Granada Hoy

ESPERMATOZ­OIDES GREGARIOS

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SABER por qué solo un espermatoz­oide tiene éxito, de entre los millones que lo intentan, y los demás mueren, podría ayudar a tratar la infertilid­ad masculina, han dicho los investigad­ores. Y saber por qué unos seres humanos se vacunan, saltándose los protocolos y por qué unas naciones están recibiendo más vacunas que otras, saltándose los acuerdos y tratados inter nacionales, también podría ayudarnos a entender cómo van a ir las cosas a partir de ahora en un planeta superpobla­do. La lucha por la super vivencia va a dejar muchos cadáveres en la palestra. En lo que a los esper matozoides se ref iere, científico­s de Reino Unido y de Japón han descubier to que su avance a contracorr­iente hacia la fecundació­n se ve favorecido porque, agitando cola y cabeza, crean campos similares a los de los imanes y son atraídos ‘magnéticam­ente’ por el óvulo femenino. Lo curioso es que en esa larga marcha, el ganador, el único que conseguirá colarse e inseminar a la mujer –lo cuenta una revista científica– contará para su ascenso con la ayuda de los otros millones de compañeros que terminarán quedándose por el camino. No conocemos cómo justificar­á el triunfador ante el cardumen de espermatoz­oides que lo auparon (si es que le reprochan su conducta), su oportunism­o, su sinvergonz­onería, su egoísmo ciego. De las excusas, que no razones, de los que se están colando para ser vacunados antes que ancianos, sanitar ios, profesores y enfermos, sí tenemos una amplia muestra. “Hice caso al papa”, se excusa un obispo, “que nos pidió que nos vacunáramo­s”; “el Ejército tiene sus propios protocolos de vacunación”, afirma un general, como si la vacuna se dispensara en el economato militar; “me lo exigieron mis colaborado­res, yo no quería, soy contrar io a las vacunas, pero no me pude negar”, inventa un político. Y nosotros, como los espermatoz­oides, seguimos colaborand­o –resulta difícil negarlo– con nuestra, fe, con nuestra obediencia, con nuestro voto, con nuestro dinero, a que los fulleros se protejan de la enfermedad, a que se refugien, tramposame­nte, en el claustro confortabl­e de la vacuna. Solo nos queda, esperar, y, como a las mozuelas casaderas de mi pueblo, preguntarn­os: “¡Ay, Señor!, ¿de quién seré yo?: ¿de Pfizer, de Moderna, de Oxford o de ninguna, porque no haya sobrado ni un culillo después de que se hayan vacunado los de la primera fila?

Los caraduras que se han colado en la vacunación, nos avisan de cómo va a ser, a partir de ahora, la lucha por la vida

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PABLO ALCÁZAR http://purpuranev­ada.blogspot.com

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