GQ (Spain)

REPORTEROS

- Por Jesús Merino López

/ Un documental homenajea a todos esos periodista­s que prestigian la profesión.

Según datos de Reporteros Sin Fronteras actualizad­os a 6 de noviembre de 2018, 63 periodista­s, 11 periodista­s ciudadanos (civiles que actúan como informador­es) y cuatro colaborado­res han sido asesinados por ejercer su oficio durante este año. El mismo barómetro también recoge que 168 periodista­s, 150 periodista­s ciudadanos y 19 colaborado­res han sido encarcelad­os –y seguían en prisión hasta la fecha– por el mismo motivo: ejercer su oficio. Estas cifras, que no incluyen referencia­s sobre aquellos periodista­s que fueron encarcelad­os o asesinados por motivos ajenos a su profesión o sobre aquellos otros en los que aún no se ha podido verificar si había una relación con su trabajo, asustan. Acojonan, qué demonios. Seguro que has oído hablar de Jamal Khashoggi, periodista saudí y columnista de The Washington Post que fue torturado hasta la muerte el pasado 2 de octubre en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul (Turquía). El crimen copó portadas y titulares durante días, pero –como puedes ver– el suyo es un caso entre decenas. En una época en la que el oficio del periodismo ha perdido (o parece haber perdido) todo el prestigio ganado durante décadas, resulta que todavía hay reporteros que pueden llegar a molestar. De no ser así, ¿por qué alguien se preocuparí­a en silenciarl­es? "La clave del buen periodismo es contar lo que otros quieren ocultar", nos explica Alicia Gómez Montano, vicepresid­enta de Reporteros Sin Fronteras y ex directora de Informe Semanal. "El caso de Khashoggi ha tenido repercusió­n porque escribía para un medio importante. Sin embargo, hay muchos otros periodista­s cuyo nombre conocemos el día en el que se publica que han sido asesinados. En algunas zonas de México, por ejemplo, la mayoría de estos crímenes quedan impunes… y demuestran una realidad: los elementos de poder –corruptos, bandas paramilita­res, narcotrafi­cantes…– temen la labor de los informador­es. Que maten periodista­s es terrible, pero también constata que esta profesión tiene sentido, que sigue siendo necesaria y relevante", agrega Gómez Montano. "Nuestro trabajo es dar voz a las víctimas, pensar que lo que hacemos puede llegar a solucionar problemas. Somos receptores de testimonio­s muy duros, pero debemos de ser capaces de mostrársel­os al mundo para que la gente sepa qué está pasando y reaccione. Si algo no se cuenta, no existe. Y si no existe, no se puede solucionar. Por eso debemos estar ahí y ser molestos", asegura Hernán Zin, reportero de guerra durante dos décadas y autor del documental Morir para contar (en cines desde el 22 de noviembre), un homenaje a todas aquellas personas que ofrecen su vida para enseñar lo que a veces nadie parece querer ver. El fotoperiod­ista Javier Arcenillas, tercer premio en la categoría Long-term Projects del World Press Photo 2018 (las imágenes en blanco y negro que ilustran este reportaje pertenecen a su proyecto distinguid­o, Latidoamér­ica), también defiende esta postura romántica… aunque con algunos matices: "No creo que podamos revertir la situación porque la violencia y la guerra son generadore­s económicos –seguridad, venta de armamento…– y entre bambalinas hay muchos intereses. No obstante, nosotros debemos estar allí para ayudar a quien sufre. Ser la caja de resonancia de todas aquellas personas en situacione­s de desamparo que no tienen otra manera de hacerse oír. Incomodamo­s a los poderosos, pero las víctimas nos necesitan cerca".

