GQ (Spain)

/ Al escribir de un hijo, el periodista sale con la partida perdida. Tu hijo no interesa a nadie.

MANUEL JABOIS

- MANUEL JABOIS

"Un hijo no está aún al tanto de la diferencia entre el sentido figurado y el literal. A esas edades, por tanto, todos son tuiteros"

___Después de tener un hijo, el trabajo de su padre escritor consiste en concentrar­se para no escribir de él. No es una tarea fácil; de hecho, es una tarea para la que hay que estar consagrado 24 horas. En mi caso, preferí ceder pronto a la tentación y escribir un pequeño libro que vendí como "memorias de un embarazo" pero que en realidad era parte de un proyecto de desintoxic­ación. En vano. Tras la publicació­n, seguí recayendo en diferentes ocasiones y por motivos de lo más estúpidos, como la primera palabra o el primer chupete abandonado. Cualquier cosa de lo más rutinaria –qué hay más rutinario que un niño que aprende a hablar– un padre la cree imprescind­ible para el devenir de la humanidad, por tanto hay que dejarla inmortaliz­ada con conciencia de lo eterno. Un padre que escribe, por lo general, más que un padre se cree Cicerón: tiene que levantar acta de todo lo que haga su hijo porque, para ese padre, su hijo es una mezcla entre el primer bebé de la historia y el hijo de Dios, siendo Dios el escritor. Así están las putas cabezas.

___Por tanto, esto que están leyendo por encargo de GQ es el resultado de un fracaso; escribo estas líneas casi escondido, como el yonqui que reincide en un callejón. O sea, feliz. Pero consciente también de la autodestru­cción que supone. Por la razón sencilla de que, al escribir de un hijo, el periodista sale con la partida perdida. Es como escribir de Aznar, pero al revés: uno ya sabe que no va a escribir mal de él. Todo, desde la misma concepción, incorpora un aire viciado de santidad. Y contra eso es lo que hay que luchar y contra eso hay que salir derrotado una y otra vez. No es fácil tener amigos que te digan la verdad: tu hijo no interesa a nadie. Yo los tuve y los perdí, sólo y únicamente después de que me lo dijeran. Porque acaso no entienden que, además de un hijo, yo tengo en casa una extraordin­aria fuente de inspiració­n para artículos, libros y conferenci­as, sean estas últimas lo que sean.

___Un hijo –un hijo menor de ocho años, quiero decir; a partir de esa edad ya no son oficialmen­te hijos– no está aún al tanto de la diferencia entre el sentido figurado y el literal, por ejemplo. A esas edades, por tanto, todos son tuiteros. Hace unos días tuvo lugar, con la mayor solemnidad del mundo, este diálogo:

-Cariño, yo voy a estar siempre a tu lado –le dije.

-Bueno –contestó–, pero algunos días también tengo que estar con mamá.

___Es, efectivame­nte, una respuesta genial que parte de la ignorancia del lenguaje figurado. Podría hacer una tesis con ella, pues otra de las taras de los padres es que cualquier chorrada de sus hijos debe analizarse académicam­ente. Hay que estar alerta siempre: en cualquier momento, sin darse cuenta, uno no sólo está escribiend­o otra vez de él, sino pidiendo que los demás lo hagan con vocación de doctorado. Es como enseñar las fotos con el móvil, pero molestando a más gente y con la creencia, absurda, conmovedor­a, de que un hijo tan listo y tan inteligent­e no va a aprender nunca a leer. Porque si lo creyeses, padre mío, nadie escribiría una palabra de su hijo antes de morirse de vergüenza. En el caso de que la tuviese.

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