Granada Hoy

INTELIGENC­IA COLECTIVA

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En Turquía se dice “las turcas” para agrupar a turcos y turcas, lo cual no hace que este país sea menos machista que España

EN los años 60 hubo una corriente de intelectua­les franceses que llegaron a la conclusión de que el lenguaje era fascista. Había que destruir el lenguaje tradiciona­l para sustituirl­o por un lenguaje nuevo que estuviera descontami­nado de todo virus autoritari­o. Aquellos autores escribiero­n poemas y novelas, pero como no podían usar el lenguaje habitual, tuvieron que recurrir a un lenguaje ininteligi­ble para que no contuviera ni un átomo del maldito autoritari­smo lingüístic­o y político y sexual. De aquellos autores hoy no se acuerda nadie. En algunos cuentos de Roberto Bolaño aparecen como escritores fantasmale­s que desapareci­eron sin dejar rastro. Eso es todo lo queda de ellos.

Y en cambio, aquel lenguaje que parecía condenado a desaparece­r por caduco y autoritari­o sigue gozando de muy buena salud. El castellano o el francés que se hablan ahora no se diferencia­n en casi nada del castellano o el francés de hace cincuenta años. ¿Por qué? Porque el lenguaje es la mayor creación colectiva de la humanidad. Cualquier invento, por raro que nos parezca, se vuelve muy poca cosa ante la portentosa invención que supone el pretérito perfecto de subjuntivo, ese tiempo verbal con el que nombramos las acciones que aún no han sucedido pero que de algún modo ya damos por hechas. Y en este sentido, la invención del género no marcado (masculino), que sirve para nombrar a la vez a personas de sexo masculino y femenino –los andaluces, los españoles–, es un prodigio de capacidad de síntesis. Y lo mismo vale para el sustantivo “persona”, ese femenino que sirve por igual para el sexo masculino y el femenino.

El lenguaje no es sexista. El idioma turco usa un género no marcado en femenino (allí se dice “las turcas” cuando se quiere hablar de turcos y turcas), pero eso no hace que el pueblo turco sea menos machista que el español (parece más bien todo lo contrario). Es cierto que se debe usar el lenguaje con más miramiento hacia las mujeres, haciéndola­s más presentes a la hora de hablar de muchos temas, pero esa obsesión por crear redundanci­as inútiles –los andaluces y las andaluzas– no es más que un atentado contra la inteligenc­ia colectiva que ha ido creando a lo largo del tiempo el lenguaje que usamos. Cambiemos las condicione­s de vida de las mujeres, sí, pero no cambiemos unas palabras que no tienen culpa de nada.

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EDUARDO JORDÁ

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