ENTRE LA CULTURA Y EL ARTE
CREO que pocos discutirán que Vicente Lleó fue el introductor de la mirada contemporánea en los estudios del arte sevillano y en parte del contexto universitario español. No sólo fue y será siempre un fuera de serie desde el punto de vista académico, con su brillante currículum, premios incluidos, en la Hispalense y en sus estancias en universidades e instituciones extranjeras o con su enorme capacidad de lectura y de trabajo, renovándose continuamente y renovando con su ejemplo a los discípulos y a los que le admiramos como guía desde que inició la carrera docente e investigadora.
Habrá que agradecerle siempre su papel de introductor de los métodos propios de la Iconología o de la Historia de las mentalidades, entre otros, en relación con el arte sevillano, adoptando una concepción de la Historia del Arte integrada en la cultura española y europea de cada momento. Pionero, en muchos aspectos y ejemplo de lo que decimos, es su libro Nova Roma felizmente reeditado y revisado en 2012. Nadie como él ha sabido explicar la incardinación de los ideales humanistas en una ciudad mudéjar como era la Sevilla del Descubrimiento. Señalaba aquí las aportaciones foráneas y, lo que es más importante, las reinterpretaciones y adaptaciones locales dándolas a conocer en los foros internacionales.
Su enorme cultura hizo que las editoriales se lo rifaran a la hora de traducir las obras más importantes de la literatura artística de la segunda mitad del siglo XX. Juan Fernández Lacomba, nuestro común amigo, destacaba ayer su erudición sabia, discreta y concienzuda propia del Burlington Magazine. Despuntó ya en la investigación de las fiestas y la arquitectura efímera con su trabajo sobre el Corpus sevillano. Aunque trabajó algo más los temas de arquitectura, no abandonó las otras artes y procuró siempre relacionarlas. Así lo comprobamos en sus estudios sobre los techos pintados en palacios sevillanos. También analizó la escultura en su espléndido trabajo sobre la coyuntura clasicista en torno al ámbito de la sala capitular de la Catedral sevillana. Su pasión por la pintura sevillana le hizo moverse con precisión desde el Renacimiento a la época de los Montpensier y sus estudios sobre ortodoxos y heterodoxos en la cultura sevillana o sobre las relaciones entre la Congregación de la Granada y nuestros artistas del siglo de oro figuran entre sus últimas aportaciones que más eco han tenido.
Otra faceta que hay que destacar son sus investigaciones sobre las élites y el arte, ampliando la perspectiva de la arquitectura de sus casas y palacios (Pilatos, Dueñas), contemplándolas como espacios de representación del poder y estudiando en conjunto sus colecciones de arte, sus inventarios, sus biografías, mentalidades y sus obras de patronazgo en la ciudad. De esta forma supo aunar el penoso trabajo de archivo con su enorme conocimiento de las fuentes impresas y con su sagaz mirada, logrando trascender el escueto documento. Las claves que dio para interpretar la cultura, el arte y la sociedad de esta ciudad en cada momento eran requeridas en todas las Universidades y en todas las exposiciones nacionales e internacionales, ya fuera para hablar de Velázquez, de Montañés, lo que le hace figurar en numerosos catálogos de los mejores museos del mundo. Fue, claramente, un abre caminos como lo demuestran la variedad y calidad de las tesis doctorales y trabajos de investigación que ha dirigido. Descanse en paz.
LA ausencia y la presencia, el dilema del existir. Los creadores, en el sentido más amplio, son los que dejan su obra trascendiendo la estricta duración del tiempo vivido. Su ventura es nuestra fortuna. Pero el valor primigenio radica en la dicha de su memoria, disponer de su obra y revivir su gracia.
Al dejarnos Vicente Lleó, uno de nuestros mejores historiadores del arte, afloran en mí los recuerdos de aquellos años juveniles en que compartimos docencia en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla. Vicente acababa de volver de Londres, donde vivió antes de encarar su destino. Con su inglés tan británico trajo el perfil de un joven caballero cosmopolita que nunca le abandonaría. En la escuela se vivía un afán de formar parte, de contribuir al presente, que contrastaba con la brida localista dominante, en que la reiteración/invención de las tradiciones hurtaba el progreso. Dimos clases juntos, en ocasiones literalmente, a dúo, siempre con el propósito de transmitir a los estudiantes el valor formativo de la historia en el hacerse arquitectos. Lo cual significaba entenderla vivida e íntegra, sin solución de continuidad entre la edad moderna y la contemporánea, que hasta entonces eran escenarios ausentes.
Lleó desarrolló un f lujo particular en su investigación, en sus artículos y libros. Particularmente brillante su tesis doctoral que dio pie a Nueva Roma: Mitología y humanismo en el Renacimiento sevillano, libro que editó la Diputación en 1979. Una obra sobre la sustancia intelectual reveladora de la estructura social y de poder de aquella ciudad tan intensa como contradictoria. La sagacidad de Lleó se desdobló años después en otro momento histórico singular como la Sevilla de los Montpensier.
Con el Duque de Segorbe, y Luis Toro Buiza, entre otros, en 1978 participamos en el propósito de resucitar la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, editando varias ediciones facsímiles. A la bibliofilia dedicaría su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras de Sevilla. Por otra parte, el vínculo con la Casa de Medinaceli se acrecentó hasta formar parte de su Patronato, y publicar una excelente monografía sobre la Casa de Pilatos, que luego extendería a otros palacios sevillanos, Dueñas, e incluso al Real Alcázar.
También compartíamos la idea de que la traducción era un ejercicio de aprendizaje extraordinario.
Trabajamos juntos en la del libro Retórica y experimentalismo (1978) de Manfredo Tafuri. Por su parte tradujo Pintura en Italia 1500/1600 de S. J. Freedberg. El vínculo anglosajón le llevaría a la estancia en Princeton con John Elliot a comienzos de los ochenta, donde preparó su primera cátedra en la Escuela de Arquitectura, en la que permanecería hasta 1997 cuando obtendría la de la Facultad de Geografía e Historia.
El Pabellón de la República de 1937 en París, o el proyecto de Aldo Rossi para el corral del Conde fueron asuntos bien concretos en los que unimos tareas críticas con otros compañeros en l os años en torno a la muerte de Franco. José Ramón Sierra, también amigo común de entonces, mío desde la infancia hasta hoy, bregó con los proyectos de nuestras casas. Y ellos, con Gerardo Delgado y Jacobo Cortines, generaron en 1979 la iniciativa de Separata, una revista surgida en una sala/academia en el piso de Cortines, fugaz y brillante testimonio de inquietudes intelectuales y artísticas en tiempos de transición democrática que ya vivimos de manera diferente.
Decir y hacer diferente. Como entonces.