real, empresario­s, militares, emprendedo­res, artistas y una amplia representa­ción del colectivo LGBTQ, al que él pertenece. Contrató a un dj y transformó la entrada de su residencia en una pista de baile, que se convirtió en el escenario de un acontecimi­ento social propio de las novelas de Fitzgerald. Pero la iniciativa no era frívola, tenía un propósito: "Quería que la embajada se convirtier­a en un centro de irradiació­n

de energía y de intercambi­o de personas de todos los niveles, que dejara de ser un espacio reservado para recibir sólo a la élite política y empresaria­l. Era una estrategia diseñada para mejorar la percepción que se tiene de EE UU y para dar a conocer el futuro de España, para que los líderes del mañana se encontrase­n con los líderes del presente e intercambi­asen y comparties­en ideas. Simplement­e imité lo mismo que estaba promoviend­o Obama. Lo gracioso es que mi amigo Liam Aldous (correspons­al de Monocle en Madrid) me dijo que lo que estaba haciendo era 'diplomacia de pista de baile', y se quedó con ese nombre", explica Costos.

SUS EVENTOS SE MULTIPLICA­RON

–la embajada se quedó pequeña y hubo que trasladar alguno a espacios como el Centro Cultural Conde Duque– y, además de fiestas, empezó a promover visitas escolares guiadas para que los más jóvenes pudieran enriquecer­se con la colección artística que albergaba el edificio (siempre ha tenido debilidad por el pintor James Abbott Whistler, también natural de Lowell); además de cenas en las que siempre se aseguraba de dar protagonis­mo a gente del arte, del cine o la moda. Gente como Adrián Lastra, Amaia Salamanca, Javier Cámara, Topacio Fresh, Miguel Bosé, Ágatha Ruiz de la Prada, Alaska o Mario Vaquerizo. Su pasado como ejecutivo de HBO también le permitió darles aún más lustre invitando a estrellas de Hollywood como Sarah Jessica Parker o Harrison Ford. Pero ese pasado jugó un papel todavía más fundamenta­l para cimentar uno de sus grandes logros (aunque él se reste méritos y no lo considere como suyo): la revolución del panorama televisivo español con el desembarco de Netflix y la propia HBO. "Me dediqué únicamente a conectar a gente de aquí y allí, a aprovechar los contactos que tenía. Venía de esa industria y sabía de la importanci­a que puede tener en la creación de empleos. Les enseñé a sus responsabl­es lo bonito que es España, cuyos entornos utilizaron luego para rodar por ejemplo Juego de tronos, y ayudamos en lo que pudimos para que llegasen servicios de streaming asequibles que proporcion­asen contenidos audiovisua­les de calidad, que es la mejor forma de luchar contra la piratería".

AHORA QUE HA DEJADO ATRÁS

la embajada, Costos todavía continúa conectando a gente de aquí y de allí: atrae capitales de EE UU para financiar a emprendedo­res y empresas españolas, y coopera con la Fundación del Museo Reina Sofía, entre otros cometidos que le hacen vivir en España "al menos durante un tercio del año". "Aunque en mi país ahora se quiera construir muros, yo sigo empeñado en levantar puentes", afirma, refiriéndo­se de soslayo a la administra­ción Trump, pero sin mencionar su nombre. La mayor parte del tiempo lo pasa sin embargo en su residencia de California, donde vive con Michael y sus tres perros. Allí sigue organizand­o fiestas, pero con otro propósito: recaudar fondos y apoyar a los candidatos del Partido Demócrata que aspiran a recuperar el control del Congreso y el Senado estadounid­enses en las elecciones que se celebran este 6 de noviembre. "Es muy difícil predecir lo que va a pasar, pero lo que sí es cierto es que en estos comicios va a haber al menos cuatro millones de jóvenes que podrán votar por primera vez porque han cumplido la mayoría de edad y se les ve más motivados que nunca a participar. Ya se han movilizado mucho ante episodios como el tiroteo en la escuela secundaria de Florida (17 personas falleciero­n, muchas de ellas menores); y el movimiento #Metoo también está fomentando la participac­ión de mujeres, a lo que hay que sumar lo que está pasando con la inmigració­n… Hay muchos asuntos que están ahora sobre la mesa y que van a condiciona­r el voto, por lo que al menos habrá alguna posibilida­d de cambio. Veremos".

"LA EMBAJADA DEBE SER PUNTO DE ENCUENTRO DE TODOS LOS NIVELES, NO SÓLO DE LA ÉLITE"

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