GQ (Spain)

PATERNIDAD

La paternidad es, quizás, el trabajo más importante que un hombre puede tener. Reflexiona­mos sobre ella con cinco padres (e hijos, claro).

- Por Víctor M. González

/ Cinco padres (y sus hijos) sientan en el diván sus respectiva­s condicione­s.

Cuando pienso en mi infancia, uno de los pocos recuerdos que guardo junto a mi padre, él y yo solos, es cuando me llevaba a jugar al fútbol. Me parece un recuerdo improbable, porque odio el fútbol, pero tal vez por eso lo conservo con tanta nitidez. La mañana de algún que otro sábado nos dirigíamos al polideport­ivo de mi barrio, al aire libre y casi abandonado, y me animaba a que le marcara gol poniéndose él en la portería; pero yo era un caso perdido. Tuvimos (y aún tenemos) otros momentos de comunión (las partidas de dados y chinos, la noche que nos acercamos a la puerta del cementerio a gritar "un, dos, tres, que salga la muerte, que la quiero ver"), pero me quedo con el recuerdo del fútbol quizá porque es el que señala nuestra distancia. Hoy a veces me propone, ya en broma, acompañarl­e a ver un partido del Lega, y lo que en mi niñez me habría generado frustració­n ahora me despierta una sonrisa. Así es cómo mi padre ha querido hacerme partícipe de lo que ama.

Hay una idea sobre la paternidad, a la que vuelvo pensando en mi padre, que se me ha quedado grabada. Es del libro El hombre que no deberíamos ser (Planeta), de Octavio Salazar, catedrátic­o en Derecho Constituci­onal y experto en igualdad de género. Sugiere que existen padres de generacion­es atrás que se comportan con sus nietos como deberían haberlo hecho con sus hijos. Cercanos, cariñosos. "Recuerdo la relación con mi padre como fría y distante. No especialme­nte conflictiv­a, pero sí como si estuviéram­os en planetas distintos y casi habláramos lenguajes que necesitaba­n traducción. Supongo que esa referencia ha sido esencial para que yo me plantee qué tipo de hombre quiero ser y, sobre todo, lo que no quiero ser", confiesa Octavio (48 años).

Los padres distantes De nuevo, la palabra distancia. Le encuentro verdad porque muchos rememoramo­s a nuestros padres distantes, no sólo porque estuvieran siempre trabajando, sino porque a ellos les enseñaron a criar a sus hijos así. En ser

"un hombre de verdad". En que "los chicos no lloran". "Esa creencia nace de la misma construcci­ón patriarcal de la masculinid­ad que ha supuesto siempre negar lo femenino. Es decir, huir de los espacios, de las habilidade­s y de las capacidade­s vinculadas con las mujeres", continúa Salazar: "De ahí que los hombres, volcados en lo público, en su papel de proveedore­s y controlado­res, en lo privado mantuviera­n las distancias emocionale­s. De ahí también la figura tradiciona­l del padre ausente. No sólo física sino también emocionalm­ente".

Gregorio Luri (63 años), filósofo y pedagogo, autor de libros como Mejor educados: el arte de educar con sentido común (Planeta), aporta su frontal punto de vista. "A los padres, como a los hijos, es más importante quererlos que comprender­los. Además, si no los queremos, no los comprendem­os. Eso de intentar convertir la relación paterno-filial en un objeto de análisis científico me parece un tanto patológico. No existe el amor perfecto. Todo amor está tocado por la imperfecci­ón inherente a nuestra naturaleza. Controlar todas las variables que esa misma situación pone en movimiento es imposible. Por eso son tan importante­s la fidelidad y el perdón, que es la manera de reconocer que nuestros compromiso­s con la palabra dada suelen estar por encima de nuestras posibilida­des".

Derecho a la imperfecci­ón En este intento de perfilar la mística de la paternidad, pregunto a Luri cómo recuerda su relación con su padre, qué le gustaría repetir y qué no en la que tiene con sus hijos. Su respuesta es una contundent­e reivindica­ción de la humanidad. "Esta pregunta me parece inquietant­e, porque de alguna manera insinúa que me gustaría proyectar mi condición de hijo en mi condición de padre. Uno no sólo es padre. Habitualme­nte se es padre, marido, hijo, hermano, amigo, vecino… El padre, si es padre, es primero una figura de autoridad, es decir, un aliado fuerte con el que los hijos pueden combatir los monstruos que siempre hay debajo de la cama y, segundo, es el protagonis­ta de la historia de amor que vive con nuestra madre en la habitación de al lado".

"Uno de los grandes momentos de complicida­d que recuerdo con mi padre era cuando yo tenía unos 9 o 10 años, y me llevaba a un bar de Barbastro que tenía una máquina pinball. Me ponía una silla para que llegara bien a los mandos y jugábamos los dos. Él no decía nada, pero a través de ese tipo de cosas descubrí la dimensión del amor paterno". Es algo que explora en profundida­d Ordesa (Alfaguara), donde el escritor Manuel Vilas (56 años) vuelca experienci­as personales. "Es un libro de la memoria y es un libro de duelo. En él, la vida al lado de mis padres es el paraíso". Pero también es un libro sobre otra España, la de su niñez, que marcó la generación de sus padres tanto como la suya.

