GQ (Spain)

RICARDO F. COLMENERO

- RICARDO F. COLMENERO

El Premio Nacional de Periodismo Julio Camba 2018 se estrena como columnista en GQ con un texto… 'con nal feliz'.

___Con la excusa de que era nuestro aniversari­o, Lur me convenció para meternos en un hotel de cinco estrellas con spa y darnos un masaje. Lur es la típica que encuentra excusas para todo. Hace poco se cogió una semana de vacaciones para todas las cosas que tenía pendientes de encargarme. Lo cierto es que no me gustan los spas, pero una vez en el jacuzzi, bajo una cascada que me caía sobre el lomo con forma de libro abierto, me convencí de que de vez en cuando tenía que salir de mi zona de confort.

___Cuento entre los mayores errores de mi vida los cortes de pelo y los masajes, los tres, incluido el que estoy a punto de contar. Por lo que no tiene ningún sentido que cada vez que escucho masaje siga pensando en Desayuno en la hierba de Monet, o en la dirección artística de Memorias de una geisha, con sus carpas y nenúfares. No es que Lur y yo seamos los Underwood, pero cada vez que la veo salir de una cabina, tras pasar cincuenta minutos encerrada con otro hombre, trae una cara que me invita a no consumar el aniversari­o, porque cualquier cosa que le toque a partir de ese momento sólo podría empeorarlo.

___Nadie en la historia ha recibido un masaje con una carga erótica tan soberbia como yo en mi mente. Le echo la culpa a que jamás me haya tocado una mujer. Salvo la primera vez, en La Toja, y con una manguera, para quitarme las algas de la bañera en la que me habían sumergido previament­e. La escena se parecía a la de Rambo en la comisaría de Acorralado, excepto por mi taparrabos de tela. De esos tan sofisticad­os que consiguen dejar a la vista sólo las partes más desagradab­les de los genitales masculinos, y con el que aprendes que el estrés se combate a costa de la dignidad.

___Tardé unos veinte años en recuperarm­e de aquello. Hasta que, en Tailandia, Lur me invitó a un masaje en pareja que apuntaba a cama redonda, pero que nos dejó en manos de dos gemelos que se esmeraron en ablandarno­s las almohadill­as de las plantas de los pies con uno de esos hierros que te ponen en las marisquerí­as para rascarle las patas al centollo. De vez en cuando se decían cosas en tailandés, ese idioma que se pronuncia haciéndote tu propio eco, y se reían de esa forma que invita a una traducción simultánea en la que te insultan.

___Pero como el matrimonio se sostiene a base de sacrificio­s, el otro día me metí de nuevo en la cabina. Lur se despidió acariciánd­ome la cabeza con tristeza, aún sin saber que en la camilla encontré un sobre a mi nombre, del que extraje el mismo taparrabos de tela, como si mi yo del pasado me lo hubieran enviado desde la Toja advirtiénd­ome.

___No sé cómo pero me desnudé, y me coloqué boca abajo, y esperé a que se abriera la puerta, de la que por supuesto no entraron ni carpas ni nenúfares, sino un rostro que me devolvió a una soltería sobre un bafle, y a ginebra con limón, y a abrigos ventilándo­se en el balcón de madrugada. Hace años que no nos veíamos, más allá del Facebook, donde hace poco me saltó una foto de su boda en la playa, con su novio en blanco roto, igual que él, cogiéndole una de las manos con las que estaba a punto de amasarme.

"Nadie en la historia ha recibido un masaje con una carga erótica tan soberbia como yo en mi mente. Le echo la culpa a que jamás me haya tocado una mujer. Salvo la primera vez"

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