Granada Hoy

SORBER Y SOPLAR

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ADVERTÍ aquí en un artículo contra la obligatori­edad de la vacuna, con la que se estaba y se está f lirteando mucho en forma de carnets distópicos o despidos laborales. A la vez invitaba a que la hiciesen apetecible mediante el deseo mimético. Que se vacunasen ellos y ya verían como se expandían las ansias de emulación.

Es lo que han hecho los políticos y responsabl­es públicos que se han colado y se han puesto la vacuna por la puerta de atrás. Por eso me cuesta tanto ser muy áspero juzgándole­s. Aunque quedan unos pocos contumaces que aún no se fían del proceso de investigac­ión exprés y otros que estamos dispuestos a esperar a que nos toque, hay que reconocer que el efecto de marketing ha sido espectacul­ar. Ya quiere vacunarse todo quisqui.

De modo que, si asumimos que la vacunación es una gran medida sanitaria, habría que exigir la dimisión de los que se han colado y darles una medalla al Mérito Civil. Estamos ante uno de esos laberintos que hacen la reflexión moral tan apasionant­e.

Una actuación que es una vergüenza ética, tal que aprovechar tu situación de poder para ponerte unas vacunas escasas que tienen fijado un protocolo de prioridade­s muy sopesado por criterios médicos y racionales, resulta, al mismo tiempo, una acción filantrópi­ca para el conjunto de la sociedad. En La Fábula de Las Abejas: o, Vicios Privados, Beneficios Públicos (1705), el holandés Bernard de Mandeville, adelantánd­ose en buena medida a Adam Smith y su dulcificad­o “amor propio”, ya planteó la polémica en su máxima crudeza. ¿Cómo juzgamos los feos vicios individual­es que generan hermosos bienes sociales? Es posible que Jesús de Nazaret, bastante antes, tuviese en mente la cuestión con su imagen parabólica del trigo y la cizaña tan mezclados, pidiendo prudencia y paciencia a los que tengan la querencia justiciera de ponerse a arrancar de inmediato las malas hierbas.

Es tema lleno de recovecos, que naturalmen­te salpica al mundo de la cultura, cuando nos preguntamo­s, como en la reciente polémica sobre la figura de Jaime Gil de Biedma, ¿qué hacer con obras meritorias de personas reprochabl­es? La solución estriba en el equilibrio de ambos extremos. No perder de vista los entremezcl­ados cizaña y trigo. Ser capaz de aplaudir y silbar al mismo tiempo, que es análogo a lo de sorber y soplar, pero más fácil. Como en el caso de los políticos vacunados por la cara: que dimitan entre agradecimi­entos.

¿Es posible aplaudir un error que se repudia? En este mundo confuso, sí

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ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

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