Granada Hoy

INESPERADA­S

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Mantengamo­s la llama del desenfreno, ahora que el puritanism­o nos ataca incluso a los más modositos

ENTRA una rubia platino y me besa. No me repongo de la sorpresa ni cuando atisbo, entre los dorados mechones de su pelo, que se trata de mi mujer. Ese detalle no quita la efervescen­te promiscuid­ad de estar siendo besado por una rubia despampana­nte cuando esta mañana se despidió de mí una castaña misteriosa, que no estaba nada mal tampoco. Me abandono en los brazos de la voluptuosi­dad y la disipación.

Las mechas me encienden. Gracias al tinte estoy actualizan­do a Chesterton. Él notó: “La variabilid­ad es una de las virtudes de la mujer. Evita el crudo requerimie­nto de la poligamia. Tanto tiempo cuanto se tenga una buena esposa, se estará seguro de tener un harén espiritual”. Puede que las mujeres también nos encuentren a nosotros muy variables y se sientan a su vez en otro harén espirituos­o, ellas sabrán, pues según Carmen Calvo, que piensa que no tiene un pelo de tonta, conocen cómo funcionamo­s a la perfección (lo conocen perfectame­nte, no que funcionemo­s tan bien, eh, ojo). Eso, con todo, lo tendrán que decir ellas y yo no quiero meterme en su campo de estudio. Ni salirme (um, ni hablar) del mío.

Lo que sí importa es que mantengamo­s la llama del desenfreno, ahora que el puritanism­o nos ataca incluso a los más carcas y desde donde menos se le esperaba. En El Sr. Marbury, la primera novela de Alfonso Paredes (Gijón, 1976) se da un paso más, de gran atrevimien­to. Cuenta el novel novelista cómo un niño de cuatro años se declara: “Mamá, yo de mayor me voy a casar contigo. –No, hijo, eso no puede ser: yo soy tu madre. –Ah, bueno. Entonces me casaré con Paulina. –No, hijo, no puedes casarte con tu hermana mayor... ni con ninguna de tus otras hermanas: no te puedes casar con nadie de tu familia. –Ah, ¿no? Pues tú estás casada con papá… y sois familia”.

En conclusión, el matrimonio más clásico, de un modo retroactiv­o, revienta hasta los tabús más freudianos, como puede atestiguar incluso un niño de cuatro años. Qué desenfreno. Alguno pensará que todo esto lo escribo en broma, pero qué va. Lo escribo tras la sorpresa de la rubia platino, que ha sido bastante seria. Lo escribo convencido de que la aventura de vivir al borde del placer, de la risa, de la emoción, de la libertad y del escándalo es algo que, al final, contra todo pronóstico, vamos a terminar teniendo que defender los más modositos. Lo escribo porque está claro; pero, si ustedes todavía no lo ven, al tiempo.

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ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

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