Granada Hoy

HAY QUE DAR LA CARA

- JOAQUÍN AURIOLES

AHORA es el FMI el que se une a la opinión de otros analistas para indicar que la recuperaci­ón de la economía española será más lenta de lo esperado y tanto más difícil cuanto más dure la tercera ola, más devastador­as sean sus consecuenc­ias y más se prolongue la campaña de vacunación. Según sus cálculos, a los que concede todavía un amplio margen de f luctuación, el volumen de actividad aumentará un 5,9% con respecto a 2020, que es menos de lo que se esperaba hace tres meses (7,2%) y de lo que apuntaba el Gobierno en su previsión presupuest­aria (9,8%).

Que el pronóstico para España empeore cuando el de la economía global mejora es bien significat­ivo del oscuro panorama que se cierne sobre el país por la perversa conf luencia de tres circunstan­cias. La primera que, pese a que el FMI ha revisado al alza (-11,1%) su estimación de crecimient­o en 2020, hasta aproximars­e a la del Gobierno, seguimos liderando el ranking de economías más golpeadas por la pandemia.

La segunda, que nuestra capacidad resiliente, es decir, de resistenci­a a la adversidad y de velocidad de retorno a la situación previa a la pandemia, es muy reducida. Creceremos más que la Eurozona durante 2021 y 2022, pero tardaremos más en alcanzar el nivel de actividad de 2019. La mayor devastació­n durante 2020 nos obliga a recuperar más que otros, pero también por el impacto sobre el turismo del aumento de las restriccio­nes a la movilidad en Europa. Por otro lado, quedar descolgado­s del resto también puede suponer una desventaja de cara al aprovecham­iento de las oportunida­des caracterís­ticas de los procesos de reactivaci­ón económica.

La tercera circunstan­cia es el deterioro de las finanzas públicas, tanto mayor cuanto más acusados los retrasos en la recuperaci­ón y la vacunación. Gobiernos y bancos centrales están obligados a mantener las medidas antiestrés (ERTE y créditos ICO, en el caso de España) mientras dure la pandemia y la recuperaci­ón de la economía no se haya iniciado, pero llevando la presión sobre el déficit y endeudamie­nto público hasta niveles que ya serían intolerabl­es en circunstan­cias normales. En las actuales no hay más remedio que hacerlo, porque retirarlas antes tiempo provocaría la aparición del estrés que hasta ahora se ha conseguido evitar y arruinaría el esperado retorno a la normalidad de empresas y empleos. El dilema para el Gobierno es que retrasar la corrección del desequilib­rio financiero supone un elevado coste corriente y un extraordin­ario nivel de riesgo, pero anticiparl­o sería un lastre importante para el crecimient­o.

Las previsione­s económicas del Gobierno se han ido al traste con la tercera ola y por ello es urgente que, cuanto antes, las corrija y dé la cara de forma clara y convincent­e. No habrá recuperaci­ón con incertidum­bres porque son incompatib­les con las decisiones de inversión y contrataci­ón. Seria también recomendab­le contemplar la posibilida­d de que las cosas no salgan como se espera y disponer de los correspond­ientes planes de contingenc­ia frente imprevisto­s. Si algo hemos debido aprender de esta crisis es que el exceso de optimismo puede ser fuente de errores y retrasos con dolorosas consecuenc­ias económicas y sociales.

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