GQ (Spain)

DEJADNOS VESTIR COMO EN LOS 90

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Las fiebres del sábado noche ya no existen. Tampoco son los padres. Y, aunque siguieran existiendo en estos truculento­s tiempos, Tony Manero sería más bien una figura a la que admirar por su estilo que un referente al que copiar. A pesar de todo, la moda no ceja en su empeño por que volvamos a los años 70. ¡No para! Abrir una nueva página de tendencias tiene lo justo de sorpresivo de un tiempo a esta parte: un buen párrafo se lo llevará la década setentera. Seguro. Quizá porque fue una de las etapas más (presuntame­nte) liberadora­s para vestir, por sus siluetas, pero sobre todo por la psicodelia de sus colores y estampados.

En el caso de los hombres, lo más gráfico fueron los pantalones. Subían desde su bajo acampanado estrechánd­ose hasta llegar a una cintura de avispa bien alta y, desde ahí, se fundían con camisas o prendas de punto bien ceñidas al cuerpo y cuellos amplios hasta el infinito. Parecía que íbamos a participar en el mundial de patinaje artístico. Mención especial a las chaquetas: las de traje, entalladas y de solapa bien amplia –para dejar reposar los cuellos de la camisa o enmarcar las chorreras de ésta–; la sahariana convertida en objeto de lujo por Yves Saint Laurent que no falte y, si caen los termómetro­s, el abrigo de borrego era el pasaporte al éxito gracias a figuras como Ryan O'neal en Love Story o Robert Redford en El descenso de la muerte. Si viéramos todas estas prendas fuera de sus portadores y colgadas en los percheros de cualquier tienda actual, a nadie le extrañaría. Podrían pasar desapercib­idas en la sección de colección permanente de cualquier marca, porque se repiten ad infinitum temporada tras temporada. Por supuesto, 2021 no iba a ser una excepción.

Alessandro Michele lleva respirando espíritu setentero en Gucci desde que asumió la posición de director creativo. El romano ha hecho de sus cool nerds su seña de identidad y del rebuscar en el baúl de los abuelos su línea editorial para encontrar la modernidad. Y, claro, eso nos lleva a la década en cuestión. Un estilo que ha subrayado gracias a Harry Styles, la persona más influyente en el mundo de la moda ahora mismo. Para nadie pasan desapercib­idos sus pantalones altísimos ni sus particular­es trajes en colores, estampados y brocados exuberante­s.

También echan mano de los seventies Hedi Slimane en Celine y Anthony Vaccarello en Yves Saint Laurent, por supuesto. La firma Casablanca –una de las más deseadas entre los insiders de la industria– revive los principale­s códigos de los 70 para el verano de 2021, y convierte la famosa sahariana en su americana por excelencia. En Tod's recuperan las chaquetas cortas de cuero con bolsillos de plastrón rematadas con los cuellos de la camisa por fuera. Y mencionar a Lanvin supone adentrarse en una máquina del tiempo y aterrizar en el guardarrop­a de Manero.

Sin embargo, y a pesar de la insistenci­a, la brecha temporal entre la pasarela y la calle es abismal. A la calle le interesa otro ritmo más allá del disco. A la calle le flipan los años 90 que escasean en las pasarelas –más allá de las firmas emergentes nacidas del streetwear–. Basta pasearse por cualquier barrio para obtener la nostálgica radiografí­a de nuestro tiempo: los pantalones se cortan cada vez más anchos y caídos. Los vaqueros son rectos y crudos, casi sin lavados, como los que llevaba Marky Mark a finales del siglo XX. Las sudaderas cubren las partes de arriba; cuanto más oversize, mejor. Las camisas se llevan abiertas y sobre camisetas que también extreman proporcion­es. Y en los pies, zapatillas, no hay otra opción. ¿El abrigo más buscado? El plumas corto y de volúmenes amplios. Haciendo este repaso no es de extrañar que los ídolos estéticos actuales tengan el nombre de Travis Scott, Drake o A$AP Rocky, todos raperos, como los que triunfaron en los 90. Breve mención a los oficinista­s trajeados, sector en el que el Patrick Bateman de American Psycho o el Gordon Gekko de Wall Street continúan siendo los arquetipos a imitar.

Esta sana disputa, en la que la pasarela propone y la calle dispone lo contrario, me recuerda a aquellos domingos españoles en los que los progenitor­es se empeñaban en que sus retoños vistieran como Dios manda mientras éstos, como signo de rebeldía disconform­e, viraban hacia lo opuesto, para enfado de los primeros. Lo bueno es que aquí no hay rabietas: ambos conviven en paz y mañana nos levantarem­os en el mismo día de la marmota.

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