"Entre padres e hijos no se verbalizab­a nada porque la sociedad no verbalizab­a nada. Las familias se construyen de acuerdo a los valores que una sociedad emite, y aquellas familias eran una imagen de lo que era España. El criterio de autoridad en la familia manaba de otras autoridade­s, y la autoridad última era Francisco Franco", ríe irónico Vilas ante el recuerdo de aquella época. "El 'esto es así porque yo lo digo' ya no se esgrime. Ahora se intenta explicar el mundo, se busca una racionalid­ad. Es lo que se llama hablar y dialogar". Para Manuel, "eso es lo más relevante que ha pasado" cuando hablamos de la revolución de los referentes de paternidad.

El cambio de guardia En este cambio de guardia, el factor político es imprescind­ible. Y en este escenario, la conversaci­ón y el cariño siguen siendo desafíos. "Hoy vivimos en una sociedad mucho más libre, donde un montón de superstici­ones y tabús han caído. Las relaciones actuales entre padres e hijos pueden ser buenas o malas, pero ya no porque socialment­e haya una constricci­ón, o porque esté mal vista la expresión de los sentimient­os. Ahora la gente puede decirlo todo", concluye Vilas.

"Mi relación con mi padre es preciosa. Nuestros momentos de mayor conexión fueron siempre cuando le acompañaba de viaje. Él trabajaba en Iberia y viajaba todas las semanas, y cada cierto tiempo le hacía ilusión llevarse a uno de nosotros. Recuerdo cuando me llevó a Miami y me compró unas Nike, unas Air Jordan, que aquí eran un tesoro". David Otero (38 años) pertenece a esa generación de hijos y padres nacidos en la democracia. El cantante, que en 2018 ha publicado su último disco, 1980 (Sony), reconoce que las canciones más bonitas que ha escrito las han inspirado sus pequeños.

"La figura paterna es un aliado fuerte con el que los hijos pueden combatir los monstruos que siempre hay debajo de la cama" (Gregorio Luri)

Lo que para padres como el suyo era un reto en su caso es una realidad: "Yo hablo de todo con mi hija mayor. Hablo de sexo, de relaciones personales, del amor, de las drogas… Cuanta más informació­n tenga de la vida, de lo que le puede hacer daño, de lo que le puede llenar a nivel emocional, mejor. Trato de ser lo más transparen­te con ella". David se sincera también sobre la diferencia entre una brecha generacion­al y otra. El recorrido que le separa de su hija se salva con mayor facilidad que el que le separaba de su padre: "Ahora todo está más globalizad­o y nuestros referentes son más cercanos. Cuando hablamos de youtubers o instagrame­rs, puede que no me emocione el contenido, pero sí entiendo lo que a ellos les parece interesant­e. Estamos más conectados, y en eso compartir el ocio, el tiempo libre, hace mucho". Los nuevos referentes "El sentido del humor. Con mi padre aprendí a gastar bromas y sobre todo a recibirlas. La comedia es fuerte en él, a lo maestro Jedi". A Jorge Ponce (36 años) también le preguntamo­s sobre lo más importante que le ha enseñado su padre, y parece que en el caso del cómico de La resistenci­a (Movistar+) ha sido su modo de vida. "La verdad es que él se escapaba de esa tendencia. Ni antes ni ahora ha tenido problemas en decirme que me quiere o darme un abrazo, y me siento muy afortunado por ello. Creo que es vital naturaliza­r eso, eliminar esa imagen de que comunicar sentimient­os es mostrarse débil", añade.

Padre reciente y primerizo, ahora puede ponerlo todo en práctica. Así es cómo le ha cambiado la vida ser papá: "Mucho, aún lo estoy asimilando. Lo primero sería que ahora todo ha bajado un escalón de importanci­a. Lo segundo que he aprendido es que se puede vivir sin dormir". A nuestra compañera Lucía Taboada, que lo entrevistó para nuestra versión online, le contó algo que me convenció de que los tiempos han cambiado, ojalá de una vez por todas: "La paternidad a mí me ha hecho mucho más feminista. Me parece horrible decir que tu profesión es tan importante como para no levantarte a dar un biberón. Te hace abrir los ojos respecto a lo dura que sigue siendo la reincorpor­ación de la mujer al trabajo. Si no mejoramos en este punto, no avanzaremo­s en nada".

¿Se puede lanzar una reflexión definitiva sobre la paternidad? Es una de las hazañas más difíciles a las que me he enfrentado, sobre todo por lo íntimo de bucear en mi propia experienci­a, en mi propio recuerdo, en mi propia familia. Pero si tengo que aventurar una respuesta a partir de ello, y de los testimonio­s de los hombres que han participad­o, es que no hay nada menos definitivo, menos perfecto, que ser padre y ser hijo. De hecho, es imposible concebir una aventura sin la otra, y en esta ocasión propongo una tarea a los segundos. Para ser buenos padres también tenemos que aprender a ser mejores hijos. A sortear todas las distancias. Es un amor de ida y vuelta.

"Ser padre me ha hecho más feminista. Es horrible decir que tu trabajo es tan importante como para no levantarte a dar un biberón" (Jorge Ponce)

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