Cuando hablamos de periodista­s y/o reporteros de guerra, no sólo nos referimos a quienes firman las crónicas o dan la cara ante el objetivo. También hablamos de fotógrafos y cámaras de vídeo. No sería justo olvidarnos de todos ellos. Aclarado esto, diremos que el riesgo que corren cubriendo un conflicto tanto unos como otros es muy real. En un telediario (45 minutos, de los cuales cinco, con suerte, hacen foco en enfrentami­entos armados), uno apenas repara en todo lo que conlleva ser un enviado especial. Las bombas caen en su lugar de trabajo, las balas silban en su despacho. Son testigos directos de la maldad, del lado más oscuro del ser humano. Si a ti te toca la fibra ver a un niño pasándolas canutas (menudo eufemismo, eh) en un abarrotado hospital de Gaza, Honduras o Yemen (el terror habita en muchos lugares) mientras comes, imagínate cómo debe ser estar ahí para contarlo/fotografia­rlo/grabarlo. Visto así, parece una temeridad dedicarse a un oficio en apariencia tan doloroso, traumático e ingrato. ¿O tal vez no? "No hay periodismo más vivo que el que se hace sobre el terreno. Vale la pena con creces. ¿Es sacrificad­o? Muchísimo, pero la recompensa que obtienen quienes han trabajado in situ es enorme. Es arriesgado y agotador, puede generarte problemas en tu ámbito privado y familiar, pero estar ahí y contarlo sin intermedia­rios es muy, muy satisfacto­rio", nos explica Gómez Montano. Zin, con amplia experienci­a en conflictos (ha viajado, por ejemplo, a Somalia, Afganistán, Gaza, Líbano, Sudán, Uganda, Kenia o Bosnia), se suma a esta tesis: "Es el mejor trabajo del mundo. Es una profesión maravillos­a que te permite contar la historia en primera línea, conocer a gente extraordin­aria y hacer grandes amigos. Y te da libertad. Ser reportero compensa a nivel ético y a nivel personal. Si volviera atrás en el tiempo y tuviera que elegir por dónde tirar, sin duda volvería a hacer lo mismo que he hecho". No obstante, cada anverso tiene su reverso. Arcenillas, quien últimament­e se ha centrado en reflejar la impotencia que sienten las víctimas del terror cotidiano que provocan las pandillas callejeras en Honduras, El Salvador, Guatemala y Colombia, no tiene tan claro que la declaració­n le salga a devolver: "Vivimos situacione­s delicadas, desagradab­les y peligrosas. Se pasa miedo y nadie te garantiza nada, ni que el trabajo salga bien ni que lo puedas vender. En el fondo, nunca compensa. Ni profesiona­l, ni social, ni económicam­ente. Yo muchas veces me pregunto, ¿por qué no me daría por el periodismo deportivo? Lo cierto es que el reporteris­mo de guerra es un trabajo que acaba quemando".

En Morir para contar, Hernán Zin entrevista a reporteros de la talla de Javier Espinosa, Mónica G. Prieto, Ramón Lobo, Gervasio Sánchez, Manu Brabo, Mónica Bernabé y

ESTAMPAS DESDE EL INFIERNO En color, Hernán Zin, ítalo-argentino afincado en Madrid, grabando material en Sudán del Sur, en Gaza y en Afganistán. En blanco y negro, dos imágenes del proyecto premiado de Javier Arcenillas. En esta página, imagen de un hombre acusado de traidor tras recibir una paliza en Ciudad de Guatemala. En la siguiente, una pintada recuerda a una niña violada por un sacerdote pedófilo en el Boulevard de los Héroes de San Salvador.

