GQ (Spain)

MI HIJO QUIERE VOLVER AL COLE

- por IAGO DAVILA

Desde que tengo uso de razón, el mundo se empeña en vender la vuelta al cole como algo guay. Desde inales de agosto, anuncios, titulares y comentario­s de personas cercanas nos intentan convencer de que regresar a los madrugones, los libros y las extraescol­ares mola.

De hecho, este lobby se mantiene a medida que maduras, y ya de adulto te encuentras con semejantes que hablan de

"ganas de regresar" y de motivacion­es para el nuevo curso. ¿En serio que molan más los quehaceres diarios que estar de vacaciones? Spoiler: no.

Por mucho que insistan en que los periodos de descanso y ocio se valoran más porque son excepciona­les y una recompensa por el trabajo bien hecho, lo cierto es que, si hiciésemos una encuesta, la gran mayoría responderí­a que pre iere disponer de su tiempo y su libertad para hacer lo que le dé la gana en lugar de estar metido en un aula o en una o icina.

Esto de vender la vuelta a la rutina como algo ilusionant­e tiene que ser un invento de coaches y motivadore­s profesiona­les para evitar depresione­s masivas y riadas de lágrimas por despedirse de la playa y las siestas diarias. Porque a los 4 años ya debes de ser consciente de que toda esa energía de los nuevos comienzos se desvanece pasadas unas semanas, y como prueba de ello está el Blue Monday en enero, que no es otra cosa que el día o icial en que nos damos cuenta de que no vamos a cumplir la mayor parte de nuestros propósitos del año.

Dicho esto, de pronto este verano mi hijo se ha descolgado con que tiene ganas de volver al cole. No es que sea un gran fan de la enseñanza reglada, pero lo cierto es que quiere regresar. Y reconozco que la confesión provocó cierta punzada en mi orgullo paterno: tras meses sacando energías de donde no las tenía para entretener­lo, cuidarlo, alimentarl­o y educarlo, de pronto el comentario supo a traición y a ingratitud.

Pero tiene razón. Con el añito que llevamos, me sorprende que el pobre me siga dirigiendo la palabra, porque, desde luego, la versión del padre en que me he convertido durante este tiempo no me representa en absoluto: estresado, irascible, eternament­e cansado, triste, gruñón… Que es legítimo hasta cierto punto, pero uno se imagina que ante una situación excepciona­l se va a comportar como Roberto Benigni en La vida es bella, y luego te das cuenta de que tienes más de humano que de personaje de película. Y no pasa nada, hay que reconcilia­rse con ello y seguir viviendo lo mejor que se pueda. Pero quema.

Decía El Hematocrít­ico en un artículo publicado en Gq.com que, mientras dure esta pandemia, "los niños van a poder con todo y van a disfrutar; es su naturaleza". Y sus palabras me produjeron ternura y tristeza a partes iguales. Ternura, por esa inocencia que permite a los más pequeños, eternament­e instalados en la incertidum­bre, encontrar su punto de fuga hacia la alegría bajo cualquier circunstan­cia. Tristeza, por haber perdido esa capacidad o por no haber sabido verla antes y estar a la altura.

Tal vez ésta sea la gran lección que debemos aprender los adultos de los niños ante la situación que estamos atravesand­o: que aunque la nueva normalidad nos parezca un coñazo, que aunque todo esto sea terrible, tenemos que preservar nuestra capacidad de encontrar los momentos de felicidad para mantenerno­s a lote. Aunque se acaben las vacaciones. Y dejemos de ver a los pequeños como una fuente de problemas que hay que solucionar y seamos lo su icientemen­te humildes como para observarlo­s y tomar nota de las cosas que hacen mejor que nosotros.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain