GQ (Spain)

EL CAMPEÓN QUE NO SABÍA DECIDIR

- ___por Juanma Melero Peris Periodista deportivo especializ­ado en F1. Actualment­e, editor en À Punt Mèdia.

Nunca acierta. Es más, es un absoluto negado. Un prepotente. Un gafe en toda regla. ¡No! Disculpen. Aún peor. Es un gafe y un prepotente, las dos cosas. He llegado a escuchar que Fernando Alonso es un piloto mediocre, del montón. Hay algo en él que no gusta a la turba, eso es evidente. Algo que provoca rechazo. Desde mi punto de vista es o desconocim­iento o bien pura envidia. Y ninguna de las dos opciones permite realizar juicios de valor severos sin al menos admitir que se puede estar equivocado. Con Fernando pasa como con Rafa Nadal pero a la inversa. Loar al uno y criticar al otro te hace entrar en un club de pensadores maravillos­o. Un club en el que deben servir Singapore Sling en copas de oro y en el que los selectos miembros conversan sobre deporte, física cuántica o los tratados de David Hume sentados en sillones capitoné. Si la crítica se hace en redes sociales y se incluye meme o gracieta ingeniosa te dan el pase oro y un pin. No me van a encontrar en él. Soy ‘alonsista’, sí. Pueden atacarme, señores. Reconozco sin pudor que soy ‘alonsista’ y que he llegado a ver carreras comiendo pizza tropical, con extra de piña (aquí espero haber conseguido que alguno hiperventi­le). Me debe ir la marcha. O quizá he visto de lo que es capaz. Quizá estuve en Cheste el día en el que acabó haciendo trompos con el chasis Coloni y el número 2 en el morro. Estuve también en su primera victoria con Ferrari en Baréin y sentí cómo temblaba el suelo de la recta del Autodromo di Monza cuando en ese mismo 2010 el asturiano apareció en el podio. Le he visto adelantar a Michael Schumacher en la 130R de Suzuka y a Grosjean en la curva 2 del circuito urbano de Valencia en 2012. También le he visto cometer errores, perdiendo, llorando con el único consuelo de Luis García Abad, Fabrizio Borra y Edo Bendinelli, o sentado en una hamaca tomando el sol en Interlagos. No tiene diez mundiales, pero sí es el piloto más completo que he visto en un monoplaza. Pocos tienen su talento, ninguno su hambre. Un truco de magia, una pachanga de fútbol con periodista­s o un reto en bici. Fernando quiere ser el mejor siempre. Si pierde, se enfada. Si es segundo, se enfada. Si las cosas no salen tal y como había previsto, se enfada. Imagino que tal y como le pasará a Pau Gasol, a Roger Federer o a Tom Brady. ¿O ellos no tienen una ambición desmedida? Sólo así se puede ganar en la élite. Sólo así se puede entender que un deportista abandone lo que más le gusta porque sin ganar se aburre. Él mismo reconoce que en Fórmula 1 sólo hay un ganador; el resto, da vueltas. Se le culpa de elegir mal los equipos, de no haber ganado un campeonato en Ferrari. En una entrevista en Woking le pregunté directamen­te sobre el tema. "Me fui de Renault y nunca más ganaron. Me fui de Ferrari y nunca más ganaron". Y dice la verdad. ¿Qué hubieran decidido sus críticos? Entiendo que no hubieran salido de Mclaren cuando el ambiente era nefasto. Que no hubieran fichado por Ferrari y que tampoco les hubiera seducido tener la posibilida­d de reeditar los éxitos de Mclaren-honda. Ése del que dicen no sabe decidir lo hizo. Podría haberse ido a su casa, haberse dedicado a ser embajador de la competició­n o haber montado una tienda de helados en Ibiza. Pero no, se ha propuesto ser el mejor piloto de la historia y va camino de ello. Necesita competir, necesita seguir ganando. Rozó la proeza en su primera participac­ión en Indianápol­is, ya es campeón del WEC y, no tengo ninguna duda, su participac­ión en el Rally Dakar estará a la altura. Si un día vuelve, si un día gana su tercer título de Fórmula 1… allí estarán ellos, los del club de haters, para recordarno­s que lo habrá conseguido el coche, no el piloto.

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