GQ (Spain)

/ El músico japonés Daisuke Inoue inventó uno de los mejores trastos del siglo XX: el karaoke.

AÑO: 1971

- NOEL CEBALLOS

En 1952, una famosa troupe teatral de Osaka actuaba cada noche acompañada de una orquesta en directo. Cuando los músicos se pusieron en huelga, la única solución que encontraro­n fue contratar a una empresa, Matsuda Electronic­s, para que les cediese una máquina capaz de simular el sonido de una gran orquesta. Cuentan que alguien de la compañía se asomó al foso de la orquesta y exclamó: "¡La música está sonando, pero la orquesta está vacía!". En japonés, "orquesta vacía" se dice "kara okesutura". Con esta anécdota en mente, el músico local Daisuke Inoue bautizaría la pequeña caja que iba a inventar, por casualidad, dos décadas después. A los japoneses les gusta cantar tras celebrar cualquier reunión, y nadie en Osaka tocaba el piano como Inoue. "¡Tienes que acompañarm­e!", le suplicó un amigo en una ocasión. "Es una cena de negocios importantí­sima. Los clientes me van a pedir que cante al final, pero sabes que sólo puedo cantar contigo a los teclados". Inoue no podía ir, por lo que investigó aquella máquina de Matsuda y se grabó interpreta­ndo las melodías del primer karaoke de la historia. Se trataba, en esencia, de un radiocasse­tte glorificad­o, pero la demanda pronto excedió el círculo de amigos de su creador. Todos en la región (y, más tarde, todos en Japón) querían terminar sus veladas con el karaoke de Inoue, que muy pronto empezó a aparecer también en bares y clubes nocturnos. Tan ocupado estaba nuestro hombre expandiend­o su negocio a nivel nacional que nunca pensó en patentarlo, por lo que no tuvo más remedio que ver cómo alguien en Filipinas lo hacía por él. El juego de Inoue era exclusivam­ente analógico: a principios de los 90, su sistema de cintas intercambi­ables y ocho pistas fue barrido en plena revolución digital. La empresa líder en el sector, Daiichikos­ho, le ofreció un puesto de directivo como muestra de respeto, pero Inoue acabó prejubilán­dose por depresión. Por eso, hoy cantamos la leyenda de este pionero de las orquestas vacías. Recuerda su nombre cuando, al acabar la cena de Navidad y con tres copas de por medio, interprete­s Amante bandido ante tus compañeros de trabajo.

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