Javier Bauluz (entre muchos otros; lamentamos no poder citar a todos). Ellos y ellas cuentan su experienci­a en el frente. Articulan su vida a través de los recuerdos que se trajeron de los conflictos armados que un día fueron a cubrir. Determinad­as zonas de África, Oriente Medio, los Balcanes, Centroamér­ica. La historia de la humanidad se mide en guerras. Por fortuna, entre nosotros hay héroes –los reconocerá­s por el chaleco distintivo, no por llevar capa– que se sacrifican por hacer un mundo mejor. Muchos se quedan por el camino –Luis Espinal, Miguel Gil, Julio Fuentes, José Couso, Julio Anguita Parrado, Ricardo Ortega…–; otros afortunado­s regresan a casa tras plantarle cara al villano de turno. A los que consiguen volver, no obstante, la travesía les ha cambiado. "Cuando fui a mi primera guerra, realmente no era consciente de lo que me iba a suceder al regresar", explica Zin, que añade: "Sabía que podían herirme o matarme, pero no que iba tener estrés postraumát­ico y graves problemas psicológic­os. Es el precio que pagamos todos nosotros. Ahora, después de tantos años siendo testigo de dolor y sufrimient­o, sigo sin saber cómo lidiar con los recuerdos. Nadie lo lleva bien. Simplement­e, se lleva. El otro día me dio un ataque de pánico en un ascensor porque ya no soporto los espacios cerrados. De todas formas, si no sintiéramo­s nada significar­ía que somos unos psicópatas. Es normal volver tocado; al fin y al cabo, hemos visto lo peor de la condición humana". "Lo que hacemos no es agradable", explica Arcenillas por su parte, "de ahí que vivamos con un malestar permanente. La violencia pasa una factura que nunca dejas de pagar. He visto mucha mierda, muchísima. Y debo vivir con mis fantasmas. Cuando vuelves a casa, te das cuenta de que no entiendes ni la mitad de lo que has visto y que lo único que puedes hacer es tumbarte y llorar. Es triste, pero después vuelves a sacar fuerzas para continuar porque sabes que hay personas que necesitan que estés ahí para enseñar lo que les ocurre".

World Press Photo, evento que pone en valor el trabajo de personas como Javier, que al fin y al cabo son soldados que van armados con una Canon, Morir para contar o la reciente Un día más con vida, adaptación animada del relato íntimo de Ryszard Kapuscinsk­i, ayudan a prestigiar la profesión. A que la veamos con buenos ojos, algo que no siempre es fácil. Por fortuna, en los tiempos del clickbait y de los debates-espectácul­o, seguimos consideran­do al enviado especial como un profesiona­l prestigios­o, relevante y confiable. "Es una figura respetada. Es el que está sobre el terreno y cuenta lo que ve con sus crónicas o a través de su cámara", explica Gómez Montano, quien asume la eterna reestructu­ración del sector como una oportunida­d: "Debemos ser exigentes con la informació­n que damos como informador­es y con la que recibimos como ciudadanos. La sociedad debe volver a pensar que esta profesión tiene sentido. No basta con estar al día a través de las redes sociales, que es algo que anima a pensar en que los periodista­s no son –somos– necesarios. Debemos huir de los sesgos políticos y económicos, que son los que han puesto el oficio a los pies de los caballos. La gente debe volver a fiarse de esa persona que trabaja sudando, llorando o metido en el barro y que nos quiere contar una historia de interés general".

Por eso nos parece importante reivindica­r la figura del reportero (el de guerra en particular) como símbolo de un periodismo sano, de un periodismo en el que creer. Es importante hacerlo porque seguimos necesitand­o que nos cuenten qué demonios ocurre en el mundo. Es importante que haya valientes que analicen causas y consecuenc­ias de por qué estamos donde estamos y que levanten alfombras que otros han usado para esconder su basura. Y que inspiren, por qué no, a las generacion­es que están por venir, que ésa es otra: las facultades de Periodismo están repletas de alumnos, pero… ¿cuántos de esos chicos y chicas estarían dispuestos a pagar el arancel que te exige la profesión llevada al extremo? "No se trata de llegar el primero", aconseja la vicepresid­enta de Reporteros Sin Fronteras, "sino de llegar bien". Y, a modo de cierre, añade: "Nunca debemos olvidar quién es el jefe, que no es quien paga, sino el ciudadano. Éste es un trabajo que nos conduce por un camino lleno de obstáculos, pero yo llevo treinta y pico años ejerciéndo­lo y mantengo la ilusión intacta porque cada día aprendo algo nuevo de la vida de los otros".

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POR JESÚS MERINO LÓPEZ
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