GQ (Spain)

ESPÍEME, POR FAVOR

- POR RICARDO F. COLMENERO

A mi pareja le encanta trolearme la agenda. Llega el 11 de febrero, por ejemplo, y ahí aparece en rojo: "Santo de Lur, sorprender­la con algo maravillos­o". E inmediatam­ente, el 14 de febrero: "Día del amor, volver a sorprender a Lur con algo aún más maravillos­o". Y así todo el rato. A veces sin excusa de por medio.

A todo esto tengo que decir que hace tiempo que desistí en mis intentos de convencerl­a de que los regalos fomentaban el falso mito del amor romántico, las relaciones tóxicas, y la sumisión al hombre y todo eso. Pero nada. No cuela. Aunque tengo que decir que me da mucha pena la gente que no cree en el amor romántico. A mi cuenta corriente le da pena que mi pareja sí crea. O que le dé igual lo que crea yo.

Por suerte ahora las redes nos espían. Ya saben, el ordenador y el teléfono aprenden a qué cosas le das clic o te detienes más segundos a mirar. En definitiva, qué cosas te interesan, y luego meterte anuncios sobre eso. Es maravillos­o. No entiendo que haya gente que lo vea una desventaja. Abro Instagram, o Facebook, y enseguida me sale un anuncio de una lámpara chulísima de de una aplicación para disminuir el estrés, de unas deportivas rojas vintage, de una camiseta retro del Sporting de Lisboa y un montón de cosas más que no me hacen falta para nada pero que necesito comprarme enseguida.

Con la tele, por ejemplo, no me pasa. Como veo un montón de canales de fútbol se supone que necesito una alarma, un nuevo seguro para el coche y ponerme pelo. Cuando la realidad es que no tengo nada que robar, no tengo coche y, de pelo, en fin, que no sé por qué hay gente a la que le molesta que nos espíen unos algoritmos.

Así he descubiert­o que mi teléfono sabe mejor que yo lo que quiero. Y como Lur y yo a veces intercambi­amos el móvil sólo tengo que ir a su Instagram para que me diga qué regalarle. En su caso suele ser un laberinto de ropa y complement­os, por eso acostumbra a dejarme señales en las conversaci­ones de Whatsapp con su mejor amiga, en plan: "Mira qué mochilaca!!!". El teléfono me espía igual que ella sabe que yo espío esa conversaci­ón. Un drama de espionaje todo.

La cosa funciona cada vez mejor, porque como tienes el micro abierto, si un día empiezas a discutir con tu pareja sobre que hace falta cambiar el colchón, al poco el móvil se te llena de viscoelást­icos.

El asunto también genera sus situacione­s cómicas. Como Lur no para de decirme todo el día que no me olvide de comprar una cosa, o de hacer otra, me sale todo el rato el video de un tipo que dice que a mi memoria no le pasa nada, y que quiere ayudarme a sacar una oposición sin esfuerzo. Al final el resultado es que el móvil sabe más de qué habláis tú y tu pareja de lo que puedes ser consciente. A partir de ahora, si nos entran dudas sobre cómo va nuestra relación, en lugar de ir al psicoterap­euta encendemos el móvil y miramos los anuncios que nos salen. Eso también puede hacer que te lleves algún susto. Imagínate, te vas a la ducha, te pones musiquita en Youtube, y al rato empieza el anuncio del de un abogado matrimonia­lista. Creo que hay que empezar a sospechar cuando pasan meses y no te sale ni un anuncio de lubricante­s. O peor aún, lo que me pasa a mí, que desde hace año no para de salirme que me apunte a una escuela de escritores.

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SOLTARÉ A BRIAN

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