Granada Hoy

“El flamenco atrae al japonés por el contraste cultural”

- Cristina Díaz

–¿Cómo acaba una japonesa como usted bailando flamenco en Sevilla?

–Me enamoré del flamenco la primera vez que escuché una guitarra. Fue mientras veía en la televisión una competició­n de gimnasia rítmica. Yo tenía 14 o 15 años. La gimnasta española actuó acompañada por la música de una guitarra, y me emocioné. Ésa fue la primera vez que escuché la palabra flamenco.

–¿No sabía lo que era el flamenco?

–No, nunca había escuchado hablar de ello. Cuando terminó la actuación, me dirigí a mi madre y le pregunté qué era el flamenco. Ella me dijo que era una danza española en el que las mujeres llevaban faldas muy largas, hasta los tobillos, y pensé: “Quiero hacer eso”. Yo hacía gimnasia rítmica, llevaba maillot y me daba mucha vergüenza enseñar las piernas, así que la idea de ir con una falda larga me encantaba. Luego fui a una tienda y alquilé un disco de antología del cante, en aquella época no había Youtube. Al principio me dio miedo. No entendía nada y el sonido me transmitía dolor y sufrimient­o.

–¿Dónde aprendió a bailar? –Fue en la universida­d, mientras estudiaba Pedagogía. Había un club de flamenco que impartía clases semanales y organizaba actuacione­s. Luego estuve en varias academias en Tokio. –¿Por qué decidió dejarlo todo y venirse a España? –En Japón estuve siete años aprendiend­o flamenco y aprendí mucha técnica, pero sentía que me faltaba algo. El flamenco es una forma de vida, es cultura. Sentía que necesitaba conocer cómo se vivía en Andalucía y sus costumbres para entender mejor el flamenco. –¿Cómo se tomó su familia que dejara su trabajo de educadora y se marchara a miles de kilómetros? –Mi padre no muy bien. Cuando le dije que quería irme a España a aprender flamenco empezó a gritar. Estuvo tres meses sin hablar- me, ni a mí ni a mi madre, porque descubrió que yo se lo había dicho antes a ella y no le dijo nada. Ni siquiera probaba la comida que ella preparaba. En mi casa vivimos durante tres meses una auténtica guerra fría (se ríe). El último día, antes de coger el avión, me dijo: “En la familia Hagiwara no necesitamo­s ningún hombre de ojos azules”. Para él, ojos azules significa extranjero. –¿Y le hizo caso?

–No, me casé con un español, de Tarifa, pero no tiene los ojos azules. –¿Qué fue lo que más le llamó la atención de Andalucía?

–La cultura andaluza es radicalmen­te distinta a la japonesa. Yo llegué en 2002 y en aquellos años internet no estaba tan extendido como ahora. Yo no conocía nada de Sevilla y me la imaginaba como un pueblo lleno de casitas blancas. Nada que ver con la realidad. Además, recuerdo que al principio creía que aquí la gente siempre estaba discutiend­o porque hablaba muy rápido, fuerte y al mismo tiempo. En Japón, la gente es más calladita y paradita. –Una vez en España, ¿qué profesores y artistas le han marcado más?

–Han sido muchos. He aprendido flamenco de la mano de grandes figuras. Los primeros años estuve con José Galván, El Torombo, Milagros Mengíbar, Carmen Ledesma e Israel Galván. En los último tiempos he estado con Ana María López, de Jerez.

–¿Qué siente cuando baila flamenco? –Cuando bailo siento que el sonido de la guitarra y la voz del cantaor entran en mi cuerpo, no solamente por el oído. Siento que me atraviesa la piel y llega a cada célula. Es una sensación extraña y diferente. –¿Con qué palo se siente más cómoda?

–Me gusta mucho bailar por soleá. He bailado mucho este palo y cuando lo hago me vienen a la mente muchos recuerdos, buenos y malos. –¿Por qué cree que el flamenco atrae tanto a sus paisanos?

–El flamenco atrae al japonés por el contraste cultural que representa. En el f lamenco es muy importante transmitir, tienes que sacar fuera lo que sientes. Pero en la cultura japonesa, mostrar un sentimient­o

en público no está bien visto, se considera de mala educación. A mí me enseñaron de pequeña a no llorar, a no reírme o enfadarme en público.

–Esta semana inicia una gira en Japón. ¿Cuánto tiempo estará fuera?

–Sí, me marcho esta semana y estaré allí dos meses. Voy a impartir cursos de flamenco en Tokio, Osaka y Fukuoka, entre otras ciudades del país. También tengo programada­s varias actuacione­s en festivales. Y, por supuesto, aprovechar­é para ver a la familia. –¿Cuáles son sus próximos retos?

–Me gustaría crear mi propio espectácul­o y presentarl­o en España. En Japón ya lo he hecho, pero aquí no, y es muy importante para mí. Por otro lado, yo soy pedagoga y me gustaría profundiza­r en la enseñanza del flamenco a personas con discapacid­ad, niños y mayores. He hecho algunos cursos al respecto con José Galván y me gustaría dedicarme a esto en un futuro.

Mi padre estuvo tres meses sin hablarme cuando le dije que me venía a España a aprender a bailar”

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BELÉN VARGAS

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