GABINETE POP
Steve Jobs no tenía ninguna duda al respecto: si su compañía quería meter ordenadores en los hogares de sus clientes, éstos debían parecerse a accesorios de cocina; o, en otras palabras, tener la nada intimidante apariencia de un electrodoméstico. Por eso dejó a Steve Wozniak programar las tripas del Apple II mientras él se concentraba en su carcasa exterior, diseñada para seducir por igual a técnicos de laboratorio, profesores enrollados y fans de los videojuegos de 8 bits. Presentada en la West Computer Fair de San Francisco, esta máquina (la primera con gráficos en color) no tardó en convertirse en el primer ordenador personal producido en cadena que realmente tuvo un impacto en la población occidental. Pero, ¿qué hay del otro bloque? Los soviéticos tenían prohibido por ley comprar tecnología norteamericana, de modo que crearon un clon, el Agat-7, con serios defectos. Los responsables del Museo de Lenin en Gorki Léninskiye, un asentamiento urbano situado a diez kilómetros de Moscú, intentaron instalar el software necesario para sus presentaciones electrónicas en un Agat-7, pero fue completamente imposible. Si querían proyecciones, luces y animatronics que realmente hiciesen sentir orgulloso al padre de la revolución, no había más remedio que meter de contrabando en el país un lote de Apple II, preferiblemente a través de una empresa-tapadera británica. La misión no sólo fue un éxito, sino que hoy en día uno puede visitar el Museo de Lenin y comprobar cómo sigue funcionando con la misma tecnología que a mediados de los 80: los ordenadores les salieron tan buenos que no ha habido necesidad de cambiarlos hasta ahora. Es sólo un testimonio más de hasta qué punto el tándem Wozniak/jobs fue capaz de cambiar el mundo hace ya 42 años. Su Apple II abrió caminos tecnológicos allí donde sólo había una gran Nada, pero su mayor contribución al futuro fue, quizá, la idea de un ordenador para cada ciudadano. La democratización de la computación. Nasdrovia, camaradas.