Explorando el Alto Atlas
Existe un MARRUECOS muy alejado de las costas y las populosas medinas. Desde el corazón de la cordillera que separa el mar del desierto asoma un paisaje silencioso y extraordinario, perfecto para aventureros en busca de lo auténtico.
Las ciudades emergentes más importantes de Marruecos se abren al crecimiento económico llenando sus horizontes de grúas y nuevos edificios que urbanizan las áreas más alejadas de las polvorientas y bulliciosas medinas antiguas (mdina qdima). Las ciudades han quedado divididas en dos: medina nueva y medina antigua, y mientras las familias más pudientes se mudan a nuevos barrios para poder disfrutar de la arquitectura moderna, los bohemios de la kasbah se quedan para vivir sus días en las estrechas callejuelas sin salida de estos barrios, donde pueden pasar tardes enteras jugando al ajedrez o tocando el guembri en destartalados riads o cafeterías. Pero esta dicotomía que parece estar dándose en todo el país poco afecta a la región más desestimada de Marruecos: el Atlas, la cordillera que seca el desierto del Sáhara y lo separa de las azules costas marroquíes que dan al mar Mediterráneo y al océano Atlántico.
El Atlas ha sido siempre el oasis de Marruecos, el refugio del país en el que sus gentes viven a espaldas de lo que ocurre en el mundo. Si Heródoto y Homero veían en el Atlas la frontera occidental del mundo conocido, los bereberes ven en esta línea geográfica lo único conocido: una tierra libre en la que dar vida y en la que morir, porque como el proverbio en tamazigh dice: "El lugar cuyas piedras te conozcan vale más que el lugar cuya gente te conozca". Sin duda alguna, tanto las piedras del Alto Atlas como la milenaria cultura bereber que se ha ido forjando sobre ellas son dignas de visitar y conocer a través de la cultura Amazigh (los bereberes se llaman a sí mismos imazighen: hombres libres), una de las etnias preislámicas más fascinantes de África.
Probablemente la mejor ruta para conocer las laderas del Atlas, sus ksars y a sus hombres libres sea recorrer las provincias de Tinghir y Ouarzazate en primavera, la única estación en la que el clima deja de ser hostil y nos permite ver cómo el paisaje reacciona a esta tregua pintando de verde el árido paisaje de lugares tan bellos como Telouet y llenando de agua los valles y ríos de la zona. Un momento ideal para celebrar la supervivencia a la aspereza del invierno y preludio del sofocante verano. Viajar al Atlas es parar el tiempo para contemplar la austeridad de la vida. IMPRESCINDIBLES 1. Ascensión al pico de Jbel Toubkal. Con 4.167 m de altitud, Toukbal es la montaña más alta del norte de África. 2. Escapada de cine al ksar de Aït Benhaddou. Este ksar (fortaleza o ciudad amurallada) fortificado es uno de los más impresionantes de Marruecos por el contraste del color adobe de las casas con los verdes de los palmerales y el azul del río que abraza la ciudad (¡Atención seguidores de Juego de Tronos!: Aït Benhaddou fue la ciudad que inspiró la ficticia Yunkai).
Visita al Festival de las Rosas en Valle del Dades. Cada primavera, las cooperativas de rosas y habitantes del valle celebran la cosecha anual de rosas en Kelaa M'gouna, llenando la ciudad con rosas damascenas, bailes bereberes y pequeños conciertos. 4. Excursión en 4x4 (o camello si se dispone de más tiempo) por Erg Chebbi, el desierto de dunas más grande de Marruecos. Imprescindible pasar noche y contemplar los cielos plateados que el desierto brinda. 5. Acampada en el Atlas Electronic para disfrutar, a finales del mes de agosto, de música electrónica, arte, cultura y creatividad rodeado de palmeras y arena.