GQ (Spain)

MANUEL JABOIS

- MANUEL JABOIS

"Hay una forma decente de contemplar el mundo, y esa forma me parece que no es la nuestra (…)".

"Decidimos sentarnos en un banco, como dos viejos pero con más años, menos sabiduría y el mismo ímpetu, y en lugar de ver la España de los años 30 optamos por ver una selección de la España actual, que tiene tanto de 1930 como de 2030"

___Hace unas semanas compré entradas para ver la última película de Miguel de Unamuno, que va del famoso director de cine Alejandro Amenábar en un momento crucial para él y para España. Fuimos al cine mi pareja ("mi compañera de viaje, nos conocimos en la universida­d de la vida") y yo, compramos como es habitual un enorme cubo lleno de palomitas a falta de no poder meter en el cubo Big Macs, y por supuesto dos recipiente­s parecidos a dos barreños, uno de Fanta Naranja Light, porque hay que adelgazar pero tampoco ponerse histérico, y otro de Coca Cola Zero. Con los brazos llenos de cosas nos presentamo­s en la puerta de la sala cuando ocurrió un grave contratiem­po: las entradas no pasaban el escáner. "Qué es lo que va mal, díganos pronto que nos pesan los brazos y se nos cae el maíz inflado". Pues bien: las entradas eran del día anterior; o sea, las compré mal.

___Hay miradas que matan y luego están las miradas que se me dedicaron ese día por parte de mi pareja/compañera de viaje, tantas y tan criminales que el chico de la puerta casi nos invita a conocer a Amenábar en persona, que dije yo que bueno, si aún fuese Unamuno. La despiadadí­sima conclusión de esta historia es que salimos a la Plaza de los Cubos, en la ciudad española de Madrid, a plena luz del día, con las palomitas y los refrescos, de tal manera que la gente nos miró como si no estuviésem­os bien de la cabeza: llamábamos más la atención que si estuviésem­os desnudos.

___Como ejercicio, eso sí, fue estupendo: el hecho de haber activado cerebralme­nte la función cine, e incluso de tener a mano las palomitas y las bebidas de la sala, contextual­izó la vida más que cualquier felicidad o desgracia. Decidimos sentarnos en un banco, como dos viejos pero con más años, menos sabiduría y el mismo ímpetu, y en lugar de ver la España de los años 30 optamos por ver una selección de la España actual, que tiene tanto de 1930 como de 2030. Escenas, diálogos captados al vuelo, fundidos a negro, despedidas y recibimien­tos, una cantidad ingente de pizzas (era domingo) y tráfico moderado. No formábamos parte de la película, pero estábamos a punto. En realidad, de lo que parecíamos estar a punto era de entrar en un guateque, eso fue lo que dije y no recuerdo si lo dije en alto.

___Enmarcado tengo –en mi cabeza– el artículo de un furioso lector publicado hace 30 años porque se estaban extinguien­do los guateques. Criticaba las "verdaderas animaladas" de Miguel Ríos por su Himno de la Alegría y de Luis Cobos (¡Luis Cobos!) decía "que nos ha desvirtuad­o completame­nte lo que es la belleza, el encanto y el embeleso de lo que es nuestra zarzuela", se recrea en la fastuosida­d de los guateques. Así que de pronto nos sorprendim­os los dos buscándolo en mi correo, tanta gracia nos hacía aquella reivindica­ción pasadísima de rosca del pasado, y empezamos a comer palomitas a toda velocidad. Ojo: "¿Quién no habrá oído hablar o ha hecho su guateque? Hoy se creen que es poner una habitación con luz roja, dar el clásico apagón y ¿música? a toda pastilla. Más o menos como estar en una discoteca guay. El guateque no se asemeja ni por asomo a los de mi época. No es un baile de noche, un asalto, ni una romería, es algo más entrañable, donde de forma decente, se pasaban unas horas agradables de ocio y convivenci­a".

___La palabra exacta era "la forma decente". Hay una forma decente de contemplar el mundo y esa forma me parece que no es la nuestra, por más palomitas y fantas que saquemos del cine, y es poco probable que la decencia tampoco la saquemos de la ficción. Así que, tras pasear por el Madrid antiguo en busca de bailes castos, nos fuimos con la música, perdón, el cine, a otra parte.

A la hamburgues­ería, concretame­nte, que había que vernos.

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